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Con su permiso

Sobre la utilidad de lo inútil

Tiempos de desprecio a la cultura y banalización de los saberes que nos hacen más humanos, mejor personas

La CulturaIlustraciónPlatón

Ha caído en las manos de Esmeralda un librito publicado hace un par de lustros sobre «la utilidad de lo inútil» por el filósofo italiano, Nuccio Ordine, aquel premiado por el Princesa de Asturias en 2024 que no pudo ir a recoger el galardón porque murió unos meses antes. Esmeralda lo recuerda. Estaba en el Campoamor aquella tarde de octubre, la misma en la que la premiada Meryl Streep agradecía con una gestualidad explícita e incuestionable el calor y la admiración con que Oviedo la había recibido. Tampoco olvida Esmeralda el discurso que Nuccio había escrito para la ocasión y leyó emocionada su hermana María. Nuccio Ordine dedicó su vida a defender el valor de la Educación como herramienta de libertad y crecimiento en cualquier circunstancia y el papel de los docentes como responsables de inyectar la curiosidad y la pasión en los alumnos para impulsarlos a vivir por sí mismos ese hermosísimo proceso de desarrollo creativo. Se pregunta Esmeralda cuáles serían la voz y las palabras de Ordine en este tiempo de incertidumbre internacional asentada en una sacralización del comercio y el beneficio, alejada cada vez más de la ambición de conocer. El nuevo orden que está impulsando a trompicones y a pasos de primate el Gran Simio (tomo prestada la gráfica y feliz expresión de Ignasi Guardans), apenas laqueado de cultura de revistilla, vuelta y vuelta, abunda en ese universo de buenos y malos en el que lo alto y lo bajo no lo marcan la dignidad o el conocimiento, sino el beneficio económico y la supremacía militar. Hacer América Grande es elevar su hegemonía en un mundo gobernado por las relaciones comerciales. La riqueza es el valor supremo. La supremacía es la del rico sobre el pobre. Lo importante es ganar más dinero y obtener más beneficios de lo que se haga. La mirada no es trumpista; lleva ya tiempo en y sobre nosotros, pero el nuevo emperador naranja pretende asentar los cimientos del nuevo tiempo en esa mirada cuellicorta y radicalmente capitalista que le suena ya desde siglos atrás.

En «La utilidad de lo inútil», Ordine, después de aclarar el oxímoron evocado por el título del libro, explica que «existen saberes que son fines por sí mismos y pueden ejercer un papel fundamental en el cultivo del espíritu y en el desarrollo civil y cultural de la humanidad. En este contexto, considero útil todo aquello que nos ayuda a hacernos mejores». Esmeralda, que arrastra desde hace tiempo la ingrata sensación de que vamos hacia un mundo de relaciones plastificadas y búsqueda enfermiza y general del beneficio, encuentra en las páginas de Ordine, en su selección de reflexiones y propuestas, cierta luz de esperanza. Más aún en este tiempo de incertidumbre por la acción del nuevo emperador y sus consecuencias, que parecen limitarse, a juzgar por lo que recogen todos los medios, a desdibujar la situación económica global, a retorcer la entraña del comercio mundial o a modificar los esquemas del universo global de las finanzas. Pero juzga Esmeralda que hay mucho más en juego. Y celebra también que en estos días se haya sustanciado un choque público en el imperio que, a su juicio, puede resultar revelador de esa otra perspectiva que nos estamos perdiendo cuando hablamos de las consecuencias de la política de Trump. Es la disputa entre la Universidad de Harvard y el propio emperador naranja, o gran simio, como usted prefiera. La institución universitaria, uno de los baluartes del conocimiento de las élites norteamericanas, le ha plantado cara al presidente y ha decidido que aún a riesgo de perder la subvención se niega a que desde la Casa Blanca le dicten cuál tiene que ser su política en cualquier aspecto. Cierto es que Harvard no deja de ser una institución utilitarista en tanto es el camino de las élites para adquirir poder económico y social. Está minada, como diría Ordine, por la lógica del beneficio. Pero es un ámbito de enseñanza y educación. Y que Trump se enfrente a una universidad con criterios simplistas de tiranuelo y sin consideración alguna a su carácter de centro de conocimiento, se le antoja a Esmeralda que puede resultar interesante para que se reflexione también sobre lo que le importa eso de saber o conocer.

Tiempos de incertidumbre. Tiempos de temor a una oscuridad económica y social de consecuencias y duración indeterminadas. Tiempos de desprecio a la cultura y banalización de los saberes que nos hacen más humanos, mejor personas. Esmeralda no es tan ingenua como para pensar que los iletrados que rodean al emperador naranja, o que los políticos que juegan en todo el mundo a perder lo menos posible frente a los disparos a todo lo que se mueve, incluido el pie propio, que se realizan desde Washington, vayan a descubrir repentinamente el valor de lo que siempre humanizó a los humanos. Pero está segura de que al común de los mortales un regreso a la cultura, a la poesía, a los saberes que nos ayudan a conocernos, a la literatura que retrata la condición humana, le va a suponer si no un remedio, al menos un refuerzo de su posición mental y anímica ante lo que viene. Como dice un poema de Hölderlin citado por Ordine en su manifiesto, «Pero lo que permanece lo fundan los poetas».