Sin Perdón

¿El sanchismo tiene ética?

«Retorcer la Constitución y las leyes para ponerlas al servicio de un líder es un esperpento que ningún jurista debe avalar»

El diccionario de la Real Academia Española es una fuente de conocimiento magnífica para resolver muchas dudas. Es una lástima que no sea de cumplimiento obligatorio. Al acudir al término ética, encontramos una serie de acepciones muy claras. No ofrecen ningún atisbo de duda. Las cinco son muy interesantes, aunque algunos políticos piensan que no tienen por qué seguirlas. Están por encima del bien y del mal. Es una palabra que siempre me ha gustado. Es lo «perteneciente o relativo a la ética»; «lo recto, conforme a la moral»; «la persona que estudia o enseña moral» (a algunos les sonará a muy viejo); «conjunto de normas morales que rigen la conducta de la persona en cualquier ámbito de la vida» y, finalmente, la «parte de la filosofía que trata del bien y del fundamento de sus valores». El comportamiento de Sánchez y sus fervorosos seguidores sanchistas con respecto a la amnistía permite afirmar de forma taxativa que carecen de cualquier ética.

No voy a entrar en las opiniones disparatadas de los mercenarios ideológicos del sanchismo, como Javier Pérez Royo o José Antonio Martín Pallín, porque los defensores del uso alternativo del Derecho no merecen respeto académico. Lo siento profundamente y utilizo expresamente el término «mercenarios», no en su acepción económica sino de adscripción partidista. Me produce asombro que menosprecien la Constitución y la doctrina para avalar una indignidad que el propio Sánchez y sus ministros decían que era inconstitucional. No me sirve la excusa de la pacificación de Cataluña, cuando realmente estamos asistiendo a una rendición en diferido del Estado de Derecho al servicio de aquellos que lo quieren destruir. Es un despropósito jurídico plantear la amnistía en una Democracia con casi 50 años a sus espaldas. No estamos ante un conflicto político, por más que se empeñen los sediciosos, y Cataluña no ha sufrido ninguna represión. El pasado lunes participaba en el Mati de Catalunya Radio y algún tertuliano, como es habitual entre los nacionalistas, hacía referencia a la represión. Le respondí que se podía ver claramente la represión que sufrimos los catalanes cuando estábamos hablando en catalán, en una emisora pública en la que se habla en catalán y en una Cataluña en la que gobierna un partido independentista.

Los defensores de la amnistía que buscan un fundamento constitucional son, consciente o inconscientemente, unos ignorantes. Y acudir a la denominada coloquialmente como «amnistía fiscal» es la constatación de su estulticia. No me sorprende, pero hay que decirlo. Es cierto que quedan lejos los tiempos de los grandes constitucionalistas o administrativistas desaparecidos como Manuel García Pelayo, Nicolás Pérez Serrano, Luis Sánchez Agesta, Pablo Lucas Verdú, Fernando de los Ríos, Adolfo González Posada, Eduardo García de Enterría, José Luis Villar Palasi, Manuel Jiménez de Parga, Enrique Tierno Galván… La lista es muy larga. No creo que ninguno de ellos ni de los que actualmente mantienen un magisterio prestigioso aceptaría avalar el despropósito de una amnistía. Sánchez solo puede acudir a los mercenarios ideológicos y los catedráticos o catedráticas de segundo nivel ansiosos de una recompensa pública. En algunos casos ya la han recibido acabando en el Constitucional.

Cuando escucho conceptos como Convención para interpretar la Constitución al gusto del egoísmo y sectarismo nacionalista siento una enorme pena por la deriva del PSOE. Es evidente que el sanchismo ha abandonado cualquier atisbo de ética para mantenerse en el poder. El socialismo nunca me ha producido ningún rechazo. Felipe González fue un gran presidente al que le sobraron sus años finales, pero es incuestionable, al margen del horror de los GAL y la corrupción de algunos dirigentes socialistas, su trascendencia nacional e internacional. Por supuesto, podemos acudir a la Historia de la socialdemocracia, tanto en España como en el resto del mundo, para constatar, como sucede también con las ideologías del centro derecha, los avances positivos que han aportado al desarrollo de la Democracia. Con gran tristeza considero que el sanchismo ha evolucionado a una formulación autoritaria de la concepción del Poder Ejecutivo por el que la mayoría se impone despreciando a la minoría, que en este caso es la mitad de los españoles. Es una inquietante perversión de la Democracia que se produce, también, en otros países. El retorcer la Constitución y las leyes para ponerlas al servicio de un líder, un partido y sus aliados es un esperpento que ningún jurista debería avalar.

Sánchez fue el primero en insistir en la inconstitucionalidad de la amnistía y le acompañaron sus corifeos, tanto políticos como mediáticos. La pretensión de imponer una amnistía es una intromisión manifiestamente inconstitucional del Poder Ejecutivo en el Judicial. Es un grave error, además de la expresión de la ausencia de ética política y coherencia ideológica. El sanchismo es una veleta que se mueve en función de la dirección del viento del poder. Es decir, es un camaleón que se adapta para garantizarse su continuidad. No compartí los indultos, la desaparición de la sedición o el abaratamiento de la malversación, pero fueron decisiones políticas que encajaban, desgraciadamente, en el ordenamiento constitucional. Otra cuestión distinta es que se tenga que elaborar una ley de indulto que prohíba los que tengan un carácter político, porque una Democracia tiene que proscribir que se pueda utilizar una medida de gracia para comprar unos votos en el Parlamento. Es lo que avalan ahora los juristas de cámara del sanchismo cuando aseguran que es constitucional tanto la amnistía como un referéndum que vulneraría el artículo 2 de la Constitución, así como liquidaría la igualdad entre los españoles para complacer a Puigdemont, Junqueras, Otegi, Urkullu y Ortuzar.

Francisco Marhuendaes catedrático de derecho Público e Historia de las Instituciones (UNIE)