
País Vasco
Esta pequeña localidad estadounidense lleva generaciones hablando en euskera: “casi les cuesta la vida”
Hace más de un siglo, una pequeña aldea a medio camino entre Boise, Idaho, y Winnemucca se convirtió en un asentamiento de vascos que actualmente sigue manteniendo su herencia

Por muy insólito que parezca, el euskera, una lengua ancestral sin parientes vivos ni similitudes con otra, no sólo se habla en el norte de España y suroeste de Francia. También resiste, generación tras generación, en un rincón olvidado del oeste americano. A más de 8.000 kilómetros del País Vasco, en una zona rural del estado de Oregón, una comunidad mantiene viva una cultura que cruzó el océano a golpe de esperanza… y necesidad.
Jordan Valley, un tranquilo enclave entre Idaho y Nevada, podría pasar desapercibido en cualquier mapa. Pero bajo su apariencia anodina, guarda una historia de resiliencia y herencia que comenzó hace más de un siglo. Allí, entre montañas y vastas extensiones de terreno, se asentaron las raíces de una diáspora vasca que no sólo buscaba trabajo: también huía de la guerra.
La comunidad de vascos en el estado de Oregón
Todo comenzó a mediados del siglo XIX, cuando las guerras carlistas transcurrían en suelo vasco, cientos de familias se veían obligadas a buscar un nuevo comienzo. Estados Unidos, en plena fiebre del oro, parecía prometer un futuro mejor. Algunos vascos probaron suerte en las minas de California, pero la mayoría terminó encontrando su lugar en otra actividad: el pastoreo.
“Se dieron cuenta de que era más rentable criar ovejas que buscar oro”, explica Xabier Irujo, director del Centro de Estudios Vascos de la Universidad de Nevada, en Reno. Esa transición marcó un antes y un después. Lo que comenzó como una necesidad económica terminó siendo el primer paso hacia la formación de una comunidad sólida, con identidad propia y voluntad de perdurar.
Los pioneros llegaron con lo justo. Algunos, como Antón Azcuenaga y José Navarro, lo hicieron tras lo que hoy se recuerda como una odisea casi fatal que, según afirman, "casi les cuesta la vida": largos viajes a pie, enfermedades, hambre y soledad. Pero no se rindieron. En un paisaje que les recordaba vagamente al de su tierra natal, levantaron sus casas, cuidaron rebaños y comenzaron una vida nueva.

La batalla del idioma y la memoria
Durante años, los recién llegados se centraron en integrarse. Pagaban clases particulares de inglés y evitaban llamar demasiado la atención. Había prejuicios, como en toda sociedad que recibe nuevos miembros. Pero cuando llegó la segunda generación, la historia dio un giro inesperado: los hijos de pastores comenzaron a olvidar el euskera, los bailes, las canciones y hasta las recetas tradicionales.
Entonces, surgió la necesidad de resistir de otra forma. Ya no se trataba solo de sobrevivir, sino de preservar. Así nacieron los centros vascos, lugares de encuentro donde las familias podían reunirse para hablar en su idioma, bailar un aurresku o comer un bacalao al pil-pil.
“La primera generación necesitaba comunicarse; la segunda, conservar”, resume Irujo.
En lugares como Winnemucca (Nevada), Boise (Idaho) o el propio Jordan Valley, se levantaron restaurantes, pensiones y asociaciones que aún hoy mantienen el alma vasca encendida. Son espacios dondese celebra el Día del Euskera, se enseña el idioma a los más pequeños y se organizan festivales como el Basque Festival de junio, una auténtica explosión de danzas, gastronomía y música.
Una historia escrita en dos mundos
El fenómeno migratorio vasco en Estados Unidos fue una de las muchas piezas del gran mosaico de la fiebre del oro. Pero mientras muchas otras comunidades se diluyeron en el crisol estadounidense, los vascos optaron por el equilibrio: adaptarse sin desaparecer.
Hoy, según datos del censo, hay casi 60.000 personas de origen vasco en Estados Unidos. Aunque esa cifra podría ser mucho mayor si se consideraran las generaciones que han asimilado el apellido, pero siguen manteniendo vivas sus costumbres. Arranbide, Altube, Ekeitio, Ispaster, Gizaburuaga, Mendexa, Amoroto, Aulestia, Errigoiti, Ibarrangelua, Berriatua o Ereño son algunos de los apellidos que hoy en día se siguen manteniendo en la región americana.
Actualmente, en Winnemucca existen multitud de locales de esencia vasca cuyos dueños y trabajadores son nietos y bisnietos de aquella segunda generación. En ellos se busca mantener la tradición vasca, especialmente a través de organizaciones sociales llamadas Basque Clubs, repartidas por todo el país estadounidense pero con mayor representación en California, Idaho y Nevada. Allí, se dedican a preservar la herencia vasca y encontrar un rincón de tradición de aquellas generaciones que se vieron obligadas a cruzar a un mundo que, por entonces, les resultaba ajeno.
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