Y volvieron cantando
Una vicepresidenta en Disneylandia
Ahora está en Disneylandia, después aguarda «el país de Nunca Jamás»
Primero Puigdemont le da la puntilla a cuenta de la reducción de jornada laboral, ella –muy generosa– se lo agradece apoyándole en las transferencias de inmigración, pero su propio grupo parlamentario la remata escenificando la ruptura en esa votación. Yolanda Díaz, que parece decidida a negarle a Sánchez ese sustituto de garantías al frente de Sumar que evite definitivamente dejar solo al PSOE sin una muleta amiga por su izquierda vive instalada en una encapsulada Disneylandia de ensoñación política que parece impedirle darse ese baño de realidad al que le abocan tanto la dura matemática parlamentaria como los inmisericordes sondeos electorales y una ya más que evidente irrelevancia dentro del Gobierno en el que lleva tiempo convertida, unas veces en jarrón chino y otras en protagonista de sonoros fracasos parlamentarios de los que su socio Sánchez no parece darse por aludido.
La demostración de que Díaz se encuentra atrapada entre el coche oficial que le confiere ser miembro de un gobierno que no puede gobernar y el abismo que la demoscopia señala a su proyecto político con muchas papeletas para enfilar el camino de las Rosa Díez o Inés Arrimadas fue su curiosa afirmación esta semana a propósito del escándalo de las pulseras a maltratadores y la negligencia del Ministerio de Igualdad. Yolanda, entre el aliento de Podemos sobre su nuca y una ruptura con el PSOE que para nada desea saliendo del Gobierno optó por exigir una «pequeña investigación», término que confieso me resulta especialmente novedoso.
La realidad es tozuda por mucho que la vicepresidenta se empeñe en describir a quien la quiera escuchar un panorama de Bambis y Mickeys Mouse disfrazados de entregados negociadores para los que no hay líneas rojas, pero sí límites, como confesaba recientemente en entrevista con Alsina. Yolanda, cada vez más mimetizada con Sánchez en eso de aferrarse al cargo aun no pudiendo gobernar se tragó el sapo de apoyar la ley de amnistía poniéndose a los pies del mismo Puigdemont que le daba el golpe de gracia hace dos semanas en el Parlamento y de paso contemplaba la ruptura de su grupo parlamentario este martes ante la risa floja de algún diputado de Podemos, formación que definitivamente acapara ya el marchamo ideológico en el poco espacio que el PSOE todavía no ha arañado por su izquierda. Ahora está en Disneylandia, después aguarda «el país de Nunca Jamás».