Benedicto XVI
Pensamiento limpio y sistemático
Angela Ambrogetti publicó un libro interesante sobre las conversaciones del Papa Juan Pablo II con los periodistas en el avión durante sus viajes papales. Lo hizo transcribiendo pacientemente las grabaciones de esas conversaciones, custodiadas en el archivo de la Radio Vaticana.
Ahora, en cierto sentido, continúa esa obra publicando las conversaciones con los periodistas de Benedicto XVI entre las que hay algunas entrevistas pero, sobre todo, las conversaciones durante los vuelos. En su mayor parte, éstas, a diferencia de las de su antecesor, ya estaban transcritas y publicadas en el «Osservatore Romano», por tanto el trabajo ha sido más fácil, aunque tenga también su interés.
Quien ha seguido los viajes de uno y otro Papa y quien lee ahora los dos libros aprecia inmediatamente la diferencia entre las conversaciones de los dos Pontífices. Desde mi nombramiento como director de la Sala de Prensa en 2006, he tenido un cierto papel en el desarrollo del método de Benedicto XVI, por lo que creo que es justo decir alguna palabra sobre el género literario de sus conversaciones y su preparación.
El paso desde el método de la conversación improvisada, característico de Juan Pablo II al de la conversación preparada de Benedicto XVI ha tenido diversas razones. El primero es de carácter, digamos, logístico. En los aviones pequeños, los que se usan en los viajes europeos, las primeras filas eran las privilegiadas (entre nosotros, en su mayoría se conquistaban a fuerza de carreras de machos un poco agresivos) y había por tanto muchas personas (sobre todo mujeres) que no podían nunca preguntar al Papa.
Por tanto, nos pareció justo intentar dar a todos la oportunidad de preguntar y esto era más fácil presentándolas antes por escrito. En los aviones pequeños hay también un problema de movimientos, por lo que se hacía mucho más fácil que una persona sola (en concreto yo) presentara las preguntas en nombre de todos, estando junto al Papa y pasando el micrófono. Sin embargo, en los aviones grandes, usados en vuelos intercontinentales, es más fácil pasar el micrófono y que los propios periodistas pregunten. Por eso en estos vuelos generalmente las preguntas las hacían ellos mismos. También, y esto es importante, está la personalidad diferente de los papas: Juan Pablo II estaba acostumbrado a rápidas respuestas y a bromas, mientras que Benedicto XVI tendía a articular discursos conceptuales argumentados.
Las conversaciones en los aviones con preguntas previstas y respuestas improvisadas eran más aptas para el Papa Wojtyla, mientras que el Papa Ratzinger estaba menos dispuesto a las bromas y, sin embargo, si tenía algunos minutos para ordenar sus ideas, podía utilizar de manera magistral el breve tiempo a disposición con respuestas articuladas, exhaustivas y muy claras.
Esto me ha convencido de que el método más en consonancia con el Papa y más fructífero para todos era el de recoger las preguntas antes de la salida. Me parece que los periodistas lo entendieron, aunque al principio echaron de menos un poco la espontaneidad de las bromas de Juan Pablo II. En las sesiones de información que se tenían normalmente los días previos al viaje, invitaba a los profesionales que iban a estar presentes durante el vuelo a enviarme sus preguntas, entre las que elegiría aquellas que se harían al Papa el día antes de la salida.
Naturalmente, intentaba respetar rigurosamente aquellas que parecían las inquietudes principales de los periodistas en cuanto a los temas a tratar. Pero también tenía que seleccionar las preguntas escogiendo aquellas más relacionadas con el viaje en curso y no aquellas preguntas más dispersas; algunas veces las he replanteado de manera que recogieran diferentes aspectos de un mismo tema que estaban dispersas en varias preguntas; las he ordenado también para que el Papa pudiera expresar lo que pensaba de manera suficientemente ordenada y coherente.
La excepcional capacidad del Papa de expresar sus pensamientos de forma clara y sistemática ha hecho posible que en diez o quince minutos la conversación con él se convirtiera en una eficaz y bastante completa exposición de las razones del viaje, de su actitud para afrontarlo y de los retos principales que le esperaban. En fin, una introducción al viaje hecha por el Papa en persona, como premisa de los acontecimientos y los discursos que lo esperarían según aterrizara.
También por esto se hizo natural transcribir sistemáticamente y publicar inmediatamente las contestaciones del papa, algo que antes no sucedía. Algunas de sus respuestas se han hecho fundamentales para entender, entonces y aún hoy, su posición sobre ciertos hechos y problemas.
Para terminar, me parece importante dar testimonio de que el Papa no ha rechazado nunca, y digo absolutamente nunca, ni hecho ninguna objeción sobre cualquier pregunta que le hubiera sido presentada.
«L'Osservatore Romano»
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