El trípode del domingo
¿Por qué Dios permite las tragedias…?
Él es Amor y nos ha creado a su imagen y semejanza y en nuestro ADN está inscrito ese deseo de eternidad y trascendencia
Ante el dramático escenario que proyecta la actual situación mundial con las guerras en el Oriente Próximo en Gaza y en Europa en Ucrania no faltan voces y mentes que cuestionan la misma existencia de un Dios que se afirma es Amor Misericordioso cuando permite esas acciones bélicas que ocasionan multitud de víctimas inocentes, entre ellas incluso a multitud de madres con sus hijos pequeños. Una respuesta en la Historia contemporánea ya la dio la misma Madre de Dios en Fátima a los tres pequeños pastorinhos el 13 de julio de 1917, estando entonces en pleno desarrollo la Primera Guerra Mundial, y que le pedían a Ella el fin de esa guerra que tenía en los frentes militares a hijos, hermanos y maridos de muchas mujeres portuguesas que así se lo solicitaban. A lo que les dijo que “esa guerra acabaría pronto”
-como sucedería al año siguiente en 1918- pero que si no había conversión vendría “otra guerra mayor”, porque “las guerras son consecuencia de los pecados de los hombres”. No hubo ningún arrepentimiento ni conversión y. en efecto, vino la Segunda Guerra Mundial. Y además, conociendo que esa conversión solicitada no se iba a producir, prometió una singular Gracia que la evitaría -la Consagración de Rusia a su Inmaculado Corazón- que tampoco fue efectuada, estallando como decimos esa Guerra, la mayor tragedia en los 2000 años últimos de la Historia, que ocasionó decenas de millones de víctimas humanas y que finalizó con el lanzamiento de las dos primeras -y hasta ahora únicas- bombas atómicas sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki. Por supuesto que Dios podía haber evitado esa catástrofe mundial, pero es preciso no olvidar unas ideas muy claras al respecto. La primera es que Él nos ha creado como seres humanos “libres”; y la otra es que tras esta vida terrenal existe otra y que, con nuestra libertad, podemos optar por vivir en ésta intentando hacer el bien para que esa otra existencia la podamos vivir eternamente junto a Él, que es lo que desea y para lo que nos creó. Porque Él es Amor y nos ha creado a su imagen y semejanza y en nuestro ADN está inscrito ese deseo de eternidad y trascendencia. Es evidente que si todo acabara con la muerte a esta vida, pues “comamos y bebamos, que mañana moriremos”, como ya dijera el gran apóstol San Pablo. Pero no es el caso al existir esa otra vida. Sin duda, en ella habrá oportunidad de conocer la cantidad de contradicciones, desgracias etc, que tanto a nivel personal como colectivo no las hemos padecido por haberlas impedido Él.