Opinión

La relación de Sánchez con España, Feijóo y la verdad

Es imposible establecer y mantener una relación respetuosa con alguien cuya palabra ha demostrado carecer de valor mediante su reiterada conducta

«La controversia generada por la falta de respuesta del líder de la oposición a una invitación del presidente del gobierno para un encuentro en la Moncloa es un síntoma elocuente de la situación política en el país. Sin embargo, para comprender esta situación de manera justa, es crucial reconocer que este escenario se debe a la presencia del señor Sánchez en la Moncloa. Nunca antes se había enfrentado una situación similar, pero es evidente que nunca antes había habido un presidente con las características actuales.

Ya hemos expresado con anterioridad las graves implicaciones que tiene para la convivencia civil la falta de apego a la verdad, reemplazada por meros y cínicos «cambios de opinión». Es imposible establecer y mantener una relación respetuosa con alguien cuya palabra ha demostrado carecer de valor mediante su reiterada conducta. Históricamente, se ha asociado a una persona de «palabra» con alguien en quien se puede confiar, un individuo de «honor» que respeta y cumple los compromisos, incluso cuando simplemente los avala con su palabra. Esto es contrario a la realidad con Sánchez; incluso sus propios aliados desconfían de él, llegando al punto en que Puigdemont exige un «verificador» para reunirse, por la falta de confianza en su palabra.

Hay motivos fundados para considerar que una reunión entre Sánchez y Feijóo carece de sentido, ya que existen contradicciones esenciales entre los compromisos que cada uno asume. En este caso, no se puede servir a dos señores: se está con la verdad y España, o se está con Otegi y Puigdemont. Sánchez ha optado por satisfacer su orgullo y ambición; por ende, es él quien debe lidiar con la carga que voluntariamente ha elegido.

No es responsabilidad de la oposición ni del señor Feijóo actuar como Cireneo y aliviar esa «oximorónica» situación para que Sánchez pueda sobrevivir políticamente. Si busca reuniones, que las sostenga con Puigdemont en Ginebra (o Waterloo), donde, con un «verificador» de sus palabras, para asegurar que se le respete, tendrá la oportunidad de una amena tertulia. Además, en este caso también, y por supuesto, será debidamente inmortalizado para satisfacción del prófugo de la Justicia española. Que no tenga duda alguna de que ese encuentro figurará en los anales de la historia de este tiempo. Otra cosa es que ese recuerdo quizás no será el que a él le gustaría dejar, pero eso escapa, de momento, a sus posibilidades. El ejercicio de la autocracia no garantiza que la Historia refleje una conducta política ejemplar por parte de quienes la protagonizan. Que son los autócratas.