Historia

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El origen del Estado moderno

La Razón
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Hoy se acepta que en Europa alcanza plenitud el Estado moderno en el Renacimiento como organización política que integra instituciones políticas propias, permanentes y eficaces para el bien común, y aceptadas como autoridad suprema y manteniendo la lealtad. Puede encontrarse en la época medieval en países no europeos: la «polis» griega, la «república» romana, el «imperio» chino, el «estado» azteca, etc.

El Estado moderno es propio únicamente de Europa, pero no se hace repentinamente, sino mediante la creación de una serie de teorías y actos históricos que se originan y nacen desde la caída y autodestrucción del Imperio romano, el triunfo del Cristianismo y la creación de la Iglesia de Roma, de las invasiones «bárbaras», la expansión del Islam, el particularismo feudal, el derecho romano. Se señalan, cómo no, varias fechas de acontecimientos históricos que son de especial relevancia para suscribir una tesis relativa a la cuestión: la muerte de Justiniano (565), la coronación de Carlomagno (800). No se llega a ningún acuerdo que alcance un común asentamiento científico suficientemente palpable como efectivo, si acaso posible. La conclusión, siempre, de encontrar una línea de identidad que convenza la realidad. Quizá exista en el fondo de la culturas respectivamente modeladoras de las teorías, pero no la aceptación plena de la identidad que todavía aún se busca y surgen Fukuyamas «geniales» que se quedan en sordina hasta apagarse del todo su proclama innovadora.

Si hay ideas convenidas que podemos llamar «paraestatales», es atrevimiento fuerte el hacerlo. Porque la racionalidad que se pensó sólo podía ser el camino para lograrlo; también desde luego lo que debe ser conseguido creando un «recorrido», que hicieron los historiadores alemanes, anglosajones modernos, franceses y españoles, los que investigaron y estudiaron, insistiendo con constancia e inteligencia, en el orden del pensamiento y las mentalidades. Y ello en un plazo largo. Por ejemplo, en los conceptos medievales, la fuerte disputa entre el poder de la Iglesia y el poder del Imperio, el poder religioso y el secular, condujo a una nueva realidad-estructura con la emergencia de una nueva orientación política asentada en los Estados nacionales. Las teorías de Guillermo de Ockham y Marsilio de Padua en la culminación del Medioevo dejaban en la cuneta del recorrido las teorías de supremacía del papa en el orden eclesiástico, dejándolas sometidas a las votaciones conciliadoras, más que a un orden político. Los dos pensadores planificaron los fundamentos del poder y la soberanía en el pueblo. Marsilio impone una teoría popular que servía para la fundamentación de un Estado laico moderno, al margen de cualquier dependencia del papado.

La teoría de Dante Alighieri, que propicia una monarquía espiritual fundamentadora de una monarquía universal de cimiento espiritual, iba en dirección al tronco de ideas de Marsilio y Ockham, que no era, por otra parte, como pretenden algunos autores, las únicas teorías con fundamento, en la época misma de los dos pensadores citados. Como explicó perfectamente el catedrático de la Complutense Luis González Seara, hay una nueva fórmula de Estado moderno con la constitución del primer Estado moderno en Europa y el pueblo español en sentirse como nación con la extensión al Occidente oceánico americano de la sociedad ibérica, trasladando la fuerza impulsora de la nacionalidad y la espiritualidad de su religión y la función cultural, a la que añade la idea imperial de Carlos V, una empresa de condicionamientos medievales. Aquí surge la idea de Europa, ahormada por Carlos V como «Universitas Christiana», que impone al monarca la defensa y conservación de la unidad cristiana y la imposición de la conservación de la unidad. González Seara señala cómo esta idea apunta ya en las Cortes de La Coruña, se manifiesta en la Dieta de Worms frente a Lutero, cuando afirma la defensa de la cristiandad por todos los medios, y se manifiesta con toda claridad en el discurso de Carlos V en Madrid al anunciar su viaje a Italia para ser coronado emperador y en el discurso de Bolonia. Y se expone en toda su riqueza intelectual por fray Antonio de Guevara, predicador del rey, en su famoso «Relox de príncipes» (1529), traducido a todos los idiomas europeos. De manera, pues, que la concepción imperial de Carlos V adquiere su eje principal en una concepción católica de la unidad europea, pero inicia una de sus agotadores empeños de unidad de su idea de Europa, absorbiendo la esencia de la conciencia europea y olvidando el fundamento de la nacionalidad misma.

Desde esa polémica hay que comprender la polémica Las Casas–Ginés de Sepúlveda; y también el debate Vitoria, Covarrubias, Domingo de Soto, Vázquez de Menchaca, creando un espíritu del que emergieron las Leyes de Indias y nuevas doctrinas jurídicas de brillo singular.