Editorial
Tercermundismo en la España sanchista
Una política energética ideologizada es un desastre y un disparate negacionista de la evidencia empírica y científica. Con Sánchez no se hizo la luz, llegaron las tinieblas
Poco más de 24 horas desde el gran apagón han bastado para que conozcamos la prioridad de Pedro Sánchez con sus seis horas de silencio y las dos comparecencias inanes mientras los españoles transitaban por el caos y la angustia. En ese tiempo de congoja, Moncloa se centró en armar el relato que permitiera contener daños y ubicarse en una posición de ventaja en medio de las urgencias. No es novedad. Ha sido el patrón que ha apuntalado al Ejecutivo en las continuadas emergencias que han marcado estos siete años. Sánchez se escondió hasta que dispuso de algún salvavidas que le procurara presentarse ante los ciudadanos como la solución a una crisis ajena, como el observador frente al desastre que habían originado otros. Anunció en ese instante que la luz se empezaba a recuperar y que en unas horas la normalidad estaría casi recuperada. Era el remedio y la esperanza. En ese parlamento desdeñó la bofetada bolivariana que había tumbado a la cuarta potencia económica de la Unión Europea y que había sembrado el país de escenas y episodios tercermundistas que ni siquiera se habían solucionado a primera hora de la mañana de ayer pese al eficiente trabajo de los gobiernos autonómicos y locales y la excelente respuesta de los servidores públicos en áreas críticas, que es de justicia ponderar y que evitó mayores desgracias. Tampoco reparó, no le interesaba, abordar el impacto para la imagen internacional de un país que vive de ella como gran industria turística receptora de millones de visitantes. Se encargó, eso sí, de colar la derivada de «los operadores privados» en la ecuación. Ayer, el ejército de cientos de asesores que pagamos los españoles habían aportado la munición que el presidente requería para pasar a la ofensiva y dejar de tragar saliva ante la reedición de la administración desbordada, incompetente y mezquina de la pandemia, la dana, la Filomena, el volcán, la guerra... Sánchez identificó en esos «operadores privados» al chivo expiatorio, como si Red Eléctrica no contara con el Estado como accionista y su presidenta no fuera una reconocida ex ministra socialista. Los amenazó con «una investigación y consecuencias». Se habló de la habitual comisión con los habituales expertos que solo garantizarán que las sombras arrumben la transparencia. Ojalá nos equivoquemos. Apuntilló a las centrales nucleares. Las tachó de «problema» entre mentiras y manipulación marca de la casa, mientras ponderó la ayuda francesa de generación atómica. Pero nada aclaró a los españoles entre tanto aspaviento justiciero sobre qué pasó. Tampoco sobre el aviso de Red Eléctrica del riesgo de desconexiones por el cierre de las centrales de generación convencional... ni sobre la red frágil, la generación poco estable y una interconexión deficiente. Una política energética ideologizada es un desastre y un disparate negacionista de la evidencia empírica y científica. Con Sánchez no se hizo la luz, llegaron las tinieblas.