El ambigú

Fe y razón

Son los principales enemigos del populismo y de quien lo utiliza como estrategia política

Cuando llega el Ramadán musulmán muchos políticos de izquierda se apresuran a felicitar a la Comunidad islámica española por su mes sagrado de ayuno, y me congratula ese respeto e interés por un fenómeno religioso a pesar de su laicismo; me imagino que en su mayoría existe una buena fe, si bien en algunos casos lo que se esconde es un profundo anticlericalismo hacia lo católico.

España se constituye, porque así lo dice su Constitución, en un estado aconfesional, que no laico, que garantiza la libertad ideológica y religiosa (art. 16 CE), y se expresa que ninguna confesión tendrá carácter estatal, si bien los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones; la Constitución impone una obligación a los poderes públicos que concreta en la expresión «tener en cuenta las creencias religiosas», destacando a la Iglesia Católica sobre el resto de confesiones, reconociendo el hecho notorio de que la religión mayoritaria en España es y sigue siendo la Católica.

Los poderes públicos no pueden desentenderse del hecho religioso, y mucho menos en un periodo tan importante para los católicos como es la Semana Santa, donde se mezcla religiosidad, tradición y cultura. Resulta imposible separar y aislar al estado liberal y democrático de derecho del fenómeno religioso, y como destaca Habermas «el proceso de secularización ha de entenderse como un proceso de aprendizaje recíproco entre el pensamiento laico heredero de la Ilustración y las tradiciones religiosas».

La dignidad y la libertad del ser humano como conceptos básicos de cualquier sociedad no principia en las declaraciones de derechos de finales del siglo XVIII, sino que ya están en el centro del mensaje cristiano, y así nos los muestran los Evangelios a través del testimonio de Cristo. Resulta muy gratificante y esclarecedor el diálogo entre el Papa Benedicto XVI y Habermas titulado la «Dialéctica de la Secularización», centrado en las relaciones entre fe y razón, la secularización, y el papel de las religiones en las sociedades democráticas modernas, el cual tuvo lugar en 2004.

Joseph Ratzinger argumenta que la fe y la razón no son mutuamente excluyentes, sino que se necesitan y complementan entre sí. Él sostiene que la moralidad y los valores éticos tienen sus raíces en fundamentos religiosos y que la secularización extrema puede llevar a una pérdida de valores morales y éticos en la sociedad. Ratzinger defiende la importancia de mantener un diálogo entre la fe y la razón para preservar una moral común que sustente a la sociedad. Jürgen Habermas reconoce la importancia de la religión en la formación de normas morales y éticas, pero enfatiza la necesidad de traducir estas normas religiosas a un lenguaje secular para que sean accesibles y aplicables en sociedades pluralistas y democráticas. Este diálogo es respetuoso y profundo, destacando la importancia del entendimiento mutuo entre la fe y la razón. Para ambos la religión tiene un papel importante que jugar en el mundo moderno, pero también reconocen los desafíos que plantea la integración de valores religiosos en sociedades secularizadas y pluralistas. Este diálogo es un ejemplo valioso de cómo los individuos de diferentes tradiciones intelectuales y espirituales pueden buscar terreno común para el bienestar de la sociedad en su conjunto.

La fe es plenamente compatible con la razón, pero ambas son incompatibles con el populismo y los sentimientos sociales actuales basados en emociones y meras sensaciones carentes de cualquier tipo de mensaje, lo cual permite adocenar y polarizar más fácilmente, algo que hoy está ocurriendo en España. La fe y la razón son los principales enemigos del populismo y de quien lo utiliza como estrategia política.