El bisturí

Los santos bemoles de Unai Sordo y Pepe Álvarez

Oír la opinión de los sindicalistas sobre los Ejecutivos de derechas se ha vuelto ya repetitivo y tedioso

Vaya por delante mi absoluta preferencia por Pepe Álvarez si se le compara con Unai Sordo. Frente a las maneras hoscas, abotargadas y hasta rancias de este último, el líder de UGT rezuma menos sectarismo, y resulta desde luego mucho más simpático y avispado en las distancias cortas que el grisáceo mandamás de Comisiones Obreras, sindicato, por cierto, que ha terminado convirtiéndose en una mera correa de transmisión de los intereses de Ferraz, un apéndice inútil y sin función alguna de la palanca de poder socialista. Efectuada esta precisión, toca ahora decir que lo de los dos no tiene nombre. Ni lo del pavisoso comisionista, ni lo del dicharachero y jacarandoso ugetista.

Resulta que después de pasarse una legislatura entera riéndoles las gracias genuflexos y sumisos a Pedro Sánchez y sus corifeos, ambos tuvieron el pasado sábado los santos bemoles de plantarse en las calles de Valladolid para lanzar desde ellas diatribas y consignas de partido contra Alfonso Fernández Mañueco, Juan García-Gallardo –tan admirado por Pedro Almodóvar– y el Gobierno entero de Castilla y León. No es que lo que dijeran o vayan a decir en el futuro revista relevancia alguna ni provoque o vaya a provocar gran eco. Oír la opinión de los sindicalistas sobre los Ejecutivos de derechas se ha vuelto ya tan repetitivo y tedioso como leer las obras completas de José Saramago, escuchar toda la discografía de Olivia Newton-John o tragarse enteros los discursos de cuatro horas que lanzaban a la población subyugada Fidel Castro o Hugo Chávez, los dos héroes políticos de la vicepresidenta Yolanda Díaz.

Sin embargo, Sordo y Álvarez, Álvarez y Sordo –tanto monta, monta tanto– rizaron esta vez el rizo. De ahí que sus palabras y su puesta en escena merezcan algo de detenimiento. Como hacen en Madrid cada vez que arremeten contra Isabel Díaz Ayuso, los sindicalistas se rodearon esta vez también de decenas de organizaciones filoizquierdistas que solo se representan a sí mismas para intentar hacer ruido y pese a ello no fueron capaces de reunir ni siquiera a 4.000 personas, despistados incluidos, en un día en el que, además, podía respirarse cierto rojerío porque se celebraban los Goya en la ciudad y existía un hondo cabreo por las tractoradas.

Lo insólito de la fracasada algarada, lo kafkiano de su sobreactuación radica en lo aberrante de sus mensajes y el lugar elegido para lanzarlos. Con la que está cayendo en España, ¿creen de verdad ambos que lo más grave de lo que ocurre sea la falta de libertad y la limitación de derechos en esta región que les atribuyen a PP y Vox? ¿De verdad piensan que son malas las políticas educativas de una comunidad que, como Madrid, ha sido de las pocas que no han hecho el ridículo en el informe PISA que se ha dado a conocer este año? ¿De verdad piensan que la sanidad en Castilla y León es mala, cuando las listas en todos los territorios socialistas batieron récords el pasado año?

Como no podía ser menos, los atribulados sindicalistas aludieron al discurso del odio –otro mantra clásico–, pero enmudecieron ante los ERES andaluces, el aumento disparatado de la deuda pública, el maquillaje de los fijos discontinuos en las cifras oficiales del paro, el ataque a la separación de poderes y a los jueces, la venta a plazos de España a los independentistas o las tropelías del vituperado Grande-Marlaska por su negligente actuación contra los narcos. Vaya bemoles tienen los dos sindicalistas.