
Coronavirus
El síndrome del falso paciente con coronavirus se multiplica
Se toman la temperatura de manera compulsiva y sienten cada síntoma del Covid-19 pese a estar sanos
Marcos se levanta antes de que suene el despertador. Su organismo, dice, también está en estado de alerta y no consigue conciliar el sueño. Lo primero que hace es consultar el móvil, ojear Twitter, los diarios digitales y, por supuesto, los centenares de WhatsApp que ha recibido durante la noche.
En todos se habla de lo mismo: coronavirus. Luego desayuna con la radio puesta y, más de lo mismo, conecta la televisión y sigue con el asunto: los síntomas, los fallecidos, los contagiados... «Siempre he sido bastante hipocondriaco, y ahora, con esta situación lo estoy pasando fatal. Por una parte siento que necesito saber lo que pasa a cada segundo, pero luego me encuentro mal. Me pongo el termómetro cada dos por tres para comprobar si tengo fiebre, siento que me duele la cabeza, que toso demasiado... Es una angustia», nos relata por teléfono este madrileño de 38 años.
Su caso no es el único, el aislamiento y la sobreinformación ha desatado el «boom» de los que se conoce como los «falsos pacientes», es decir, todas aquellas personas sanas que somatizan todos los síntomas que escuchan que padecen aquellos que están infectados por el Covid-19. «A mí me entra la paranoia enseguida. De repente siento calor en todo el cuerpo y voy a ponerme el termómetro, pero nada, no sube. Empiezo a pensar con quién he estado, en la gente de la academia donde preparo las oposiciones, en el gimnasio... Luego analizo el tiempo que puede tardar en dar la cara el virus y... Me pongo fatal», asegura Sheila que entre toma y toma de la temperatura sigue con sus estudios para el cuerpo de la Policía Nacional.
Ella reconoce que no hay que creerse todos los mensajes que pasan por las redes sociales, «pero la cabeza es muy traicionera, y como nadie sabe realmente lo que es este maldito virus pues uno no para de darlo vueltas», confiesa. Leticia, que es autónoma y regenta la madrileña peluquería Ailobiu, en Villaverde, relata que su agobio no es solo por su salud, sino también por la de su negocio. Ella ha decidido cerrar, por su bien, el de sus trabajadoras y el de la clientela, pero teme que después las ayudas no lleguen y situación laboral empeore.
«Todo esto me genera impotencia a lo que tengo que sumar que a lo largo del día pienso que tengo alguno de los síntomas que se dicen que padecen los contagiados: tos, picor de ojos, fiebre... Trato de distraerme, pero creo que cuando pase todo esto voy a necesitar ayuda psicológica», lamenta. Blanca tampoco se queda corta.
Se ha dedicado a «desinfectar» toda la casa y anoche, tras bajar a la calle para tirar la basura se desnudó en el portal para no «contaminar» su domicilio. «Me quedé en bolas en el umbral del portal, metí luego toda la ropa en la lavadora en un programa a 100 grados y todo me ha encogido. Es una locura, estoy obsesionada. Para colmo ha venido mi vecina a traerme paracetamol y claro, al tocar la bolsa, otra vez vuelta a empezar. Lejía por toda la casa, tanto, que me estoy mareando. Yo no era hipocondriaca y ahora estoy fatal, me ha hecho un click en el cerebro», confiesa. De hecho, esta experta en Marketing nos relata que ha escuchado que es bueno hacer gárgaras con agua caliente y vinagre «y ahora me escuece muchísimo».
«Lo que nos genera esta situación en la que estamos todos inmersos es miedo e incertidumbre, lo primero porque nunca hemos vivido algo así, no existe un precedente, y lo segundo por falta de información futura o de desenlace», argumenta Jesús Matos, psicólogo experto en trastornos de ansiedad y equilibrio mental.
Para él, la clave que explica este síndrome es que la expansión del Covid-19 ha roto las «creencias sanas», es decir, que vivimos en un mundo seguro y que lo malo les suele ocurrir a otros. «Hasta hace una semana se confiaba en que el Estado siempre iba a protegernos y de repente un evento externo rompe esa falsa seguridad a la que nos atamos. Ahora todos nos vemos totalmente vulnerables y desconfiamos de todo», apunta. El aislamiento en solitario, según Matos, es un factor que puede agudizar la sensación de enfermedad en personas sanas. «La hipocondría es una mala interpretación de un síntoma físico. Se focaliza la atención en una determinada zona y al final se acaba sintiendo un dolor que no es real. Por ejemplo, pensamos que nos duele la cabeza y solo con la tensión muscular que ejercemos, nos estamos provocando ese dolor nosotros mismos», dice.
En la misma línea orienta su argumentación el psicólogo Ricardo Pascual, profesor en la Universidad Europea: «El aislamiento magnífica todo, aunque no sea más que por el hecho de que no tenemos otra cosa que hacer». Para él, monitorizarse el cuerpo no es bueno, dice Pascual, al menos no constantemente: «La hipervigilancia solo provoca angustia y estrés, encontramos síntomas donde no los hay. Si hacemos de nuestro cuerpo el centro de atención lo haremos fisiológicamente más grande», sentencia. Como consejo de los expertos: buscar un ocio individual, el «mindfulness» y «desconectarse» con frecuencia de la sobreinformación.
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