La sucesión de Benedicto XVI
El salesiano que escudó al maestro
Bertone, que lleva ahora las riendas del gobierno de la Iglesia, deberá organizar además el cónclave
Desde que anoche a las 20 horas se hizo efectiva la renuncia al pontificado de Benedicto XVI, la Iglesia católica está huérfana de Papa. Tiene, sin embargo, un tutor en la figura del cardenal Tarcisio Bertone, quien aúna dos cargos que le convierten en el personaje clave del periodo de sede vacante, inaugurado ayer y que se prolongará hasta la elección del próximo obispo de Roma. Bertone ha sido secretario de Estado desde septiembre de 2006, un año y medio después de que comenzara el pontificado de Benedicto XVI. En 2007 fue además nombrado camarlengo, el título que denomina al cardenal que se encarga de organizar el cónclave y de llevar las riendas del gobierno de la Iglesia durante el periodo de sede vacante.
Quienes le conocen bien, hablan de su simpatía como el rasgo más significativo de su personalidad. «Veo en él tres características. La primera es que es un académico. La segunda, que es una persona que sabe decidir. Y la tercera, que tiene un gran sentido del humor», recordaba el español Joaquín Navarro-Valls, entonces director de la Sala de Prensa de la Santa Sede, cuando Benedicto XVI eligió a Bertone como sustituto a Angelo Sodano, quien dejó la Secretaría de Estado por razones de edad. Otro rasgo propio de él y que le diferencia de buena parte de la Curia y del propio Benedicto XVI es su amor por el deporte. Como buen salesiano, a Bertone le encanta la actividad deportiva, principalmente el fútbol. Él mismo lo jugó durante sus años mozos.
Nacido en 1934 en un pueblecito de la provincia de Turín, como el quinto hijo de una familia que tuvo ocho hijos, estudió en un colegio de los salesianos, donde sintió su vocación sacerdotal, lo que le llevó a ingresar en la congregación religiosa fundada por San Juan Bosco. Ordenado sacerdote en 1960, se volcó con profundidad en los estudios. Estudió teología en Turín y luego realizó el doctorado en Derecho Canónico en Roma, con una tesis sobre el Papa Benedicto XIV.
Su ordenación episcopal llegó en 1991, cuando se hizo cargo de la archidiócesis de Vercelli. De esta zona arrocera del Piamonte pasó a la Santa Sede, con un puesto importante además, pues fue nombrado «número dos» de la Congregación para la Doctrina de la Fe. El prefecto de este dicasterio vaticano era entonces el cardenal Joseph Ratzinger. Durante siete años Bertone trabajó codo con codo con el que luego se convertiría en Benedicto XVI, afrontando juntos algunos de los sucesos más difíciles que sacudieron a la Iglesia, como los casos de abusos sexuales a menores cometidos por eclesiásticos.
De la Curia saltó a una de las archidiócesis de peso de Italia, Génova, lo que le abrió las puertas del Colegio Cardenalicio. Recibió el anillo y la birreta que le identificaban como cardenal en el consistorio presidido en 2003 por Juan Pablo II. En la ciudad portuaria utilizó el deporte para evangelizar a los jóvenes. Su inicio como arzobispo de Génova tuvo una gran repercusión mediática, ya que una de sus primeras salidas fue a una discoteca. Su fotografía en la pista de baile hablando con los jóvenes fue muy comentada.
Con la muerte de Juan Pablo II llegó su nombramiento como secretario de Estado de su antiguo jefe en Doctrina de la Fe, ahora convertido en Benedicto XVI. El hecho de que fuera él el elegido para dirigir la Secretaría de Estado molestó a algunos, pues la tradición dice que debe ser un diplomático quien acceda al cargo de «número dos» de la Santa Sede. El mismo Bertone le dijo al Papa que no sabía si estaría a la altura, pues no domina el inglés. Ratzinger le tranquilizó recordándole que el ex canciller alemán Helmut Kohl tampoco sabía ese idioma y que, además, la Santa Sede cuenta con estupendos intérpretes. Bertone vivió el año pasado sus momentos más difíciles como secretario de Estado por el escándalo «Vatileaks». Buena parte de los documentos confidenciales del Papa filtrados a la Prensa por su mayordomo le dejaban en mal lugar. Fue la confirmación de un malestar que llevaba años gestándose.
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