Coronavirus

¿En qué se parecen el SARS-CoV-2 y el ébola?

Una investigadora española analiza la historia de ambos y compara las diferencias y similitudes entre los dos grandes virus, ambos zoonoticos y con un origen lejano en murciélagos, protagonistas de la última década.

La sola idea de que el virus del Ébola, que los occidentales consideran una tragedia lejana y ocurrida fuera de nuestras fronteras, pueda compartir características con el nuevo coronavirus, que trae en jaque a la población mundial desde finales del año pasado, produce escalofríos. Pero así es: el origen de ambos es una zoonosis (pasan de los animales al hombre, y posiblemente viceversa) y su “pariente” lejano son los murciélagos. En el caso del SARS-CoV-2 se considera que, posiblemente, el salto al contagio a humanos se hizo a través de un hospedador intermedio (como aves, civetas, cerdos u otros animales) mientras que, en el Ebolavirus, estos mamíferos son el origen directo, ya que, dadas las cambiantes condiciones sociales y ambientales de África, pudieron entrar fácilmente en contacto con la población nativa.

La relación entre ambos, su historia, sus conexiones y el desarrollo que han tenido en el mundo, han centrado el trabajo de la investigadora Esperanza Gómez-Lucía, del departamento de Sanidad Animal y co-directora del grupo Virus Animales de la Universidad Complutense de Madrid (UCM), que ha profundizado en la “personalidad” de los dos virus “culpables” de las mayores emergencias sanitarias de los últimos 10 años.

El virus del Ébola fue descubierto en 1976, y su brote más letal fue el de África Occidental de 2014-2016. A punto de cerrar la segunda década del nuevo milenio, ha entrado en escena el SARS-CoV-2, menos letal pero más repartido por el mundo, con más de 22 millones de casos. ¿Cual es la historia previa que ambos comparten?

Los inicios

En 1967, 31 personas se infectaron en laboratorios de Marburgo (Alemania) y Belgrado (República de Serbia) a partir de células procedentes de monos africanos de Uganda. Murieron siete (22,6%), con síntomas hemorrágicos. Desde 1975 se conocen pequeños brotes de fiebres hemorrágicas en África, pero la gran explosión de esta enfermedad ocurrió en 1976, cuando más de 500 personas en un pequeño pueblo de la entonces Zaire (actual República Democrática del Congo) padecieron una fiebre hemorrágica, que presentó una mortalidad superior al 90%. Esta localidad está a orillas del río Ébola, por lo que la enfermedad recibió ese nombre. Se pudo comprobar que todos los episodios previos, incluidos los de Marburgo y Belgrado, habían sido producidos por virus muy similares, que hoy en día conforman la familia Filoviridae, por el aspecto de cinta o hilo de las partículas víricas. El brote que más ha preocupado a la población europea y americana ha sido el que comenzó en 2014 en Guinea, y se extendió principalmente a los países limítrofes Sierra Leona y Liberia. Cuando el brote se dio por finalizado, el virus había infectado a cerca de 28.600 personas, de las que fallecieron 11.323. Entre ellas estaban Manuel García Viejo y Miguel Pajares, los dos sacerdotes españoles que habían estado colaborando in situ en la lucha contra la enfermedad. Este brote es conocido a nivel mundial porque afectó a personas occidentales, pero eso no significa que no se hayan dado más, ya que se acaba de controlar uno que comenzó en junio de 2018 en la República Democrática del Congo y que ya ha matado a 2.300 personas, el 66% del total de más de 3.500 infectados.

Por su parte, el SARS-CoV-2 es el segundo de su clase de virus. En el año 2002, se diagnosticaron en la provincia china de Guangdong una serie de casos de problemas respiratorios, producidos por un coronavirus, que recibieron el nombre de neumonía grave y aguda (SARS). Rápidamente se expandió por el resto de China y países limítrofes y algunas personas infectadas viajaron a países occidentales, como Canadá, EEUU e incluso España. Este proceso afectó a 8.100 personas y presentó una mortalidad del 9,6%, pero fue rápidamente controlado y el virus se dio por erradicado. En diciembre de 2019, surgió en Wuhan (China) una enfermedad con características similares, producida por un coronavirus que presenta cierta homología con el del año 2002 y que, por tanto, ha pasado a denominarse SARS-CoV-2.

Así se contagian

En el caso del virus del Ébola, la tradición también juega a favor del contagio, ya que el virus se transmite principalmente por contacto, bien directo con la persona enferma, o bien indirecto con los objetos que ésta ha tocado (fómites). En esta enfermedad juegan un papel importante las intensas relaciones entre el enfermo y sus parientes o amigos, que suelen desvelarse para que el enfermo encuentre confort en su enfermedad.

El SARS-CoV-2, por su parte, entra por la mucosa oronasal, bien al aspirar gotículas o aerosoles con virus o bien al tocarse la cara con las manos infectadas por virus. Por ello, es un virus fundamentalmente respiratorio. La enfermedad puede cursar desde asintomática hasta una neumonía grave con gran dificultad respiratoria, que requiere de respirador para mantener la oxigenación de los tejidos. Esto se puede acompañar de tos y fiebre. Un aspecto fundamental es que, si las defensas inmunitarias no son capaces en los primeros días o semanas de controlar la infección, se desata lo que se conoce como ‘tormenta de citocinas’. En breve, lo que ocurre es que el sistema inmunitario lucha con la infección y su reacción desmedida produce una inflamación exagerada que pone en serio peligro la vida del enfermo. Ebolavirus infecta y destruye las células que tapizan el interior de los vasos sanguíneos. De esta forma, la sangre no puede contenerse en el aparato circulatorio y fluye libremente por tejidos y hacia el exterior; sangre cargada de partículas víricas que van a transmitirse fácilmente a otras personas. El paciente muere frecuentemente por estas hemorragias internas y externas.