Opinión

Tecnología del sueño: una oportunidad que merece pausa

Los «wearables» van a revolucionar el diagnóstico de sus alteraciones y otras patologías, pero su impacto dependerá de cómo se integren en la práctica médica

Estos dispositivos son capaces de registrar variables como la frecuencia cardíaca, los movimientos nocturnos o las fases del sueño
Estos dispositivos son capaces de registrar variables como la frecuencia cardíaca, los movimientos nocturnos o las fases del sueñoFREEPIKLA RAZÓN

La tecnología ha transformado profundamente el diagnóstico médico en las últimas décadas. Basta pensar en cómo la imagen médica –desde la resonancia magnética hasta la tomografía computarizada y ecocardiografías– ha revolucionado la forma en que vemos el cuerpo humano. Hoy, una nueva generación de herramientas personales –relojes, pulseras, anillos inteligentes– promete hacer algo similar con la salud, y en concreto, con el diagnóstico y monitorización del sueño: convertir lo invisible en visible, lo subjetivo en medible.

Estos dispositivos, capaces de registrar variables como la frecuencia cardíaca, los movimientos nocturnos o las fases del sueño, abren una puerta inédita para detectar y seguir trastornos como la narcolepsia, la apnea o el insomnio. Y lo hacen desde el entorno cotidiano del paciente, sin cables, sin laboratorios, sin noches artificiales. Es un cambio de paradigma.

El mercado europeo de estos dispositivos no para de crecer: en 2023, el segmento de «wearables» para el seguimiento del sueño superó los 3.500 millones de dólares y se estima que duplicará su tamaño para el año 2030, alcanzando los 7.300 millones. Esta expansión tecnológica promete transformar la medicina del sueño, pero como todo cambio profundo, conviene abordarlo con matices.

Porque si bien estas tecnologías pueden contribuir como nunca antes a agilizar el diagnóstico, también nos obligan a repensar qué entendemos por «diagnosticar». ¿Es suficiente con tener datos? ¿Vemos un futuro (cercano) en el que el diagnóstico se base únicamente en lo que nos informe el algoritmo? ¿Seguirá teniendo el mismo papel el juicio clínico, la experiencia del facultativo, la escucha activa y el contexto vital del paciente?

La medicina del sueño ha sido históricamente un terreno complejo, donde los síntomas son difusos, los diagnósticos tardíos y los tratamientos, muchas veces, insatisfactorios. En ese escenario, contar con registros continuos y objetivos puede marcar una diferencia real. Pero sólo si sabemos cómo interpretarlos. Sólo si los incorporamos como complemento —no sustituto— del juicio clínico, sin perder de vista que detrás de cada gráfico hay una persona que no duerme, que no descansa, que no puede más.

«Estos registros pueden ayudar al paciente a explicar lo que ocurre»

En ese sentido, el papel de los profesionales sanitarios es más necesario que nunca. Integrar esta nueva información requiere formación, herramientas de análisis, y sobre todo, tiempo para conectar los datos con la historia clínica, el estilo de vida y las necesidades del paciente. La tecnología aporta información; el juicio clínico, contexto y sentido. Incorporar estos dispositivos a la consulta no es solo una cuestión técnica, sino cultural y ética.

Además, estos registros pueden cumplir una función inesperadamente valiosa: ayudar al paciente a explicar lo que le ocurre. Muchas veces, quien sufre un trastorno del sueño no encuentra las palabras para describir su experiencia. No habla el mismo lenguaje que el profesional sanitario. En ese vacío, los datos pueden actuar como puente. Pueden traducir sensaciones difusas en patrones observables, y facilitar así una conversación más clara, más empática, más útil. No se trata de que el dato hable por el paciente, sino de que le dé voz.

Por supuesto, hay cuestiones estructurales que no podemos ignorar: la calidad de los datos, la validación científica de los algoritmos, la interoperabilidad entre plataformas, la protección de la privacidad. La tecnología no es neutra. Y su impacto dependerá de cómo la integremos en los sistemas de salud, de qué preguntas le hagamos, de qué decisiones tomemos a partir de sus respuestas.

Estamos ante una oportunidad real de transformar el diagnóstico del sueño. Pero no se trata solo de adoptar nuevas herramientas, sino de construir una nueva cultura clínica: más abierta a la innovación, sí, pero también más consciente de sus límites. Porque el sueño –como la salud en general– no se mide solo en datos. Se vive, se sufre, se cuenta. Y ahí, la tecnología puede ser una gran aliada. Siempre que sepamos escuchar más allá de lo que registra.