Inmunizados
Las vacunas contra la covid no modifican el código genético
Un mensaje difundido en redes sociales afirma que los inmunizados perderían sus “derechos humanos”
Desde hace tiempo circula un mensaje por redes sociales (otro más) que asegura que los pacientes que son vacunados contra la Covid-19 se convierten en Organismos Genéticamente Modificados (GMO, por sus siglas en inglés) y, por tanto, pierden sus «derechos humanos». De acuerdo con lo publicado, a quienes se les ha administrado la vacuna «experimental» ya no serán «clasificados como humanos pues está integrada en sus cromosomas» y serán a partir de ese momento reconocidos como «organismos genéticamente modificados». Esto significa, según los autores, que quienes recibieron la vacuna han aceptado perder sus derechos humanos…
Vamos por partes porque esto tiene muchos hilos de los cuales tirar. El primero de ellos es quién está detrás de este tipo de mensajes. Y la respuesta es QAnon, vinculados a los primeros que sembraron la red de la expresión «plandemia». De acuerdo con esta organización de extrema derecha, hay una confabulación de traficantes sexuales y caníbales pedófilos (sí, como suena) que pretende dar un golpe de estado y dominar el mundo. Los líderes de este plan para dominar el planeta serían Barak Obama y Hillary Clinton, entre otros. Obviamente QAnon no tiene oficinas, no es reconocido por ningún ente oficial, ni tiene representantes conocidos, solo «existe» en internet. Y quizás por eso mismo ha logrado que su mensaje se difunda tanto. ¿Cuál es ese mensaje? La duda y el miedo.
Y en el caso de la vacuna y los organismos genéticamente modificados ha logrado, como mínimo, sembrar la duda. De este modo, la información consiste en la mejor vacuna contra este virus de las noticias falsas.
Quienes han divulgado y repetido y hasta se han creído este bulo, se aprovechan de la confusión que han generado las vacunas desarrolladas por Pfizer/BioNTech o Moderna. Estas, a través de un método de biotecnología, inoculan en el cuerpo un fragmento muy pequeño del código genético del coronavirus, conocido como ARNm. Y aquí viene la primera aclaración importante: la m no tiene nada que ver con mutación o modificación, sino con la palabra mensajero. Y esto es así precisamente porque el ARNm envía al cuerpo esa pequeña parte del código genético del virus. Nada más. De hecho, y aquí llega la segunda parte importante de la ciencia detrás de estas vacunas: el ARNm nunca ingresa al núcleo celular, que es donde está nuestro ADN, nuestro material genético. De hecho, la célula se descompone y al hacerlo se deshace del ARNm cuando termina de usar sus instrucciones. En pocas palabras: jamás llega a nuestros cromosomas.
Tanto quienes están a favor como quienes están en contra de los GMO reconocen que estos organismos son aquellos en los que uno o más genes se han introducido en su material genético desde otro organismo utilizando tecnologías recombinantes de ADN. Algo que no ocurre con estas vacunas. La propia Universidad de Oxford confirma que «este ARNm no tiene forma de ingresar al núcleo donde está nuestro ADN e incluso si pudiera, el ARNm no se puede fusionar con el ADN y, al igual que con nuestro propio ARNm, no tiene forma de ser traducido de nuevo a ADN».
El uso del ARNm afecta directamente a las secuencias genéticas específicas que codifican las proteínas exclusivas del virus invasor. En el caso de la Covid, esta es la proteína de pico familiar que permite que el coronavirus ingrese a las células humanas. Gracias a este «mensaje» se evita que entre en nuestras células. La realidad es que no es muy diferente de cómo funcionan las vacunas tradicionales, la diferencia es que en lugar de inyectar un virus debilitado vivo o uno muerto, el método de ARNm entrena nuestro sistema inmunológico con una sola proteína.
El gran «mérito» de QAnon es que fusionó tres grandes temas actuales y creó un batido imposible: vacunas, GMOs y ADN, un Frankenstein de los bulos que puede meter miedo si no se le conoce. A ello se une que los movimientos antivacunas y los que están en contra de los GMO a menudo comparten ideas: desconfiar de la ciencia es la principal y el otro, consecuencia del primero, es apuntar a lo «natural».
Y aquí es cuando surge el problema. Si decidiéramos evitar todos los alimentos genéticamente modificados, deberían desaparecer de la agricultura los plátanos, las sandías, las berenjenas, las zanahorias, el maíz o el melocotón, por nombrar algunos. La modificación genética no es algo que se produzca solo mediante tecnología en un laboratorio. Los agricultores llevan miles de años experimentando con diferentes variedades. Unos 10.000 años atrás, los primeros plátanos (cultivados en Papúa Nueva Guinea) tenían semillas mucho más grandes, duras, la carne del fruto no era dulce y eran más pequeños.
Las zanahorias parecían más una raíz de jengibre de un tono marrón oscuro que la hortaliza naranja que todos conocemos hoy. ¿Quieres ver un sandía del siglo XVII? No hay más que ver el cuadro «Fruta en un paisaje», de Giovanni Stanchi. Las sandías eran bastante más pequeñas, no tenían tanta carne y estaban plagadas de semillas. Y el maíz… sin la modificación genética hoy no tendríamos el cereal que más se cultiva en todo el mundo.
Moraleja: Así como no te llevas cualquier cosa a la boca, tampoco te lleves todo al oído.
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