Reforma constitucional

Derechos y deberes

La Razón
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Traducida al castellano se ha reeditado recientemente una sencilla topografía médica de Jonathan Foltz, un cirujano que formó parte de las dotaciones de aquellos escuadrones navales norteamericanos que protegieron el comercio de la joven nación por los siete mares, durante la primera mitad del siglo XIX. No me detendré en las ricas experiencias del médico de la Navy en puertos del Mediterráneo, en el paso por el cabo de Buena Esperanza, en Java, en Cantón, en la islas Sandwich o las Galápagos. Me detengo en una frase de su libro en la que se refiere a los médicos y cirujanos, como una «profesión cuyo deber principal es reducir la cantidad de sufrimiento y dolor humanos». Habla del deber, aspecto que siempre asocio a las profesiones vocacionales, pero que podría extender a muchas actividades del ser humano. Porque, ciertamente, marcan y enriquecen a una sociedad quienes priorizan sus deberes sobre sus derechos. Son quienes con su actitud intentan compensar los desequilibrios, debilidades e injusticias que proceden de otros tramos de aquella. Y adelantaré una característica de este tipo de personas: normalmente son más felices, se sienten bien remuneradas en afectos –aunque no materialmente– haciendo de su vida, servicio. En mi opinión, forman la columna vertebral moral de la sociedad.

Y cuando hoy reconocemos con sentimiento la destrucción de una clase media, la que podía ponderar nuestra vida en comunidad y que se había cimentado sobre el trabajo, la responsabilidad y el esfuerzo; es decir, con más deberes que derechos, es porque, entre otros factores, se ha producido un giro en sentido contrario: prevalecen los derechos sobre los deberes.

No estoy en contra de los derechos del hombre reconocidos en la Declaración Universal proclamada en 1948, aunque ya desde la Revolución Francesa formasen parte de la dura conquista del ser humano por un mundo más justo. Me refiero a la búsqueda de un necesario equilibrio.

Nuestra propia Constitución proclama «De los derechos y deberes fundamentales» ya en su Título I. Pero en la lectura de sus artículos 10 al 29 , sólo se habla de derechos. Tímidamente en el 30 y el 31 añade que «los españoles tienen el derecho y el deber de defender a España» y que «todos contribuirán al sostenimiento de los gastos públicos», para volver inmediatamente a la relación de derechos en los artículos 32 al 38. Si bucea el lector en el índice temático hay 22 desarrollos de artículos referidos a derechos; ninguno referido a deberes.

En este marco jurídico nos movemos. Y ya conocen también el marco social en que lo hacemos. No concebimos que los misioneros que luchan contra el hambre, el fanatismo y la enfermedad en tierra extraña salgan con pancartas exigiendo derechos. Como no concebimos que unos médicos dejen de atender a enfermos documentados o sin documentar; y no imaginamos a los pilotos de los apagafuegos, a los soldados de la UME, a los bomberos o a los guardias civiles del SEPRONA quejándose de su derecho a tener vacaciones en julio y agosto como la disfrutan la mayoría de los españoles. Porque se consideran servidores de su sociedad y hacen del servicio, deber.

Acudo a otra declaración, suscrita en Bogotá en 1948 , firmada por los países que forman la Organización de Estados Americanos (OEA). En este caso, la denominan «Declaración Americana de derechos y deberes del hombre». Da por sentado este documento que prioriza los derechos sobre los deberes, pero matiza:

«El cumplimiento del deber de cada uno es exigencia del derecho de todos».

«Si los derechos exaltan la libertad individual, los deberes expresan la dignidad de esta libertad»; o por último:

«Los deberes de orden jurídico presuponen otros de orden moral que los apoyan conceptualmente y los fundamentan».

Y marca, junto a una amplia relación de derechos, los deberes con los hijos y los padres, los de obediencia a la ley y otros deberes ante la sociedad.

Estos días estamos viviendo diversas interpretaciones de derechos en calles y barrios de Barcelona. Nada nuevo en la viña del Señor. La diferencia es que quienes deben arbitrar estos «excesos de derechos» son rehenes de las propias semillas que sembraron, que no son otras que las del odio social, la falta de reconocimiento de frustraciones propias, las de no admitir que hay otros ciudadanos que tienen también derecho a descansar, a poder abrir sus comercios, a dejar sus motos confiados en la calle. Y cuando actúan otros ciudadanos, que tienen el deber de custodiar este orden que llamamos público, deben soportar con disciplina insultos, vejaciones e incluso lesiones.

A aquellos y a sus forjadores hay que convencerlos –a las buenas o a las malas– de que sus derechos tienen inexorablemente unos límites. Los que marca precisamente el llamado Estado de Derecho. Hoy sería inútil hablarles de deberes. Pero también los tienen.