Al portador

Sánchez y los peligros de jugar con las cosas de comer

Dirigentes socialistas de otras Comunidades temen que, si el pacto sigue adelante, aunque sea imposible de cumplir, cercene sus posibilidades personales –y las del partido– de obtener buenos resultados electorales

Alfonso Guerra, en 2016, cuando «el procés» empezaba a desbocarse, aprovechó el 40 aniversario del mítico y trascendental Congreso del PSOE en Suresnes –en las afueras de París– para afirmar que «cuando un socialista se declara nacionalista, no sé si será nacionalista, pero desde luego no es socialista». También entonces, el mismo Guerra al que los más sanchistas tildan de «dinosaurio» –igual que a Felipe González–, añadía que «políticos borrachos de vanidad empujan a su comunidad a una situación de suicidio». El acuerdo del PSOE de Sánchez, más que del PSC, con los «indepes», apoyado por mayoría exigua por las bases de ERC, traspasa, entre otras, la línea de la solidaridad para muchos socialistas de fuera de Cataluña y también para bastantes de Cataluña. Emiliano García-Page, aunque a la hora de la verdad siempre se achanta, no es una excepción. Dirigentes socialistas de otras Comunidades temen que, si el pacto sigue adelante, aunque sea imposible de cumplir, cercene sus posibilidades personales –y las del partido– de obtener buenos resultados electorales. Es decir, Sánchez, además de con la solidaridad –algo esencial en el imaginario socialista, aunque solo sea para el relato–, juega con «las cosas de comer» de bastantes de los suyos y eso son palabras mayores, algo así como un suicidio político, que también lo sería económico para no pocos.

El texto conocido del acuerdo, al margen de que abra la espita confederal y de la dificultad de su aplicación, deja demasiadas incógnitas en el aire y algunas certezas. Por una parte, y Salvador Illa –más del PSOE que del PSC– lo ha aceptado, es un texto que, en el terreno económico, opta por el «decrecimiento». Solo así se puede interpretar el rechazo al proyecto Hard Rock, vital para Tarragona, y a la ampliación –en la práctica– del aeropuerto de El Prat. Tampoco habla de la Seguridad Social y de las pensiones que, en Cataluña, como en casi todas partes, requieren aportaciones a fondo perdido del Estado. Por supuesto, elude a propósito esbozar cómo se calcularían las cantidades que Cataluña destinaría a la solidaridad interterritorial. Por otra parte, para muchos –incluso catalanes– es un acuerdo imposible de aplicar y de cumplir y por eso no dudan en calificarlo de «una estafa», que acepta ERC, agravada porque con ella Sánchez aviva el anticatalanismo en casi toda España. Otros socialistas, más allá del entorno más cercano al presidente, creen que juega con sus cosas de comer y que, como los políticos borrachos de vanidad, quizá les empuja a un cierto suicidio, que diría Alfonso Guerra.