Alfredo Semprún
Entre la vuelta del «cola less» y la depresión
Un vistazo al globo
Pasar la Nochevieja en Buenos Aires no es la mejor opción para tomarle el pulso al país. La mitad de los porteños se han ido a las playas, a Punta del Este o a Mar del Plata, o de turismo interior. Aun así, hay signos claros de que la ciudad anda en modo «depre». Sobre todo, está cara, muy cara. Por un café con leche en el microcentro te pueden clavar hasta tres euros. Por la calle Florida se reproducen los «arbolitos», que son esos tipos que se dedican al cambio de moneda en el mercado negro, y las aceras necesitan una reparación más que urgente. La basura se acumula camino de Puerto Madero, que es la zona «chic», donde sus excelentes restaurantes empiezan a ser prohibitivos para un sueldo medio europeo. Es el fruto de varios años de inflación desbocada. En el ranking de países inflacionarios, Argentina ocupa el tercer lugar del mundo, por detrás de Bielorrusia y Sudán del Sur. Hay, sin embargo, cosas que no cambian: en la plaza de la Casa Rosada, sede del Gobierno, se mantienen las chabolas, ya astrosas, que albergan a las protestas de los veteranos de la guerra de Las Malvinas. Junto a la catedral metropolitana, donde se halla la tumba del general San Martín, el libertador que, oficial del Ejército español, traicionó a la Corona, duermen envueltos en plástico y cartones los pobres de reglamento. Uno tiene a su vera tres conejos que roen tranquilamente un pedazo de pan duro. Hay cristales de botellas rotas por todas partes y restos de calendarios convertidos en confetti. Es una costumbre de fin de año: los oficinistas arrojan por las ventanas los caducados anuarios. En el mausoleo del héroe, el cambio de guardia se realiza de manera impecable. La lápida nos recuerda que murió en el exilio, en Boulogne sur Mer, Francia, donde acabó protegido por un noble español. Nada de eso cuenta ya. Los porteños siempre son cálidos y amables con nosotros, pese a sus bien orquestados arrebatos nacionalistas. Ahora les toca a los ingleses. Cristina Fernández ha pagado una campaña de publicidad en la Prensa británica para reclamarle a Cameron la devolución de Las Malvinas. Con poco éxito, me temo. Al fin y al cabo, los ingleses sólo negocian en términos del número de cañones que puede alinear cada bando. Ejemplo: Hong Kong. Los argentinos tampoco se entusiasman ya con estas cosas. Lo ven venir. Cristina, que no pisa Buenos Aires desde hace años porque se traslada casi siempre en helicóptero, despacha todas su pifias políticas y económicas, que son muchas, aduciendo que es víctima de una conspiración. Una conspiración enorme, vastísima, que va desde la fragmentada e inoperante oposición hasta los tenedores de bonos impagados, fondos «buitres», pasando por sus antiguos aliados sindicalistas. Pero la realidad es que la economía argentina, constreñida por estrictas leyes cambiarias, control de precios, restricciones al comercio internacional y una política impositiva que grava las principales exportaciones, empieza a dar señales de agotamiento. Las eléctricas, por ejemplo, acaban de anunciar que carecen de fondos para pagar los salarios a sus empleados. Hasta el actor Ricardo Darín, siempre comedido, ha tenido el honor de la primera página de «Clarín» por unas declaraciones en las que exige que se explique cómo amasaron su ingente fortuna los Kirchner. No es difícil: comenzaron cuando la dictadura militar, tramitando desahucios en su despacho de abogados. Luego especularon con las tierras de los arruinados.
Y, sin embargo, Buenos Aires sigue igual de cautivadora. Ajada, pero con ese estilo que la hace inimitable. Andan depres, pero en las playas vuelve con furor el «cola less», esa especie de tanga que deja los glúteos al aire, pero ya sin distinción de edades. Así, la reportera de «Clarín» nos hace un recorrido por las estrías y otras marcas de guerra de las coquetas porteñas.
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