"Followers" en la Iglesia

¿Un jesuita con más tirón que el Papa?

El sacerdote José María Rodríguez Olaizola podría llenar el Wanda Metropolitano con los más de 65.000 fieles de su retiro online de adviento

El teólogo y sociólogo ovetense de 50 años es el alma del proyecto «Rezandovoy», una app que ofrece un podcast diario con una oración guiada
El teólogo y sociólogo ovetense de 50 años es el alma del proyecto «Rezandovoy», una app que ofrece un podcast diario con una oración guiadaJesús G. FeriaLa Razón

Podría haber colgado el cartel de «no hay billetes» en el Wanda Metropolitano. Como en un derbi. A lo OT o a lo Shakira. Sin despliegue alguno más que un atril y un micro. No necesita más. No necesitó más, cuando el pasado fin de semana convocó un retiro espiritual online de adviento. Para los profanos: una mañana de reflexión guiada, silencio y eucaristía para preparar la Navidad del coronavirus. En directo, más de 30.000 personas siguieron a un cura que se presentó a su auditorio con camisa blanca, gafas de pasta y un tímido «Bueno, pues… Finalmente aquí estamos. ¡Buenos días!».

Una semana después de la convocatoria, más 65.000 se han conectado para escuchar las meditaciones del jesuita José María Rodríguez Olaizola a través de su canal de YouTube y subiendo. Unos datos de audiencia digital por encima de la media del canal en internet del Vaticano y del vídeo mensual de oración que ofrece el Papa en redes, al menos en español.

«Me impresiona ver las cifras y lo vivo con responsabilidad, porque supone la constatación de cuánta gente está buscando sentido creyente a todo esto que está pasando», deja caer este director espiritual «de masas» cuando el CIS de Tezanos parece ir racaneando mes a mes el número de quienes se confiesan católicos. «No me podía imaginar que un formato de tres horas que plantea frenar en seco en medio de la vida, en el que se invita a quien participa a rezar en la intimidad, pudiera tener una respuesta multitudinaria», comenta el religioso, que antes de la pandemia congregaba a 400 personas en un auditorio o en un templo para lo que se consideraba ya un macro retiro. Durante el confinamiento, los jesuitas de la icónica parroquia madrileña de San Francisco de Borja experimentaron el tirón de sus eucaristías telemáticas diarias y dominicales.

«Detrás de una propuesta como ésta hay mucho trabajo, también en la parte técnica, para que sea sencillo, pero de calidad. Es muy importante no perder de vista el objetivo: no se trata de ganar visitas ni alimentar un canal, tampoco de dar visibilidad a una persona, sino anunciar al Evangelio».

Ahora ha logrado romper la barrera de la pantalla, colándose en un salón de catequesis o en la capilla de un convento. «Me han enviado fotos de comunidades religiosas que lo estaban siguiendo juntas, grupos de laicos en un templo, familias en su casa», constata sobre los «followers» que lo mismo conectaban de Vallecas que de Camboya. «Ayer me llegó un mensaje de Bulgaria, aunque me ha sorprendido especialmente el seguimiento en EE UU. O lugares como Haití, en un contexto radicalmente diferente, pero con preguntas de fondo comunes», aborda.

Él intenta dar respuestas. Pero no a la manera de un telepredicador, un orador engolado o un instagrammer ávido de «me gustas». Habla de forma pausada. Sin levantar la voz, casi entre susurros. A veces cabizbajo. Reflejo de un discurso sin exaltaciones ni radicalismos. «En un mundo que tiende a polarizarse y que entiende todo como un debate donde no hay posibilidad de escuchar al otro, nuestra misión es tender puentes en un contexto en el que eso se tacha de buenismo e ingenuidad», plantea frente a los sermones catastrofistas, que también los hay para combatir el terror de la pandemia. No en vano, ese era uno de los ejes de su retiro que convocó bajo el lema «La hora de la (des)esperanza: Ser mensajeros de paz».

El gancho de Rodríguez Olaizola viene de lejos. Este teólogo y sociólogo ovetense de 50 años es el alma del proyecto «Rezandovoy», una app que ofrece un podcast diario con una oración guiada de unos diez minutos a partir de las lecturas bíblicas del día, meditación y canción incluidas. Además, sus escritos son best-sellers, entre ellos su consagrado «Bailar con la soledad» (El Pozo de Siquem) –que acumula 14 ediciones–, «En tierra de todos» –seis ediciones–, o el reciente «La Palabra desencadenada», donde recoge sus homilías y poemas escritos durante el confinamiento: «Llevo años convencido de que, como Iglesia, tenemos una responsabilidad enorme: estar en las tierras de nadie, en lo eclesial, en la política, en la cultura…».

Rodríguez Olaizola tampoco se escapa a la multitarea ligada a la falta de vocaciones. Además de organizar ejercicios espirituales, de escribir, de estar al quite de la comunicación de los jesuitas en España, es superior de su comunidad con 19 hermanos a su cargo. También acompaña en el tú a tú a jóvenes y adultos, y está implicado en la actividad pastoral de San Francisco de Borja. «A veces puede generarte la sensación de que estás a todo y a nada, pero intento organizarme». No cree que las restricciones del coronavirus hayan supuesto un golpe de gracia a la asistencia a misa o al compromiso de los fieles. «La gente ha vuelto, pero se autogradua. Es verdad que, al principio, volvían tanteando y con cuentagotas hasta confirmar que la seguridad y la higiene estaban garantizadas».

¿Lo de este retiro podría ser un caramelo para alimentar su ego? «Solo soy un intermediario, conozco mis pies de barro. La gente no tiene hambre de Olaizola, sino hambre de Cristo. Lo único que hago es traducir el Evangelio, hacer ver que las parábolas de Jesús están hablando de sus vidas», despeja por la escuadra. Tampoco le preocupa verse desbordado o cuestionado al situarse en un púlpito mediático preferente. “Voy ganando cintura con los años. Al principio, cualquier ataque o comentario me dolía más. Ahora entiendes que es el precio que hay que pagar”.