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Dos papas santos

«Wojtyla aprendió muy rápido a ''hacer de Papa''»

El que fue secretario durante 40 años de Karol Wojtyla recuerda en una entrevista al Pontífice. LA RAZÓN ofrece dos extractos de la conversación con el autor del libro «Junto a Juan Pablo II»

«Ha vivido tiempos muy duros para la nación polaca: la ocupación nazi y el régimen comunista»
«Ha vivido tiempos muy duros para la nación polaca: la ocupación nazi y el régimen comunista»larazon

El 16 de octubre de 1978, don Stanislaw Dziwisz esperaba, como todo el mundo, la elección del nuevo Pontífice. Era la segunda vez, ese año, que acompañaba a su «Jefe», el arzobispo de Cracovia, al Cónclave.

La primera vez habían tenido que ir a Roma en agosto, después de la muerte de Pablo VI. El 6 de agosto, el cardenal Karol Wojtyla se encontraba con unos amigos de vacaciones, en sus amadas montañas. La triste noticia le afectó profundamente, porque estaba muy vinculado con el difunto Pontífice, en quien veía un verdadero padre y pastor a imitar. El Papa Montini, a su vez, había apreciado mucho a ese joven cardenal polaco. El 8 de agosto Wojtyla volvió a Cracovia y tres días después partió para Roma junto con su fiel secretario.

Si alguien preguntaba al cardenal Wojtyla quién iba a ser elegido como nuevo Sumo Pontífice, él solía responder: «El Espíritu Santo lo indicará». En el periodo comprendido entre los funerales y el comienzo del Cónclave, Wojtyla se encontró con muchísima gente, entre los cuales había varios purpurados.

Don Stanislaw recuerda que una vez su «jefe», que residía en el Colegio polaco en la plaza Remuria, había invitado a comer al patriarca de Venecia. El cardenal Luciani aceptó la invitación y así también él tuvo ocasión de conocerle; le sorprendió entonces la gran espontaneidad del futuro Papa. En ese mismo periodo, el arzobispo de Cracovia conoció también al cardenal Joseph Ratzinger; el 25 de agosto, don Stanislaw acompañó a «su» cardenal al Cónclave que, según las previsiones de los observadores, debía de ser largo y fatigoso. Pero los hechos desmintieron las previsiones: el día después, a las 18, la «fumata bianca» de la Capilla Sixtina anunciaba la elección de Albino Luciani como Sumo Pontífice.

Don Stanislaw se quedó con el cardenal Wojtyla en Italia hasta el 5 de septiembre. El 30 de agosto el arzobispo de Cracovia fue recibido por Juan Pablo I en audiencia privada. El 1 de septiembre, Wojtyla y Dziwisz se acercaron a Turín, donde residía el arzobispo Anastasio Ballestrero (ese viaje fue también la ocasión para rezar ante la Sábana Santa); el 3 de septiembre se celebró la solemne misa por el inicio del pontificado con el tradicional homenaje de los cardenales al nuevo Pontífice. El 5 de septiembre tomaron un avión para Varsovia y el 6 estaban de nuevo en la residencia de los arzobispos de Cracovia.

La vida parecía volver a su anterior estado. El cardenal Wojtyla viajaba mucho y don Dziwisz lo acompañaba por todas partes. De vuleta a Roma, sólo en ese mes de septiembre fueron al santuario de Kalwaria Zebrzydowska, a Tarnów, a Olsztyn, a Katowice y a Czestochowa. Del 20 al 25 de septiembre Wojtyla, junto con una delegación del episcopado polaco, conducido por el primado Stefan Wyszynski, hizo una histórica visita a Alemania. El 28 de septiembre don Stanislaw acompañó al cardenal a la catedral de Wawel (...).

El día después, don Stanislaw estaba desayunando con su obispo cuando en la habitación entró excitado el chófer de la Curia, Józef Mucha, y con un hilo de voz dijo: «Juan Pablo I ha muerto». Wojtyla quedo sobrecogido y murmurando: «Es una cosa inaudita, inaudita...», se retiró a su habitación. De allí, en breve, el secretario lo vio postrarse en la capilla, donde permaneció mucho tiempo.

Don Stanislaw recuerda bien aquellas palabras pronunciadas por el cardenal durante la homilía de la Misa por el Pontífice difunto... Mostraban su estado de ánimo: «Todo el mundo, toda la Iglesia se plantea la pregunta: "¿Por qué?"[...]. No sabemos cuál es el significado de esta muerte para la Sede Apostólica. No sabemos qué quiere Cristo decir a su Iglesia y al mundo a través de esta muerte».

Pero para el secretario la muerte del Santo Padre significaba que de nuevo era necesario preparar las maletas y organizarse para ir a Roma. Se planteaba el mismo escenario de agosto... Pero para Karol Wojtyla esta vez fue otra cosa. Estaba más meditabundo, aunque no manifestara sus sentimientos.

