La renuncia de Benedicto XVI

Un Pontífice de palabra

La Razón
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El inesperado anuncio de la dimisión del Papa Benedicto XVI ha producido un impacto casi universal. Es el momento de pensar en el nuevo Pontífice que será elegido en un cónclave, que debe empezar entre el 15 y 20 de marzo. También es lógico hacer un balance sobre lo que la Iglesia debe a Benedicto XVI.

Pero no basta contemplar sus últimos años como pontífice. Joseph Ratzinger, nacido en 1927, ha tenido una vida muy dilatada en servicio de la Iglesia, con tres épocas muy claras.

La primera como teólogo en Bonn, Münster, Tubinga y Ratisbona(1955-1977); con una aportación muy destacada, porque siempre ha sido un hombre muy trabajador, muy bien documentado, con una mente sorprendentemente clara y una palabra certera. Muy pronto reconocido como uno de los mayores del siglo XX. Perito en el Concilio Vaticano II; probablemente, el último de los que quedan vivos, con comentarios muy profundos y autorizados. Ha publicado libros de mucho impacto como su famosa «Introducción al cristianismo», traducida a muchísimas lenguas, y sus estudios sobre la Iglesia y sobre la liturgia. Por cierto, acaba de aparecer en castellano el primer tomo de sus obras completas, con sus estudios sobre liturgia.

Siempre se ha sentido un profesor que ama la teología y le hubiera gustado dedicarle la vida entera, pero el Papa Pablo VI lo nombró arzobispo de Munich (1977), en tiempos complicados para la Iglesia alemana. Son célebres sus homilías; en particular, un precioso ciclo sobre el Génesis, el origen de hombre y del mundo, en diálogo con las Ciencias. Cuando el nuevo Papa Juan Pablo II visitó Munich le pidió que se viniera a Roma, para ayudarle en las cuestiones doctrinales. Se resistió lo que pudo, pero finalmente accedió (1981). Así comenzaron sus muchos años de servicio en la Congregación para la Doctrina de la fe (1981-2005). Ayudó con mucho empeño y trabajo, muchas veces oculto, a Juan Pablo II. A él se deben muchos documentos importantes que enfocaron la situación de la Iglesia, como los relativos a la teología de la liberación, o a la religión cristiana en relación con otras religiones. Con su cabeza teológica y su espíritu de trabajo, enfocó otros grandes temas, como las nuevas relaciones de la Iglesia con la comunidad política.

Al morir Juan Pablo II, el colegio de cardenales, admirados de su sabiduría y de su servicio a la Iglesia, lo quisieron como Papa (2005). Él se resistió. Le hubiera gustado retirarse, pero ha hecho lo que ha podido para adaptarse a las enormes exigencias del Pontificado, más teniendo un predecesor como Juan Pablo II, que había batido todos los récords. Ha procurado continuar las grandes líneas, intensificando las relaciones ecuménicas, buscando la unidad y relanzando la nueva evangelización. Ha afrontado con decisión y valentía temas muy dolorosos, como las cuestiones relativas a la pederastia, o los graves desórdenes de algunos institutos religiosos. Ha procurado que mejorara el amor a la liturgia y ha continuado su diálogo intelectual con el mundo científico y con el mundo de la cultura. Deja un patrimonio precioso de encíclicas, discursos y homilías, que tienen la huella personal de su genio. Hay que destacar además su hermosa trilogía sobre Jesús de Nazaret, testimonio de su preocupación teológica y de su saber, escrita mientras sentía todo el peso del Pontificado encima.

En la historia, su Pontificado quedará indisolublemente unido al de Juan Pablo II, aunque con ese rasgo teológico tan personal. El siglo XX, en medio de dificultades tan graves para la Iglesia, ha sido un siglo de grandes Papas. Y en el cambio de siglo se añade a esta formidable lista Benedicto XVI.