Cuba

Adiós a un estilo

El fallecimiento de Enrique Meneses pone fin a una forma de entender esta profesión, que se va perdiendo sin un relevo generacional

La muerte, el pasado lunes, del veterano periodista Enrique Meneses pone fin, no sólo a la vida de uno de los reporteros más prestigiosos de España a nivel internacional, sino a una forma de entender esta profesión que, poco a poco, se va perdiendo sin un relevo generacional capaz de cubrir el espacio que estos monstruos dejan. Nacido en 1929, había retratado desde la muerte de Manolete hasta la Revolución cubana, pasando por la guerra del Canal de Suez o por la marcha de Martin Luther King sobre Washington. Sus fotografías habían ocupado las portadas de revistas como «Paris Match» o «The New York Times» y, sin duda, estaba a la altura de los más grandes fotorreporteros del mundo.

Pero lo que se va con Meneses no es tanto su obra, que queda entre nosotros, sino su forma de entender el periodismo como un modo de vida, lejos de los cómodos sillones de las redacciones, contando lo que ocurría desde donde ocurría, yendo siempre un paso más allá, siendo osado y, a veces, incluso imprudente, con tal de estar más cerca de la noticia.

Su pérdida, junto con el retiro de Manu Leguineche, aquejado de una grave enfermedad, la «limpieza» que hizo RTVE –que se llevó por delante nombres míticos como Rosa María Calaf o Agustín Remesal–, la jubilación de Carmen Sarmiento o el más reciente retiro forzoso de Vicente Romero, también de la cadena pública, ponen fin a un estilo de hacer periodismo muy difícil de ver hoy en día, llevado casi como un sacerdocio.

Este perfil de periodista se desvanece poco a poco y sólo algunos «freelances», muchos de ellos mujeres, se atreven a seguir sus pasos, aunque en una situación más difícil si cabe, debido a la profunda crisis que atraviesa el sector de los medios de comunicación y que hace muy difícil vivir dignamente de vender reportajes.

Vivimos tiempos difíciles y los reporteros, los corresponsales de guerra y los fotoperiodistas se están llevando la peor parte, y si no que se lo digan a Ramón Lobo, uno de los más prestigiosos enviados especiales a todo tipo de conflictos, que se ha visto en la calle. Ahora, lo más parecido a este tipo de periodismo, salvo muy honrosas excepciones, lo tenemos en programas del estilo de «Españoles por el mundo» o concursos tipo «Supervivientes» o «Pekín Exprés» que, lejos de enseñarnos la realidad, nos muestran postales de destinos paradisiacos.

No, ya no quedan apenas periodistas como Enrique Meneses, que estuvo con los «barbudos» de Cuba, los hermanos Castro o el Che Guevara, antes de que bajasen de Sierra Maestra. O como Manu Leguineche, que con sólo 20 años se desplazó a Argelia para cubrir la independencia del país africano, para luego ir a relatar conflictos internacionales como el de India y Pakistán en 1965, la Guerra de Vietnam, el conflicto civil en Nicaragua, la guerra del Líbano o la de Afganistán contra los soviéticos. O el mismísimo Arturo Pérez Reverte, que antes de convertirse en escritor superventas había cubierto conflictos armados en Chipre, Líbano, Eritrea, el Sáhara, las Malvinas, El Salvador, Nicaragua, Chad, Libia, Sudán, Mozambique, Angola, el Golfo Pérsico, Croacia, Bosnia, etc.

Curiosamente, buena parte de la nueva generación de corresponsales son mujeres, como es el caso de Ángeles Espinosa, Almudena Ariza o, más joven, Francesca Cicardi, «freelance» que trabaja desde hace varios años para LA RAZÓN.