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Los puntos sobre las íes

Siempre gana la izquierda

La derecha tiene la obligación práctica y moral de ponerse las pilas para cambiar el falsario relato zurdo

Lo de Mazón no deja de resultar una anécdota dentro de una categoría que sostiene cual dogma infalible que la izquierda vence sistemáticamente. Siempre acaba saliéndose con la suya. Siempre tiene la razón aunque carezca de ella. Siempre consigue humillar al rival o que el rival se humille de oficio. El ya president en funciones de la Generalitat valenciana ha comprobado en sus propias carnes que el socialcomunismo acaba ganando en las calles por las malas lo que perdió por las buenas en las urnas. Hace dos décadas sucedió con el chapapote que arrojó sobre Galicia no Aznar sino el Prestige, con una Guerra de Irak en la que jamás participamos, con ese 11-M cuyas bombas colocaron terroristas islamistas y no el marido de Ana Botella y la historia se vuelve a repetir con una Dana cuya responsabilidad hay que atribuir a Dios o al destino. Las burdas y para nada interpretables patrañas históricas han quedado inscritas en el imaginario colectivo con el mismo carácter indeleble con que el cincelador graba en el granito una inscripción funeraria o una efeméride. No me cansaré de recalcar que Mazón fue un irresponsable al irse a comer tres horas largas a la mismita hora en la que Utiel y Requena ya estaban inundadas pero tampoco de denunciar que los grandes culpables de que la crecida del agua matase ese martes negro a 230 personas son la entonces ministra, Teresa Ribera, la presidenta de la AEMET, María José Rallo, y el número 1 de la Confederación del Júcar, ese Miguel Polo de siniestro rictus. La AEMET pronosticó que lo peor de la Dana abandonaría Valencia rumbo a Cuenca a las seis de la tarde y sobrevino a las seis y media y el indeseable del tercero no informó en tiempo y forma a la Generalitat del desbordamiento de un barranco del Poyo causante directo de la muerte de 198 valencianos. La malencarada Ribera acapara el copyright de esta negligencia criminal porque entonces era la superior jerárquica de este macabro dúo y, por si fuera poco, ni comió ni dejó comer. Me explico: ni ejecutó el reencauzamiento del Poyo previsto ni permitió desbrozar su recorrido por motivos ecológicos. Ambas decisiones devinieron en letales. Pero ni es sólo Valencia ni únicamente Mazón. A Zapatero le salió gratis total la mayor ruina de la historia de España desde que hay registros, Sánchez abocó a la parca a 23.000 españoles por no adelantar una semana el confinamiento por el Covid y ahí sigue más chulo que un ocho con un seis en uno que haría insostenible la continuidad de un presidente popular: las personas más próximas a él, mujer y hermanito incluidos, están imputadas, procesadas o encarceladas. Ningún mandamás de derechas hubiera resistido semejante número de baldones en su expediente, entre otras razones, porque uno solo de ellos es sinónimo de dimisión o destitución en una democracia de calidad. Y, para más inri, cada vez que la violencia se cuela entre las rendijas de la política los victimarios siempre son de izquierdas mientras que la derecha democrática pone recurrentemente las víctimas. Aconteció en la Segunda República, con la mal llamada Revolución de 1934 y tras el robo de las elecciones de febrero de 1936; pasó de nuevo en la Transición con el PP liderando el ranking de políticos asesinados por ETA y ocurre cada vez que Vox se manifiesta o monta una carpa informativa. La derecha tiene la obligación práctica y moral de ponerse las pilas para cambiar el falsario relato zurdo. De lo contrario, gobernar constituirá más una excepción que la regla. Más colmillo y menos pedir perdón.

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