Vacunación
Retrasar la segunda dosis en menores de 65 años salva vidas
Hasta 48 muertes por cada 100.000 habitantes podrían evitarse si se aplica esta estrategia, según una nueva investigación publicada en “The BMJ”.
Las estrategias de inmunización contra el SARS-CoV-2 se dividen en si priorizar la administración de una sola dosis al mayor número posible de personas o finalizar la serie de dos dosis basada en programas probados en ensayos clínicos. En esencia, es un debate en el que se enfrentan la optimización de los recursos disponibles y la ortodoxia. En este contexto, cada vez son más las evidencias que inclinan la balanza hacia la primera opción, especialmente en un entorno de retrasos en la entrega de las dosis, tasas de vacunación muy desiguales entre países y nuevas variantes resistentes, que hacen peligrar la salida de la pandemia.
Las últimas parten de una nueva investigación, publicada en “The BMJ”, que muestra que retrasar la segunda dosis de las vacunas (tanto las de ARN-m como Astrazeneca) en menores de 65 años podría resultar en reducciones absolutas de la mortalidad acumulada de hasta 48 personas por cada 100.000 habitantes.En concreto, tanto esta variable como las infecciones y los ingresos hospitalarios, disminuirían hasta un 20%. Una cifra nada desdeñable que estaría al alcance de la mayoría de países ya que, para asegurarla, solo deben cumplirse dos condiciones: que la primera dosis de las vacunas disponibles y aprobadas ofrezca una protección mínima del 80%, y que las tasas de vacunación estén entre el 0,1 y el 0,3% de la población por día.
El grupo de investigadores estadounidenses que ha llevado a cabo este estudio midió el impacto de las políticas de vacunación de segunda dosis retrasada en las infecciones, los ingresos hospitalarios y las muertes, en comparación con el régimen actual de dos dosis. Utilizando un modelo de simulación basado en una población de muestra- del “mundo real”- de 100.000 adultos, ejecutaron una serie de escenarios para predecir las interacciones potencialmente infecciosas en diferentes condiciones durante un período de seis meses. Entre ellas, se incluían distintos niveles de eficacia de la vacuna y tasas de administración, así como diferentes supuestos sobre si la vacuna previene la transmisión y los síntomas graves (incluida la muerte), o sólo estos últimos. También examinaron el impacto de retrasar las segundas dosis para los menores de 65 años, pero no antes de vacunar completamente a los mayores.
El análisis replicó las simulaciones varias veces y utilizó esos datos para estimar diferentes resultados a nivel de población. Por ejemplo, para una eficacia de la primera dosis del 80% y una tasa de administración diaria de la vacuna del 0,1%, 0,3% y 1% de la población, la mortalidad total estimada por cada 100.000 de la estrategia de retraso de la segunda dosis frente a la estándar fue de 402 frente a 442, 204 frente a 241 y 86 frente a 50, respectivamente).
De 9 a 15 semanas
Investigaciones anteriores, como un estudio publicado en la revista “PLOS Biology” por Seyed Moghadas y sus colegas, de la Universidad de York en Toronto (Canadá), sugieren que retrasar la segunda dosis de 9 a 15 semanas evita más hospitalizaciones, infecciones y muertes, por lo que podría mejorar la efectividad de los programas de vacunación. Y es que,en el debate entre una estrategia y la otra, no solo se sopesan los efectos directos de la covid, sino también los indirectos. Según los autores, “al competir contra un brote floreciente, nuestros resultados muestran que priorizar la cobertura de la vacuna con una distribución rápida de la primera dosis sería fundamental para mitigar los resultados adversos y permitir que el sistema de atención médica también pueda abordar las necesidades médicas no relacionadas con la infección”.
“Realmente, el debate no es tal si hablamos de tener una protección más que suficiente contra la enfermedad grave y la muerte. Sabemos que todas las vacunas aprobadas la confieren con la primera dosis”, señala Quique Bassat, epidemiólogo e investigador ICREA en el instituto ISGlobal, de Barcelona. “Modificar el estándar de administración de una vacuna, retrasando la segunda dosis, está suficientemente avalado científicamente, pero en hacerlo o no influyen otros factores que no son clínicos. Con Astrazéneca, por ejemplo, hay un paper publicado que muestra que espaciar más de 35 días la segunda dosis aumenta la eficacia en la protección”, añade.
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