Coronavirus

Radar COVID o rastreadores: ¿qué es lo más efectivo?

Lo ideal sería combinar ambos. Para ello habría que contratar a más personal y formarle en educación tecnológica

Son ya siete las autonomías que tienen disponible la app
Son ya siete las autonomías que tienen disponible la appCarlos BarbaEFE

Y la carrera ha comenzado. Por un lado, con toda la tecnología disponible a su alcance, la capacidad para llegar a millones de personas en un instante y la potencia de procesamiento de datos de los grandes laboratorios, está Radar COVID, la aplicación española para detectar posibles contagios y evitar sumar más infecciones. En la otra esquina, los rastreadores. Seres humanos cuya misión es recoger información sobre los movimientos realizados en los últimos días por una persona que ha dado positivo por Covid-19.

Gracias a ellos se sabe con quienes tuvo contacto, qué sitios visitó y se puede retroceder en el tiempo de un modo mucho más directo y efectivo que con un programa. Su mayor baza es el contacto humano: quienes dicen que las aplicaciones violan su privacidad, podrían inclinarse más a confiar en un ser humano (aunque los favoritos de las conspiraciones siempre encontrarán una excusa para rechazar a los rastreadores). Son efectivos, pueden responder preguntas y profundizar en la información proporcionada, lo que enriquece todo el sistema. También tienen la virtud de no tratarse de un sistema: no precisan adaptaciones para ciegos, su lenguaje es comprensible para personas de cualquier edad y no requieren activar configuración en el móvil.

¿Su defecto?

Se precisan miles para que su tarea sea efectiva y produzcan los frutos perseguidos ya que no es lo mismo hablar con alguien que estuvo en contacto con 3 personas que tener que llamar a 50 o más contactos. Algo que ralentiza mucho los tiempos de control de la epidemia.

Por otro lado, las aplicaciones no son santo de devoción de muchos ciudadanos. Temor a la privacidad, pocas descargas lo hacen ineficaz, puesta en marcha con ensayos realizados en una isla y con simulaciones y no adaptado para personas ciegas: unas 60.000 en España pero que en total, de acuerdo con la ONCE, llegan a los 980.000 si hablamos de discapacidad visual.

Es obvio que ambos sistemas tienen ventajas y que éstas, de un modo lógico, suplen los defectos de la otra. Por lo tanto, en un escenario ideal, lo correcto sería que se recurriera a ambas. Para ello es necesario, primero, capacitar a los rastreadores, aprovechar la enorme disponibilidad de personas desempleadas con conocimientos y pagar por un trabajo digno: no se trata de un gasto, sino de una inversión en prevención y como tal habría que contemplarla.

Por otro lado, los responsables de las aplicaciones deberían dejar muy claro que solo se precisa la ubicación para saber dónde se encuentra el usuario de la «app», sin que ello implique saber su nombre, número de teléfono, dirección, edad u otros datos personales. La educación tecnológica debe incidir en este aspecto, de lo contrario todo lo bien que pueden hacer los rastreadores humanos, se perderá si no cuentan con la tecnología de su parte.

No se trata, por lo tanto de una carrera o un combate como lo presentamos inicialmente, sino de un trabajo de cooperación y probablemente ese sea el mayor desafío en estos tiempos.