Vacunación
Los primeros estudios contradicen la necesidad de la tercera dosis
Las vacunas mantienen en el tiempo la eficacia para prevenir hospitalizaciones y muertes, tambien con la variante Delta
- Siga minuto a minuto toda la actualidad del coronavirus
“Nuestras vacunas siguen protegiendo contra la enfermedad y la muerte, exactamente el estándar que se les pidió que cumplieran. Este es el punto clave para hacer del virus una amenaza más manejable”, declara el virólogo Müge Çevik, de la Universidad de St. Andrews (Escocia) en declaraciones a The Altlantic. “Necesitamos tener expectativas mucho más realistas sobre ellas y lo que pueden enseñar a nuestro sistema inmunológico a hacer, que es mucho”, añade.
La realidad es que la respuesta inmune de nuestro organismo no es eterna, pero tampoco hace falta. Se supone que deben disminuir, y el hecho de que lo haga funciona a nuestro favor. De hecho, se sabe que la calidad de los anticuerpos en el cuerpo mejora con el tiempo, es decir, que se necesitan muchos menos para estar protegidos.
Sin embargo, la supuesta caída de la inmunidad se usa como argumento para justificar la necesidad de un refuerzo vacunal. En estos días, la Agencia Europea del Medicamento (EMA) analiza la solicitud de Pfizer para una dosis de refuerzo seis meses después de completar la pauta, mientras reconoce que ve «más clara» la necesidad de una dosis adicional en inmunodeprimidos. Una vez protegida la mayor parte de la población, la EMA pone el foco en las personas inmunológicamente deprimidas o en algunos grupos de población de edad avanzada, en las que la vacunación completa no ha hecho el suficiente efecto como para protegerlas contra la covid grave y la hospitalización
En palabras del jefe de estrategia de vacunas de la organización, Marco Cavalieri, «la evidencia es cada vez más clara sobre la necesidad de considerar dosis adicionales para las personas que pueden responder mal a la vacuna, como aquellos con sistemas inmunológicos severamente deprimidos o algunos pacientes de edad avanzada».
Después de meses de dudas y argumentos encontrados entre los que defienden la máxima protección de los colectivos de riesgo en los países ricos, frente a los que, con la OMS a la cabeza, piden retrasar la tercera dosis -al menos hasta final de año- con el fin de asegurar las primeras dosis en países de ingresos bajos y llegar al objetivo del 14% de población mundial vacunada. Parece que la balanza se inclina hacia un punto medio en el que no necesariamente hay ninguna virtud.
Para poder explicarnos como hemos llegado hasta aquí, es necesario valorar qué sabemos realmente sobre la disminución de la inmunidad. La voz de alarma provino de la mismísima Casa Blanca, con el argumento de que, en Estados Unidos el nivel de protección contra el ingreso por covid antes de la llegada de la variante Delta era del 86% y, tras su aparición, del 84%, una diferencia que no es significativa desde el punto estadístico, según un trabajo reciente del Centro para el Control de Enfermedades (CDC, por sus siglas en ingles).
Y, más importante aún: la protección es del 90% en personas sin enfermedades previas y llega al 63% incluso en aquellos más expuestos al virus a pesar de las vacunas, que son las personas inmunodeprimidas (cuyos sistemas inmunes no funcionan correctamente por enfermedades congénitas o tratamientos para trasplantes o cáncer, entre otros).
En Reino Unido, y otros países también se han detectado indicios de que las vacunas parecen estar perdiendo poco a poco la eficacia contra la infección. En muchos casos esta es asintomática, pero también hay personas que registran algún síntoma. Pero ninguno de estos países ha visto merma de la efectividad de las vacunas contra hospitalizaciones y muertes.
Siguen salvando vidas
Los expertos explican que hay varias razones para seguir confiando en las vacunas, que siguen salvando miles de vidas a diario. Para empezar, es importante diferenciar entre eficacia y efectividad. Los ensayos clínicos controlados de las vacunas tenían como objetivo primario evitar la infección con o sin síntomas. Con ese listón, las vacunas pueden estar perdiendo algo de eficacia, pero mantienen su efectividad, que es la medida de su impacto positivo en el mundo real. Y esta ha sido y sigue siendo una verdad incontestable, pues han evitado la inmensa mayoría de casos graves y muertes.
