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País Vasco
En euskera, los nombres de los meses no siempre siguen la tradición latina. Muy a menudo se inspiran en la naturaleza, en los ciclos agrícolas o en fenómenos del entorno que marcaron la vida diaria en las comunidades rurales vascas. Ese enfoque, tan pegado a lo cotidiano, ha dejado un calendario particular, lleno de matices que se apartan del esquema clásico heredado del Imperio romano.
Octubre es un buen ejemplo. Mientras en castellano se mantiene la raíz latina octo, el número ocho, pues era el octavo mes del calendario romano original; en euskera se utiliza un término de significado muy distinto: Urria, ligado a una idea clave en la vida del campo.
El nombre oficial y más extendido es Urria, que procede de la palabra urri, es decir, “escaso” o “poco” en euskera. Unido al sufijo “-a”, común en la lengua vasca para designar sustantivos, el término se traduce literalmente como “el mes de la escasez”.
La elección no es casual. Octubre era en las comunidades rurales vascas el momento en el que la abundancia veraniega daba paso a un periodo más austero. Las cosechas ya habían terminado en su mayoría, el grano almacenado comenzaba a descender y se entraba en una fase en la que los hogares debían administrar lo recogido para que durase todo el invierno.
En ese sentido, el euskera no se limita a señalar una posición en el calendario o en honrar divinidades, como hacen las lenguas romances, sino que captura un aspecto de la experiencia vital de la época: la sensación de que empezaba un tiempo de carencia, de prepararse para los meses fríos y largos.
Este recurso de asociar cada mes a un fenómeno natural o social es bastante común en el euskera. Julio, por ejemplo, se llama Uztaila, “mes de la cosecha” (uzta significa cosecha). Febrero, Otsaila, está vinculado al otso, el lobo, que solía acercarse más a las zonas habitadas en pleno invierno. Septiembre, como se vio con Irail, remite al helecho (ira), muy presente en esa época del año.
De este modo, Urria encaja en una cadena de denominaciones que reflejan la vida agrícola y pastoril, donde cada estación se vivía con un marcado componente natural y económico. El mes de octubre no se recuerda por un número heredado del latín, sino por el momento en el que la despensa comenzaba a quedarse corta.
Antes de la estandarización del euskera moderno, los nombres de los meses podían variar según la zona, el valle o incluso la tradición familiar. Existen registros de expresiones como Urri bigarrena (“segundo mes de escasez”, el primero era septiembre) o incluso denominaciones relacionadas con festividades religiosas locales, aunque no alcanzaron un uso extendido. En cualquier caso, Urria fue el término que se consolidó y llegó al euskera batua, la versión unificada de la lengua. Hoy aparece en calendarios escolares, prensa y uso cotidiano, aunque en algunos rincones perviven recuerdos de expresiones alternativas.
Lo interesante de Urria no es solo su diferencia respecto al castellano, sino la manera en la que condensa una experiencia colectiva cotidiana. El mes se nombra desde la perspectiva de quien vive pendiente de la cosecha, de los recursos que quedan y de la previsión de los meses venideros.
Así, la palabra mantiene viva una memoria agrícola en una sociedad que, aunque ya no depende de la tierra de la misma manera, conserva en su lengua las huellas de ese pasado. No deja de ser curioso que, mientras en gran parte de Europa octubre no es más que una herencia del calendario romano, en euskera se nombra con una advertencia implícita: llega la escasez, toca administrarse. Esto convierte al calendario en algo más que un sistema de cómputo: es una especie de crónica cultural sobre cómo se percibía el paso del tiempo. Octubre no era simplemente el décimo mes, sino aquel en el que los recursos se volvían más limitados y se abría la etapa del invierno.
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