El 3 de octubre don Stanislaw aterrizó junto con el cardenal en Fiumicino; inmediatamente se acercaron a San Pedro para darle un homenaje al cuerpo del Papa Luciani. El 14 de octubre el secretario acompañó al cardenal Wojtyla al Cónclave, pero antes visitaron a monseñor Andrzej Maria Deskur, viejo amigo de Wojtyla, internado en el hospital Gemelli por una hemorragia cerebral. A las 16:30 comenzó el Cónclave que debía elegir al 264º obispo de Roma.

–Eminencia, ¿qué sucedió el 16 de octubre de 1978?

–En los días del Cónclave iba yo también a la plaza de San Pedro entre la multitud a esperar con impaciencia la elección del Papa. Estaba allí también la tarde del 16 de octubre, cuando el cardenal Pericle Felici pronunció el nombre del elegido. ¡Era mi obispo! Fue una alegría inmensa, pero al mismo tiempo me quedé como petrificado.

En un momento recordé cuando todo había comenzado: precisamente doce años antes, un día de octubre de 1966 el entonces arzobispo metropolitano de Cracovia, Karol Wojtyla, me invitó a verle.

Yo tenía entonces veintisiete años y era un joven sacerdote: sólo tres años antes había recibido de sus manos la consagración sacerdotal. Durante aquel encuentro me había pedido que le ayudara aceptando el cargo de secretario personal. Mientras todavía estaba yo acabando de preguntar: «¿A partir de cuándo?», escuché la respuesta: «¡Desde ahora!». Al día siguiente comencé a ejercer.

Entonces no me daba cuenta de que había emprendido la aventura más importante de mi vida. El puesto del secretario del arzobispo de Cracovia era importante, no hay duda. Pero no podía prever los escenarios futuros de esa llamada, no podía prever que un día, tras doce años con Wojtyla en Cracovia, en la plaza de San Pedro, habría de escuchar las palabras: «Habemus Papam, eminentissimum ac reverendissimum Dominum, Dominum Carolum, sancte Romanae Ecclesiae Cardinalem Wojtyla, qui sibi nomen imposuit Ioannis Pauli Secundum» (...).

–Mucha gente percibió la gran serenidad de este «desconocido» arzobispo de Cracovia a la hora de afrontar una tarea que parecía sobrehumana, que habría podido asustar a cualquiera: la de convertirse en pastor de la Iglesia universal...

–Reflexionando sobre este hecho, pienso que toda la vida precedente, tanto personal como sacerdotal, de Karol Wojtyla había sido una preparación para esta misión única y dificilísima. Él ha vivido en tiempos muy duros para la nación polaca: la ocupación nazi, primero, el régimen comunista, después.

La Iglesia en Polonia ha sido por más de cuarenta años la única institución de oposición a este sistema ateo extraño a la tradición y a la cultura polaca, el único baluarte de defensa de los derechos del hombre, incluido el de la libertad religiosa.

En aquellos años difíciles, el cardenal Wojtyla sostuvo la sabia e iluminadora política del primado de Polonia, el cardenal Wyszynski, para salvar la identidad espiritual de la nación.

–¿De dónde sacaba su cardenal, y luego Papa, la inspiración y la fuerza para moverse en una situación tan delicada?

–Yo he sido probablemente el testimonio más cercano a la vida y a la misión pastoral del cardenal Wojtyla. Puedo testimoniar, y me toca muy profundamente, que toda su actividad (sus encuentros con la gente, las decisiones a tomar, las visitas pastorales, el nuncio de la palabra de Dios, las actividades académicas) estaba imbuida por la oración. La oración era el centro de esa vida suya, sólo aparentemente frenética (...).

Este encuentro con Jesús le infundía también esa gran paz y esa alegría espiritual que eran evidentes para todos, y le daba la energía que necesitaba para el servicio a la comunidad de la que era pastor. Y, a pesar de todas las obligaciones, encontraba también tiempo para cultivar la amistad, y para tener momentos de descanso, para salir a la montaña, para esquiar...

Fue esta misma cercanía de Jesús la que le dio también la gran tranquilidad que demostró a la hora de afrontar el desafío más importante de su existencia. Yo estaba sorprendido, pero, desde el primer día, él se sintió en el Vaticano como en su casa. Aprendió muy rápido a «hacer de Papa», pero en su nueva misión tuvo siempre en cuenta las precedentes experiencias polacas. Estaba orgulloso de la cultura y de la historia tanto de la nación como de la Iglesia polaca, que consideraba la raíz de su identidad. Pero esta profunda radicación en la cultura católica y nacional no le impedía abrirse con facilidad a otras culturas, experiencias, tradiciones y a otros contextos.

Obviamente, en esta propensión suya verdaderamente singular hacia el prójimo concurrieron también la sólida formación intelectual y filosófica del Papa, la capacidad de escucha y de reflexión, el conocimiento de las lenguas. Sabía interpretar muy bien el mundo contemporáneo y los desafíos que le aguardaban, con sus oportunidades y sus peligros (...).