Benedicto XVI
Tres Papas, una misma Pasión
Frente a las interpretaciones rupturistas que se hacen de las palabras y gestos del Papa Francisco, hay que afirmar la continuidad fundamental en el magisterio papal. Así lo vemos en algo tan sencillo como que los tres últimos Papas, al comenzar su ministerio petrino, nos han llamado a no tener miedo, y cada uno lo ha hecho continuando el camino marcado por el anterior e invitándonos a dar un paso más. Al comienzo del Triduo Pascual, estas palabras nos pueden ayudar a vivir los misterios que celebramos. El Beato Juan Pablo II en su primera aparición ante los fieles que se congregaban en la Plaza de San Pedro grito a la humanidad entera: «¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo». Y a esto nos invita el gesto del lavatorio de los pies del Jueves Santo: descalzarnos de nuestras seguridades y de nuestros miedos, dejando que el Señor nos limpie de nuestros pecados; levantar los cerrojos del egoísmo, la soberbia y la búsqueda de nosotros mismos que cierran nuestro corazón, y abrir nuestra vida a Cristo, que nos invita a sentarnos a su mesa, a compartir su vida. Al concluir la homilía de la Misa con la que comenzaba su pontificado, Benedicto XVI nos invitaba a todos: «¡No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a él recibe el ciento por uno. Sí, abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo y encontraréis la verdadera vida». Y eso es a lo que el Viernes Santo, ante la cruz de Cristo, se nos invita. Él se nos ha dado totalmente, hasta la última gota de su sangre, y nos pide que no tengamos miedo de entrar en su intimidad, de introducirnos en su corazón por la herida que la lanza ha abierto en su costado, y darle todo lo nuestro para poder recibir todo lo suyo, darle nuestra vida para poder tener su vida. Si la muerte de Jesús en la cruz parecía la victoria del odio, la envidia y la soberbia, la Resurrección de Cristo nos muestran que la victoria es del amor y la bondad de Dios. «No debemos tener miedo de la bondad, de la ternura», nos decía el día de San José el Santo Padre Francisco. Una bondad y una ternura a la que no tienen miedo los catecúmenos que en la Vigilia Pascual reciben los Sacramentos de la Iniciación Cristiana. Una bondad y una ternura que experimentamos al dejarnos lavar, besar, secar los pies por Jesús; y que en la cruz parecen destruidas por la fuerza del pecado y la muerte, pero que, victoriosas, se manifiestan en Cristo Resucitado e inundan el mundo. Bondad y ternura que son luz en la noche de Pascua. Luz que llega a los rincones de la desesperación y el desaliento en las manos y los corazones de los misioneros. Luz que sana las heridas de tantos corazones desgarrrados, al ser comunicada por aquellos que no tiene miedo a acercarse al sufrimiento y al dolor de sus hermanos. Luz que ilumina nuestras vidas, disipando tinieblas y obscuridades, y que nos impulsa, a cada uno de nosotros, a descender a los infiernos de nuestros hermanos con el Cirio Pascual en la mano para que a sus corazones llegue la luz de Cristo, su bondad y su ternura.
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