Restringido

Felipe II

La Razón
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Ningún soberano más discutido. Una larga tradición historiográfica le ha sido adversa, aunque en compensación sus súbditos le mostraron siempre un vivo respeto, que es la señal más clara de cooperación a su proyecto de Estado nacional, como núcleo fundamental de su concepción de hombre de Estado.

En nuestros días tenemos una amplia gama de juicios. Si nos planteamos la razón de tales juicios encontramos dos grandes espacios: uno, inequívocamente religioso –no olvidemos la implicación que en la segunda mitad del siglo XVI y el XVII tuvo la política con la religión–, pues Felipe II fue el paladín de la Contrarreforma; enemigo implacable del protestantismo, condenado por éste debido a sus convicciones religiosas y su profesión de fe en la Monarquía universal hispana, que llegó a constituir un movimiento que bien pudiera llamarse iberismo por la unión dinástica con Portugal. Son también motivos de índole religiosa y moral los acontecimientos trágicos de su reinado: la muerte del príncipe Carlos, así como la traición de su hombre de confianza, el secretario Antonio Pérez. Ello ha sido inspiración de novelistas y dramaturgos, que han dado imágenes literarias más dadas a la ficción dramática que a la realidad histórica. Véase, por ejemplo, el «Filipo» de Alfieri o «Don Carlos» de Schiller.

Por supuesto que sus adversarios usaron cuantos medios tuvieron a su alcance en una inmensa serie de confrontaciones: guerras con Francia, luchas con los protestantes, problemas con Portugal, rebelión de Flandes, el antagonismo de los turcos, la conspiración de los moriscos, los nacionalismos europeos, la construcción en América de la gran Monarquía oceánica.

¿Qué nos dice la historiografía? Existe una bibliografía epistemológica española, también una inmensa bibliografía anglosajona –Merriman, Walsh, Lynch, Parker, Kamen– en cuanto a las opiniones, infinitas: Gregorio Marañón, Sánchez Albornoz, Altamira. ¿Qué escribe el propio Felipe II, enormemente revelador de su personalidad? «Antes que permitir el menor extravío en materia de religión o en lo referente al servicio de Dios, prefiero perder todos mis dominios y cien vidas, si las tuviera, ya que no deseo a ningún precio reinar sobre herejes». En 1578 escribía en Madrid, ante la reiteración de ataques y exigencias: «Yo no sé qué piensan de mí, sino que soy de hierro o de piedra, y en verdad han de ver que soy mortal como los demás».

Durante su vida, Felipe II negó que se escribiera una biografía suya. Su gran biógrafo Henry Kamen, al comentar esta queja del monarca español, al no permitir que se escribiese una biografía suya, dejó el campo abierto a los detractores.

En un apretado artículo quiero dejar expresada mi opinión sobre Felipe II, como Rey de España, cuádruple custodio del poder, del saber, guardián de la unidad y promotor de la seguridad. Para comprender esta función debe asimilarse el pensamiento universalista del Rey de El Escorial; a mi entender, tal pensamiento debe radicarse, en primer lugar, entre la idea centroeuropeísta e imperial de su padre y la idea oceánica y americanista de sus bisabuelos los Reyes Católicos, Isabel y Fernando; en segundo lugar, en su constante duda española entre Europa y América. En el Mediterráneo eran esenciales los extremos. En el Atlántico, por el contrario, el planteamiento es meridiano: se impone la longitud del comercio y la formulación de una nueva e importante economía intercontinental. Las ideas fundamentales son: la unidad monárquica, el apoyo de ella en España conectando con el Mediterráneo occidental, la construcción de un Estado de derecho, menos adentrado en Europa, más proyectado hacia el océano. Es carácter esencial de los que Braudel llama la «castellanidad», que finalmente alcanzó el nombre de Hispanidad. Unidad y centralización de las posesiones hereditarias. Esta política condujo al enfrentamiento internacional con la Inglaterra de Elizabeth Tudor, en el cual se ventiló el dominio del Atlántico. Una larga campaña que concluyó en 1805 en Trafalgar.