Joaquín Marco

Sin perdón

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La Universidad tiene orígenes medievales. Es entonces cuando nacen las agrupaciones del saber como instituciones vinculadas a la Iglesia, con su trívium y su quadrivium: aritmética, astronomía, filosofía, música... A día de hoy se conserva, al menos teóricamente, la misma idea: la universidad reúne, debería reunir al menos, la mayor concentración de conocimiento de que dispone una nación. Pero, ¿es así? Hablamos de ella como la clave de una fórmula mágica: I+D+i. Es decir, investigación, más desarrollo, más innovación. Son grandes palabras que requieren grandes apoyos detrás a fin de que puedan sostenerse por sí mismas y no queden en fórmulas vacías. Y eso, ¿por qué? Las universidades públicas están en franca decadencia en España, a pesar del esfuerzo de tantos docentes y de disponer de estudiantes con ganas de poder enfrentarse a su futuro. En la Edad Media casi bastaba con esta voluntad: reunir a un grupo de maestros con alumnos dispuestos a crecer intelectualmente. Ahora no. Hace mucho tiempo que esto ya no es así y las universidades requieren de importantes inversiones y sobre todo de una política que estimule el necesario crecimiento de su masa crítica. Sin ella, cualquier universidad se hunde.

Recuerdo mi primer artículo publicado en La Vanguardia, hace un montón de años. Trataba de la preocupación laboral que teníamos los llamados entonces penenes (profesores no numerarios). Pero hablo de una universidad que todavía en los años sesenta disponía de dimensiones reducidas. En la única Universidad de Barcelona, por ejemplo, casi toda ella cabía en el viejo edificio neogótico. Hablo de la prehistoria, casi. Porque el desarrollismo multiplicó el número de alumnos; al franquismo le convino dispersar los campus y con la Transición y la ansiada Ley de Autonomía Universitaria se produjo un crecimiento exponencial de universidades. Al principio, ese auge tuvo una lectura positiva y representó un estímulo para pequeñas capitales que podían retener así a parte de su juventud más inquieta. Pero con el tiempo han ido adelgazando su posible población universitaria y muchas universidades están haciendo esfuerzos enormes por sobrevivir, sin estudiantes y reduciendo los profesores a un mínimo inaceptable. Es así por la propia naturaleza de la misma: es la responsable de la formación de las élites de un país. Es quien debería marcar los rumbos profesionales, apuntar las tendencias del futuro inmediato. Pero los cambios solo han repercutido en una mayor presión sobre el profesor a cambio de... nada. En 1983 se creó la figura del profesor asociado para integrar a aquellos profesionales de prestigio que podían enriquecer la enseñanza con sus conocimientos. Pero esta figura ha sido utilizada para obtener masa docente a bajísimo coste (un promedio de 185€ por impartir una asignatura) aprovechándose de la crisis económica y de la incapacidad del Estado para prever las consecuencias de la sobreexplotación del asociado. Pocas personas son conscientes de las horas oscuras, anónimas, que hay detrás de la preparación de una clase. De los libros que hay que consultar para enfrentarse a un grupo de jóvenes con un mínimo de solvencia. ¿Es consciente el Estado de ello? Los jóvenes universitarios que quieren seguir una carrera académica, tal vez porque esta es su vocación, a todo se han avenido pensando que debía ser una situación provisional. Porque tiene que ser provisional que un profesor cobre un sueldo basura de unos 400€ mensuales por una dedicación que le exige tantísimos esfuerzos. Porque quien da la cara ante los estudiantes es el profesor. A quien se le exige que escriba, que investigue, que publique es al profesor. ¿Es consciente el Estado de todo ello? Hay muchos asociados que ya son doctores, que cumplen con los requisitos necesarios para una imprescindible promoción que, sin embargo, no se produce. La crisis supuso una disminución del 27,7% de inversión en universidades, es decir, 5.785 millones de euros menos.

Pero la crisis, se nos dice, quedó atrás. Entonces, ¿qué pasa con las universidades? ¿Estamos acaso formando una bolsa de docentes precarios como la que había en los años 70? No podemos presumir de ser la cuarta potencia europea con un sistema educativo tan necesitado de un impulso renovador. La sangría sufrida es tal vez irrecuperable –se calcula que 37.000 investigadores españoles, formados en especialidades y doctorados financiados con nuestros impuestos, se hallan ejerciendo en el extranjero–. La reforma de la Universidad no puede esperar. Y esa reforma requiere una enorme amplitud de miras para erradicar la endogamia de una vez por todas y una decidida inversión. Los nuevos PNN están en huelga en la Universidad de Valencia. En Madrid, Barcelona y otras universidades han creado asociaciones y están produciéndose protestas. Pero es la presión ciudadana la que debe conseguir que las cosas cambien. Algunas no tienen perdón.