Editorial

Sin rastro del partido de Estado que fue

El sanchismo es la antítesis de aquel viejo PSOE que es hoy cenizas

En el 41º Congreso Federal del PSOE, que arranca en Sevilla, está todo atado y bien atado. Al menos de puertas para dentro. Si alguna conmoción o convulsión sobresalta y altera el pulso general del cuerpo sanchista provendrá de los tribunales o de los medios de comunicación. Todos los que accedan a las instalaciones del cónclave saldrán en la foto, porque no habrá disidencia significativa, más allá del murmullo. Juan Lobato, que aparecía como el penúltimo incordio, la pieza que no encajaba en el puzle de la dirección, ha resultado convenientemente purgado horas antes de la cita hispalense. O sea que, en efecto, los socialistas, mejor dicho, los sanchistas encaran a partir de hoy un congreso a la búlgara en el que el secretario general y su nueva dirección serán ratificados por un porcentaje cercano a la totalidad de los compromisarios presentes. El cierre de filas será absoluto con una forma de ejercer y entender la política y el poder patrimonialistas y despóticas sin concesión alguna a las reglas de la democracia. Lo avisó el ya políticamente difunto ex líder de los socialistas madrileños en su última carta a la militancia: «Mi forma de hacer política no es compatible con la que una mayoría de la dirigencia actual de mi partido tiene». Es un criterio compartido por la generación de dirigentes del PSOE que fueron artífices de la etapa más gloriosa del partido durante la transición y los últimos años del siglo pasado, hoy repudiados por el sanchismo, y por supuesto ausentes en este Congreso de exaltación y aclamación de un líder en horas bajas. Lo interpretamos, por tanto, como la última palada de tierra para el viejo partido nacido de Suresnes en 1974 que encabezó Felipe González, y que, con todas las sombras de su ejecutoria que no podemos ni debemos blanquear hoy, se desempeñó con sentido de estado, capaz de robustecer y respetar la democracia y de entenderse con el principal partido de la oposición. Entonces, las serias divergencias y los tiempos de cruda hostilidad no evitaron compromisos en los grandes asuntos de la nación. Echar la vista atrás ahora para recordar y reivindicar aquella generación de socialistas que resultó decisiva en la llegada de la democracia, la Constitución, los avances, la incorporación a Europa, la concordia y el restablecimiento de la Monarquía parlamentaria provoca un aldabonazo de nostalgia en la memoria colectiva que hoy nos quiere ser arrebatada por el régimen que ha arrumbado los principios y los valores esenciales de toda nación libre. El sanchismo es la antítesis de aquel PSOE que es hoy cenizas. El Congreso de Sevilla estaba llamado a ser una palanca para recuperar aliento e iniciativa y a un líder empeñado en proclamar que su poder durará años y años lo que más bien desprende angustia y desesperación. Limpiar tanta suciedad y que la gente lo asimile parece una misión imposible. Hay sobredosis de fango y mentiras.