
Letras líquidas
Rusia y los no-lugares
Mientras Kyiv mantiene su lucha, y a la espera de los próximos movimientos de Trump2, Georgia despunta como escenario de la resistencia proeuropea
En 1992 el antropólogo Marc Augé acuñó el concepto del no-lugar. Frente a los espacios que aportan identidad y en los que el individuo encuentra vínculos y comparte referencias sociales, detectó que el mundo contemporáneo generaba otros ámbitos en los que el ser humano permanecía anónimo, sin conexiones ni lazos estables. Aeropuertos, hoteles y áreas de descanso serían la representación de estas tierras de nadie que tan bien pueden definir, a veces, la frialdad de las sociedades actuales. En «La terminal» de Steven Spielberg, Tom Hanks interpretó la quintaesencia del no-lugar: el ciudadano atrapado en un escenario de paso y rehén, sin más, en su papel de pasajero sin destino. Han transcurrido más de treinta años desde la construcción de aquel concepto y la aceleración de nuestra era lo ha sometido a reinterpretaciones y cambios; el propio Augé modificó, por ejemplo, su percepción sobre los centros comerciales a los que, al final, atribuye rasgos integradores y socializadores.
Y, en una de esas revisiones, cabe también la mirada geopolítica de los espacios, las relaciones entre países, sus órbitas ideológicas, sociales y económicas. Al margen de las múltiples perspectivas desde las que elaborar clasificaciones internacionales de los estados, la ubicación y la historia, combinadas, se convierten en una suerte de coordenadas que definen y explican a las naciones, con sus circunstancias presentes y venideras. La división en bloques de la Guerra Fría, aquel mapamundi partido en dos, replica sus ecos aún en nuestro tiempo. Y, no solo por las herencias ancladas en cada uno de los bandos, sino, sobre todo, por quienes todavía se aferran al pasado y activan su nostalgia nutriéndose de los futuros ajenos. No es necesario mirar demasiado lejos, no mucho más allá de las fronteras de la UE, para comprender que los casi tres años de guerra en Ucrania responden al afán ruso por mantener y extender su área de influencia en el Este de Europa, para dejar fuera de duda que los territorios más orientales del Viejo Continente le corresponden. Como una órbita irreductible.
Y, aprovechando las corrientes prorrusas, el Kremlin aspira a frenar la natural europeización, democrática y cultural, que impregna toda la franja territorial colindante con los dominios de Putin. Mientras Kyiv mantiene su lucha, y a la espera de los próximos movimientos de Trump2, Georgia despunta como escenario de la resistencia proeuropea. Con reminiscencias de la Revolución Naranja o el Euromaidán, miles de georgianos salen a las calles a defender su identidad, afianzar sus conexiones y dejar de ser un no-lugar en la geografía política.
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