Historia

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Descomposición estadounidense

La Razón
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Con posterioridad al hecho de que Estados Unidos ganase la Guerra Fría se han multiplicado los profetas sobre la «decadencia americana», una vez más el recurso comparativo con la situación de la Roma imperial arruinada bajo el peso de sus ejércitos. Si bien esta tesis parece ser desmentida, algunos entusiastas periodistas europeos afirman que nos encontramos en el apogeo de una curva universal de poder militar inigualado, la economía financiera mayor y más dinámica del planeta y, en fin, una cultura de vocación universal en línea con un proyecto de imperio democrático mundial: inmigración masiva y la interacción de culturas, la mutación religiosa y la revolución de las instituciones políticas. Al poseer los atributos de la posibilidad sustantiva de poder intervenir no se sabe en qué parte del mundo con el objeto preferente de mantener la seguridad.

Tales realidades se oponen a todas las tesis y teorías que proclaman la decadencia de América. Lo que ocurre es que el apogeo de la América blanca anglosajona calvinista, la aparición de una élite multicultural abierta al mundo entero, sitúa los primeros actores de la revolución religiosa contemporánea. De una cultura provincialista anglosajona se ha dado el salto a una cultura mundial floreciente integrando todos los particularismos provinciales, concluidos en el choque de conciencia por la potencia de la Casa Blanca, la fuerte neutralización de los poderes del Congreso, la decadencia de los partidos políticos y la puesta en plano estratégico de un amplio clientelismo guiado por una nueva aristocracia instalada en Washington, capital política del planeta, han fabricado un nuevo y decisivo sueño americano.

La nueva revolución americana es de una amplitud sin precedentes. Afecta a los fundamentos de la sociedad, a las mentalidades, a los valores, a los sentimientos religiosos, a las instituciones políticas. Antes de la Segunda Guerra Mundial la república americana se construía aparte de la historia de lo que llaman Eurasia, es decir, el resto del mundo. La victoria de 1945 que le otorga la dirección política del mundo no comunista ha roto (¿para siempre?) el espléndido aislamiento. Después de la Guerra Fría, en torno a los años 1950, han cambiado de imagen: la población ha aumentado de 150 a 250 millones; la «Inmigration and Nationality Act» (1965) ha alcanzado las oleadas máximas de los grandes flujos de los años 1920/1929. Por primera vez la mayoría de emigrantes no fueron de origen europeo, sino latinoamericano y asiático; paralelamente, los campos rurales se despoblaron en provecho de las gigantescas urbes urbanas. La población se concentró en las costas, en perjuicio de las regiones continentales. Ello produjo el rechazo de los inmigrantes, que ya no ha cesado hasta hoy, cada vez con unas causas por la penosa inserción social y, sobre todo, por la inquietante problemática de su incardinación en la dinámica social.

La guerra al tener necesidad de hombres para el ejército o para participar en la industria de las armas, ha dado origen al establecimiento. Negros, blancos y mexicanos afluyeron a los centros industriales. También ocurre en la gran reserva de mano de obra: las mujeres. En la Primera Guerra Mundial un número importante de mujeres participó en la guerra. Su participación masiva en la Segunda Guerra Mundial fue un ejemplo considerado como revolución cultural. La presencia de mexicanos en Estados Unidos ocurre desde la conquista de Texas, el Mississippi y California en el siglo XIX; el movimiento de la Revolución mexicana provocó la partida hacia el Norte de una oleada de inmigrantes que se estima casi el 10% de la población.

Desde 1942, en pleno esfuerzo de guerra, la agricultura norteamericana está falta de mano de obra y el presidente F. D. Roosevelt negoció un acuerdo con México importando «braceros» sobre una base temporal. Detrás de ellos siguieron millones de clandestinos que atravesaron el río Grande a nado. Ello permitió el trabajo a unos 10 millones de «braceros» mexicanos: son los «chicanos». Las ciudades, especialmente en el oeste de Texas, comenzaron a adquirir el «perfume latino», que no se limitó a la costa oeste y a los mexicanos. En los años 1940 centenares de puertorriqueños fueron embarcados a Nueva York. Los presidentes norteamericanos trataron de ordenar la entrada de inmigrantes y hacerla más abierta. El Congreso vota la Ley de 1952 que autoriza en línea el programa de braceros. Todos los puertos de inmigración favorecerían a los inmigrantes cualificados como brazos para el crecimiento económico.