“Por muchas variantes a las que nos enfrentemos, (Delta, Mu….) nuestra protección es completa y muy estable. Los clones de linfocitos T que nuestro organismo puede producir son muchísimos. Otra cosa es que los cambios que se vayan produciendo disminuyan la eficiencia de los anticuerpos neutralizantes. Ahí es donde estamos confundiendo eficacia y eficiencia”, señala Estanislao Nistal, virólogo y profesor de Inmunología de la Universidad CEU San Pablo, de Madrid. “Podemos decir que alguien con un sistema inmunológico deprimido tiene menos anticuerpos neutralizantes, pero de ahí a que esa persona pueda enfermar y/o morir por covid, hay un trecho”, añade.
Y es que, de manera gradual, a medida que pasa la amenaza infecciosa, nuestra respuesta inmune se contrae. “Las células B y T de primera línea (que son como los ‘francotiradores’, que apuntan contra el virus de un modo más sofisticado), comienzan a morir a medida que no se las va necesitando en su estado amplificado. Los niveles de anticuerpos decaen en el transcurso de varios meses, antes de estabilizarse. Eso es perfectamente normal”, señala la inmunóloga Deepta Bhattacharya, de la Universidad de Arizona a The Atlantic. “Imaginemos que esto no pasara. Si nuestro organismo no pudiera controlar ese ‘furor’ inmun”cciones y simplemente siguieran acumulando anticuerpos para cada patógeno que encontramos, directamente estallaríamos», añade Marion Pepper, inmunóloga de la Universidad de Washington, como argumento.
Una de las claves para entender porque las estadísticas de países como Israel, Estados Unidos o Reino Unido no son del todo objetivas- y podrían incluso estar subestimando los beneficios de las vacunas- es que muchos resultados positivos en covid se obtienen a través de la detección de material genético viral, sin garantía de que este material sea activo, infeccioso o simplemente «restos» inactivos de la lucha de nuestro sistema inmunológico contra el virus.
Aun en el caso de reinfecciones sintomáticas en vacunados, los primeros informes, incluidas las estimaciones originales del estudio de Moderna y Pfizer, sitúan la eficacia de las vacunas contra las enfermedades sintomáticas en el rango del 90 al 95%. Estudios más recientes documentan tasas en el 80%, incluso cuando se enfrentan a Delta, una variante para la cual las vacunas no fueron formuladas originalmente. Siendo así, al menos merece la pena evaluar si la tercera dosis - dosis de refuerzo o adicional- es una necesidad real o una sobrerreacción a una pérdida de inmunidad mínima.
No hay un test para la caída de anticuerpos
¿Cómo podemos relacionar la cantidad de anticuerpos con el nivel de protección ante el virus? “La realidad es que no existe un test estandarizado en el que se puedan comparar ambas variables, así que difícilmente se pueden extraer conclusiones que sirvan en el contexto de una pandemia mundial”, señala el virólogo Estanislao Nistal.
En su opinión, esta herramienta sería clave para poder establecer quien necesita realmente una dosis de refuerzo para reestablecer su inmunidad. “Decir que esa dosis se va a inocular solo a personas inmunodeprimidas deja fuera a gran parte de la población mayor de 80 años. Lo difícil de esto es determinar quiénes la necesitan realmente, pero es algo que no se puede saber sin una prueba”.
Además, aunque una caída en los niveles de anticuerpos podría predecir una mayor vulnerabilidad a la infección, eso no siempre se traduce en una pérdida de memoria inmune y una mayor susceptibilidad a enfermedades graves. En este punto, los investigadores no saben cuántos anticuerpos necesitan las personas para evitar infecciones o enfermedades, y si los niveles de estas moléculas son incluso el mejor indicador de la protección de la vacuna.
✕
Accede a tu cuenta para comentar