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Dos papas santos

Los Papas de la alegría

La Razón
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A 27 de Abril de 2014, festividad de Nuestra Señora de Montserrat y Domingo de la Divina Misericordia, Roma amanecía tomada por más de un millón de peregrinos venidos de todo el mundo. Caía una lluvia fina empapando a los jóvenes y no tan jóvenes que habían dormido al raso en la Plaza de San Pedro para no perderse la ceremonia de Canonización de Juan XXIII y de Juan Pablo II.

Llegaban las delegaciones oficiales –más de cien, con veinticuatro jefes de Estado–, y entre ellas la española con SS.MM. los Reyes y los ministros de Justicia, Exteriores e Interior, su servidor.

Y poco antes de iniciarse la celebración –denominada ya «la misa de los cuatro Papas»–, el cielo escampó; fue emocionante contemplar el abrazo efusivo del Papa Francisco con su predecesor, el Papa emérito Benedicto XVI.

Durante la ceremonia me venían a la cabeza muchos recuerdos personales de Juan XIII y Juan Pablo II, esos dos Papas que renovaron la Iglesia Católica, propiciaron el diálogo ecuménico e interreligioso y trabajaron por la vida, por la paz, la justicia social y por la convivencia entre las naciones.

San Juan XXIII y San Juan Pablo II fueron testigos de las ideologías del mal y tal como ha señalado en su breve y profunda homilía el Papa Francisco, «conocieron las tragedias del siglo XX, pero no se abrumaron. En ellos, Dios fue más fuerte... en ellos había una esperanza viva, junto a un gozo inefable y radiante».

San Juan XIII, durante su breve pontificado, convocó el Concilio ecuménico Vaticano II y promulgó, entre otras, la encíclica Pacem in terris, dirigida no sólo a los católicos, sino a todos los hombres de buena voluntad, que tuvo una gran acogida entre fieles de otras confesiones y entre los laicos, en esa «sana laicidad» entendida como separación entre las confesiones religiosas y el Estado, pero con un particular reconocimiento del hecho religioso y una adecuada cooperación entre las confesiones y el Estado en aras del bien común del hombre y de la sociedad.

Juan Pablo II amaba a España, realizó cinco viajes pastorales a la «Tierra de María», como él la llamaba, y en cada visita nos interpelaba a respetar las profundas raíces cristianas que han conformado nuestra identidad histórica como nación.

Fue el Papa que lanzó las Jornada Mundiales de la Juventud, y originó esa marea de alegría que cada dos o tres años llega a las costas de algún país y que últimamente llegó a Brasil, donde vimos cumplirse plásticamente en la playa de Copacabana la promesa que hizo Dios a Abraham: «multiplicaré tu descendencia como la arena de las playas».

El Papa Juan Pablo II falleció en la tarde del 2 de abril de 2005, primer sábado de mes, devoción especialmente mariana de Fátima, siendo ya litúrgicamente el segundo Domingo de Pascua, festividad de la Divina Misericordia, que él mismo instauró cumpliendo el deseo que el Señor reveló a Santa Faustina Kovalska en 1931. Y ahora ha sido canonizado en dicha misma festividad y en una fecha, 27 de abril, en la que se celebra Nuestra Señora de Montserrat, tan querida para Cataluña y para todos los españoles, feliz coincidencia y circunstancia esperanzadora para España.

El Papa Francisco ha querido llamar a Juan XXIII el Papa de la docilidad al Espíritu Santo, y a Juan Pablo II el Papa de la familia y ha concluido invocándoles para «que ambos nos enseñen a no escandalizarnos de las llagas de Cristo, a adentrarnos en el misterio de la misericordia divina que siempre espera, siempre perdona, porque siempre ama».