Joaquín Marco

Llegó la hora

La democracia es una forma de entendernos políticamente en las cosas públicas que tan a menudo se interfieren con las privadas. Pero no consiste tan sólo en introducir una papeleta en una urna, aunque algunos políticos así quieren vendérnoslo

La Razón
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La democracia es una forma de entendernos políticamente en las cosas públicas que tan a menudo se interfieren con las privadas. Pero no consiste tan sólo en introducir una papeleta en una urna, aunque algunos políticos así quieren vendérnoslo. Mañana, en Cataluña, va a ser día de reflexión (un ritual más), aunque es probable que el votante tenga ya bien decidida su opción desde hace tiempo. Pero no cabe duda de que estas elecciones del 27S han desbordado el interés natural de los catalanes –que son quienes votan– ya que están en juego intereses del resto de España y a ellas se han referido más o menos directamente algunos líderes mundiales, hasta el propio presidente Obama. Artur Mas se juega también algo más que el prestigio y los catalanes algo más que la estabilidad. Los orígenes inmediatos de profundos desacuerdos, que han llegado a quebrar la unidad de los catalanes, pudieron tener orígenes económicos. Cataluña contempló siempre con cierta envidia el «cupo» vasco que les ha permitido sortear la dura crisis con menores recortes. Pero no todo el resto de los españoles ha entendido que llegados hasta este punto de no retorno pesan más las actitudes identitarias. Éstas provocaron las grandes manifestaciones del 11 de Septiembre en los últimos años, sobre las que cabalga la plataforma «Junts pel Sí». Desde el ámbito nacionalista el camino recorrido para conjugar esta fórmula independentista ha sido larga y el resultado no deja de ser sorprendente. La suma de partidos de trayectorias tan opuestas como Convergència y Esquerra Republicana nos lleva a reflexionar que lo que se plantea ya no es un cambio de gobierno, sino el anhelo de convertir Cataluña en estado independiente. La lista de esta formación, además, la encabeza Raúl Romeva, un eurodiputado que había militado en ICV y Artur Mas que, en el caso de obtener la mayoría absoluta presentándose en cuarto lugar, se convertiría en el presidente de un gobierno de transición (de dieciocho meses) hacia la independencia. De no obtener los votos necesarios, la CUP (izquierda republicana radical) apoyaría a Junts pel Sí, aunque con la condición de que Mas no ocupara la Presidencia.

Las filigranas que han debido hacer los que, según las encuestas, se prefiguran como vencedores para llegar a tan compleja formación política pueden intuirse. Mas ha provocado la ruptura de CiU, porque ahora Unió Democràtica, que había acompañado a Jordi Pujol con el peso político que le confería formar parte de la Democracia Cristiana, según las encuestas, tal vez ni siquiera consiga representación parlamentaria. Unió se declara no independentista. Mas, que advertía que la corrupción de la anterior Convergència podía pasarle factura a corto plazo logró sortear el escollo y arrastrar con él a las llamadas formaciones ciudadanas que no dejan de ser fruto del mismo partido. Pero el mérito de llenar las calles de Barcelona con más de un millón de personas, bajo la fórmula de fiesta cívica con ondear de banderas independentistas, cabe atribuírselo. La corrupción, pues, ha dejado de ser considerada como peligro electoral. Mas, que se considera heredero político de Jordi Pujol, se ha cuidado bien de que éste no apareciera en campaña, aunque la evolución política del fundador se ha inclinado desde su moderada autonomía inicial hasta el independentismo. Pero el triunfo del todavía President ha ido aún más allá, transformando las elecciones autonómicas (así insistió en plantearlas el Gobierno español) en plebiscitarias. Otra cosa es el efecto o resultado de este plebiscito, donde, según Junts pel Sí, es suficiente la mayoría de escaños, aunque éstos no vengan acompañados por la de votos.

Otra plataforma la constituyen los partidarios de «Podemos» e ICV con otras formaciones de menor peso. Su objetivo es conseguir un referéndum que permita a los ciudadanos optar por la independencia, aunque sus objetivos fundamentales responden más a reparar los recortes sociales que se han producido durante el mandato de CiU. Pero la segunda fuerza, según las encuestas, sería la de «Ciutadans» de Inés Arrimadas que, aunque anclada en Cataluña, se ha convertido ya en un partido a escala nacional. Su objetivo es conseguir la unión con España y luchar contra la corrupción. Restan, además, los partidos tradicionales, el PP, representado por el polémico García Albiol y el PSC de Miquel Iceta. Ambos se muestran contrarios a la independencia. Salvo CUP, que defiende apartarse de la UE. La discusión se ha centrado, en buena medida, en si la independencia supondría la salida del euro y de la Unión. Al debate se han sumado en las últimas horas bancos, sindicatos y empresarios. Se ha llegado a saturar el ambiente y parte del electorado desea que acabe de una vez el espectáculo mediático, porque, aunque el período preelectoral se inició el 11S, hace ya dos años que se viene soportando el martilleo de la propaganda más o menos encubierta. ¿Qué ocurrirá el lunes día 28? El abanico de posibilidades está sólo en parte en función del resultado electoral. Pero el llamado «procès» no habrá terminado. La palabra mágica es «diálogo», pero habrá que esperar al desenlace de las generales. Nos esperan tiempos turbulentos.