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Tribuna

Victoria del sentido común

Vence el sentido común en una guerra estúpida; todas lo son, pero más aquellas en las que se esquilma tiempo, recursos, y lo peor, vidas, por alucinaciones ideológicas

88 folios. ¿Hacen falta tantos para razonar que una mujer es una mujer? Mi experiencia me dice que, en Derecho, cuesta razonar lo evidente, lo que es de sentido común. Esto han debido pensar mis colegas del Tribunal Supremo británico al resolver un pleito donde se ventilaba que el sexo es cuestión de biología, no de ideología. Y como los jueces tenemos obligación de razonar lo que decidimos, pues cuando te das cuenta has dedicado 88 folios para razonar que cuando la ley se refiere a la «mujer», ese término está definido por el sexo biológico y que aunque la palabra «biológico» no lo emplee una ley, el significado de esos términos corresponde con las características biológicas que hacen de un individuo hombre o mujer. Y aparte, dejar claro que no por ello se discrimina a los trans.

Como es de sentido común, el Tribunal Supremo británico lo ha declarado por unanimidad. Pero es triste tener que dedicar energías en esto, aunque estábamos avisados y hace tiempo Chesterton nos advirtió lo que se nos venía encima: «pronto estaremos en un mundo en el que un hombre puede ser abucheado por decir que dos más dos son cuatro, en el que se levantarán gritos furiosos contra cualquiera que diga que las vacas tienen cuernos, en el que las personas perseguirán la herejía de llamar a un triángulo una figura de tres lados, y colgarán a un hombre por enloquecer a la multitud con la noticia de que el pasto es verde.» Vence el sentido común en una guerra estúpida; todas lo son, pero más aquellas en las que se esquilma tiempo, recursos, y lo peor, vidas, por alucinaciones ideológicas. Ahora estamos en esa guerra, con la estupidez por enemigo, pero un enemigo que ha conquistado bastante terreno dejando muchas víctimas en el campo de batalla: por ceñirnos al caso, chicos a los que se les está haciendo dudar sobre sobre su identidad sexual, se les inocula que ser hombre o mujer es una imposición cultural, que es bueno elegir y actúan en consecuencia con decisiones irreversibles.

Pero hay más víctimas y ahí está el ostracismo que no pocos sufren en la vida pública, en las universidades, que han perdido sus empleos o han sido ridiculizados por decir eso, que un hombre es hombre y una mujer es mujer. Sin ir más lejos ahí tenemos a la escritora J.K. Rowling, creadora de la saga Harry Potter, vinculada al caso que comento. Rowling llevaba años acosada por negarse a aceptar que quien ha nacido como hombre pueda ser considerado una mujer, por oponerse a que las mujeres transexuales sean consideradas mujeres, sufriendo incluso amenazas del colectivo LGTB.

Digo que Rowling nos acerca al proceso finalizado con la sentencia del Tribunal Supremo británico porque lo inició la organización For Women Scotland (FWS), y Rowling financió un buen porcentaje de su coste. Al conocer la sentencia, publicó un tuit celebrándolo con un buen puro, símbolo de triunfo, de satisfacción y algo más: durante años, sus enemigos la acusaron de fumar porros y con ese arte de la ironía, que pocos dominan, decía en su tuit que lo que estaba fumando no era un porro «…incluso si decidiera identificarse como tal, seguiría siendo objetiva y demostrablemente un puro».

Un pleito caro y largo. Lo promovió FWS contra la decisión del gobierno escocés que incluyó a las mujeres trans en la cuota del 50% para igualar con ese porcentaje el número de mujeres y hombres en organismos públicos. La tesis de FWS era muy simple: la referencia legal a las mujeres sólo debía aplicarse a quienes nacen mujeres. El pleito iba de eso, pero las consecuencias de lo sentenciado son extensibles a muchos ámbitos con espacios diferenciados por sexo como escuelas, hospitales, centros de acogida, cárceles, vestuarios o para acceso a ayudas, organización de competiciones deportivas, etc.

Sin esconder su alegría, las representantes de FWS concluyen: «el tribunal nos ha dado la respuesta correcta: la característica protegida del sexo, masculino y femenino, se refiere a la realidad, no al papeleo», pero ¿qué papeleo? En el Reino Unido es la obtención de un certificado de reasignación de género y en España cambias de sexo si dices en el Registro Civil que eres hombre o mujer, a elección. Todo tan aberrante que incluso sus defensores hacen el ridículo, como Starmer -actual primer ministro- que se le preguntó si sostenía que «las mujeres pueden tener pene» y no supo o no quiso responder: es lo que pasa cuando la ideología manda.

No les canso con las reacciones a la sentencia, sí destaco tres: el aplauso del feminismo «clásico», la airada crítica de Amnistía Internacional, ente de indescifrable vocación y, aquí en España, la previsible reacción de doña Irene Montero, coherente con su inanidad: el tribunal británico ha ejercido «violencia institucional».