Sociedad
Kevin, el confinamiento del último hombre bala
Este joven de 25 años es la nueva estrella del Circo Coliseo, aparcado desde hace más de dos meses en San Martín de la Vega. Junto al resto de los artistas de la compañía, de tres nacionalidades, pasa las horas esperando el momento de poder retomar el vuelo
El Coliseo que se erigió en San Martín de la Vega hace ya más de dos meses es ahora una alegoría perfecta de la situación del país. En el descampado del final del pueblo permanece dormido el circo de Francisco de la Torre. Solo la chapa colocada a la entrada con el nombre de la compañía y el enorme cañón del hombre bala identifican este asentamiento de tráileres. El coronavirus obligó al Circo Coliseo a desoír la máxima de cualquier artista. No, el show no podía continuar. Aterrizó el 9 de marzo en este pueblo madrileño después de haber triunfado en Rivas. Y el despliegue fue inmediato. Se montaron dos de las tres carpas –las que cabían en una plaza tan pequeña–, las gradas, el escenario, las luces... el día 13 estaba todo preparado para el debut, pero horas antes de la función, una patrulla de la Policía Local, orden en mano, les conminó a clausurarlo por riesgo de contagio. El cierre del Coliseo fue un aviso de lo que sucedería solo dos días más tarde, cuando llegó el decreto que obligó a confinar a todo un país. «No hemos estado nunca tanto tiempo parados en un sitio», lamenta Cristina Forniciari, la mujer del dueño. La vida de circo es nómada. Una semana en una plaza, recogida de bártulos y rumbo a la siguiente. La compañía tiene contratados a 34 profesionales, entre artistas y montadores, de más de tres nacionalidades. Los que no pudieron irse a su lugar de origen cuando se decretó el Estado de Alarma han tenido que permanecer en San Martín de la Vega, aunque el Ayuntamiento les instó a marcharse. «Nos devolvió incluso el dinero del alquiler del terreno. No sé por qué, no nos querían allí, pensarían que somos gente problemática, lo desconocido siempre asusta», apunta Fornaciari. Lo cierto, es que la mayoría de los artistas tiene domicilio físico, pero pocos lo perciben como su verdadero hogar. «Pretendían que dejáramos el material y los traíleres, pero, ¿cómo íbamos a abandonarlo todo?», prosigue. La Guardia Civil intervino y convenció a la administración local de que lo más sensato era que se quedaran en el pueblo. Al final, el alcalde reculó y les cedió el terreno sin coste alguno. «Se han portado bien, no podríamos haber pagado el arrendamiento tanto tiempo».
En San Martín de la Vega llevan casi tres meses y el hastío empieza a hacer mella entre la plantilla. Como todos los ciudadanos del país, salen poco de sus casas y tan solo se ve ensayando por las tardes a Jastin Adam, el niño malabarista, y a Samira y Kaisa, las nietas de Cristina y Francisco de la Torre. Con 10 y 7 años actúan como verdaderas profesionales contorsionistas con un show propio, entrenadas por su madre, que desde que dejó al león que domaba a cargo de un familiar, «asediada» por los escraches de los animalistas, no interviene en el espectáculo. Ahora las menores reciben clases telemáticas, pero cuando están de gira van al colegio como cualquier otro niño. El Ministerio de Educación les asigna un profesor, que les acompaña allá donde vayan. «De hecho, ahora una de las demandas de los profesionales para unirse a la compañía, es que ésta cuente con escuela para no tener que dejar a los hijos en un internado», comenta Cristina. La profesión circense se hereda de padres a hijos y muy pocos optan por un camino diferente. «Aunque hay casos. De este circo han salido una veterinaria y un profesor de Educación Física», apostilla. No ha sido su caso. Esta mujer que sobrepasa la cincuentena, italiana de nacimiento, pasó su niñez recorriendo el país transalpino, de una plaza a otra, con la compañía de sus padres hasta que se separaron. «Mi madre montó después un restaurante y me ofreció trabajar con ella. Pero yo preferí el circo». Su número de equilibrios con espadas llegó a ser el más aclamado, que mantuvo incluso hasta después de casada en el circo de su marido. «A los 40 lo dejé, el físico ya no me acompañaba», admite.
Ahora la estrella es su hijo Kevin, el hombre bala. Es el único en España y de los pocos que quedan en Europa. Este joven de 25 años decidió tomar el relevo de Luis Taylor, un profesional del vuelo retirado ya en Miami. Su última gira la hizo hace dos años con el Circo Coliseo y Kevin quedó deslumbrado. «Sé que es una profesión legendaria que solo se hereda, pero yo quería ser como él». Así que se marchó con Taylor a Florida cuando a éste se le terminó el contrato. Entrenó duro un año y tan fuerte se creó el nexo entre maestro y alumno, que Taylor aceptó alquilarle el cañón que construyó su bisabuelo. «No puede vendérmelo, es algo de la familia», defiende. El pupilo prometió mantener en secretó su funcionamiento y también, que «no dejaría a nadie meterse dentro». Los rumores dicen que en un lateral de la boca están las fotografías de las tres generaciones de Taylor que han sido proyectados por el gran cañón. «Por supuesto que nunca me he planteado otro estilo de vida, no considero que me esté perdiendo nada, al contrario, conozco mucho más que otros jóvenes de mi edad», asegura mientras termina de pintar el artefacto. Supervisa la tarea su padre, Francisco de la Torre. Nacido en Módena hace 63 años, es nieto de Mr. Sabas, propietario del Circo Totti, tan famoso en Canarias que incluyeron el nombre en el callejero de Las Palmas. A su abuelo lo mató un león, «pero eran otros tiempos». Francisco continuó con la tradición familiar, se convirtió el domador y trabajó como tal en el circo de su padre, el circo España y luego en el suyo propio, el Coliseo, hasta que la edad se lo permitió. «Ahora me dedicó al papeleo», dice, resignado por la cantidad de normativa que hay en España. «En Italia es mucho más fácil todo, el circo se percibe allí como un espectáculo cultural y se subvenciona». Claro que hay diferencias.
Una imagen tergiversada
En España persisten más los clichés que se asocian al mundo circense. «Las películas han hecho mucho daño, no hay bailarinas correteando y saltando en la cama elástica. No vivimos en una comuna, no dormimos todos juntos. Es indignante cómo se ha adoctrinado a los niños, no maltratamos a los animales, son nuestra familia», interviene su mujer. Por los escraches de los animalistas, el Circo Coliseo dejó de incluirlos en sus funciones hace un año. «En Ciudad Real me rayaron el coche y me llamaron asesina», prosigue, indignada, Fornaciari. Pese a todo, «el espíritu del circo no ha cambiado, lo que han evolucionado son los espectáculos. Sigue despertando la misma ilusión, sino, no seguiríamos funcionando». Aunque critica que aún persiste cierto maltrato. «No entiendo por qué nos ridiculizan. Cuando alguien dice ‘‘esto no es un circo’’, siempre les invito a decir mejor ‘‘esto no es el Congreso’’». Francisco trata de encauzar la conversación a un tono más amable. Su único deseo es poder debutar en San Martín de la Vega. «Nosotros, desde luego, nos vamos a acordar mucho del pueblo por esta desgracia. Queremos, de la misma manera, que los vecinos nos recuerden, pero por el gran espectáculo que les vamos a dar».
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