Alí Ouattara, el padre del niño de la maleta

El padre del niño de la maleta: «Lo volvería a hacer, pero no de esta forma»

El 7 de mayo de 2015, un escáner de la frontera de la Ceuta radiografiaba su cuerpo en el equipaje de una marroquí. El horror de la inmigración volvía a acaparar la primera plana

Cuando Alí Ouattara vuelve a ver la imagen de su hijo dentro de una maleta prefiere quedarse en silencio. Las palabras le suben por la garganta entrecortadas y sus ojos se tornan brillosos. Aún le duele recordar por lo que pasó Adou en la frontera de El Tarajal, pero coge aire y se reafirma en una idea: «Siempre pienso que hemos tenido mucha suerte. Podía haber sido devuelto a Marruecos o haberle pasado cualquier cosa». A veces le pregunta por teléfono cómo podía respirar ahí dentro y, casi de broma, su hijo le contesta que abría «un poquito» la cremallera para que le entrarse aire. «Parece un milagro», reconoce. «Mejor dicho, lo es».

Alí acaba de regresar a Bilbao desde Ceuta. Muestra algún signo de cansancio acumulado y está más delgado. Los nervios y la distancia que le separaba de su familia le han pasado factura, pero hay algo en su rostro que no puede ocultar cierta satisfacción tras haber conocido, este martes, el acuerdo propuesto por el Ministerio Fiscal: una multa de 92 euros por un delito contra los derechos de los ciudadanos extranjeros. Nada que ver con los tres años que, en un principio, solicitaron. «Hemos pasado mucho miedo. Lo que buscábamos entonces era todo lo contrario a lo que conseguimos: la separación de la familia. Adou estaba en el centro de menores, mi mujer y mi hija en Fuerteventura y yo en la cárcel. Nada tenía sentido».

El próximo 7 de mayo se cumplirán tres años de aquella radiografía de la desesperación que dio la vuelta al mundo, la de un niño de siete años que, tras la muerte de su abuela, quedó desamparado en África y sólo quería volver a reunirse con sus padres. «En aquel momento, no pensé mucho. Me dejé llevar por el corazón», explica a LA RAZÓN sobre el motivo por el que contactó con los mafiosos que traerían a su hijo a España. «¿Tenía otra opción? Seguramente sí, pero estaba desesperado». Esa fue la misma pregunta que le formuló el Fiscal el día que se cerró su caso. Alí piensa durante algunos segundos, se mira las manos y mirando al frente añade: «Lo volvería a hacer, aunque no de esta forma. No podía dejarle en Costa de Marfil, pero ponerme en contacto con esta mafia fue un error».

Hasta ese momento, Alí había dejado su país siete años antes, a su mujer embarazada y un pasado marcado por el miedo. Llegó a Fuerteventura en patera y, poco a poco, fue construyendo su presente para regalar un futuro a su familia. Consiguió un contrato indefinido, ahorró y alquiló un piso para su mujer y sus tres hijos. Sólo le quedaba reunirlos a todos. «Con mi mujer, Lucie, no hubo problemas, pero con mis dos hijos menores sí. Así que tramité su solicitud por separado. Mariam vino con nosotros, pero a Adou le rechazaron». Poco más de 50 euros hicieron que la Subdelegación del Gobierno en Las Palmas denegase su petición por no llegar al salario mínimo legal para mantener a su hijo.

5.000 euros para ‘entrar’ en España

Fracasada la vía legal, recurrió a unos traficantes y dejó a su hijo en manos de una mafia a la que pagó 5.000 euros para introducirle en España. «Pensé que un señor rico, con un coche de alta gama y el último «smartphone» del mercado, podía ayudarme y hacerlo bien. Él iba a conseguir los papeles de mi hijo y lo llevaría a Madrid en avión», comenta Alí, que dio con ellos gracias a un intermediario camerunés. Así que, esperanzado, voló al aeropuerto de Barajas para recibir a Adou, donde estuvo tres días seguidos sin recibir ninguna noticia. Al cuarto, le volvieron a llamar para decirle que el plan había fracasado y que debía dirigirse a Casablanca, desde donde ambos se trasladarían a Castillejos, localidad marroquí situada al otro lado de la frontera de Ceuta.

«Estaba muy asustado»

«Los mafiosos podían haberme dado los papeles para viajar yo con mi hijo, pero en ese momento estaba tan asustado que no lo pensé. Son una organización y, como tal, tienen sus propias normas en las que no puedo entrar». Una vez allí, los pasos eran claros: Adou se iría con ellos y Alí esperaría en Marruecos hasta que le avisasen. Sin embargo, nunca le comentaron que sería trasladado en una maleta. «Él no quería meterse dentro, pero le dijeron que si quería volver a ver a su padre, debía hacerlo».

De modo que aquel día, durante el cambio de turno de la Guardia Civil, Fatima El Yazzyoui –actualmente en busca y captura tras obtener la libertad provisional– arrastró la maleta hasta el puesto fronterizo, pero su nerviosismo le delató y le pidieron que pasara su equipaje por el escáner. «Hola, me llamo Adou», dijo el pequeño en francés nada más abrir la maleta. Iba descalzo y sin pantalones. Uno de los agentes le compró, de camino a la comandancia, ropa y zapatillas. Mientras tanto, su padre recibía la llamada para acceder a Ceuta y recoger a su hijo. En la frontera, le pararon por su parecido con el chico, le enseñaron una foto y le detuvieron. «Me dolió mucho. Cuando me mostraron la imagen, no podía parar de preguntarme qué estaba pasando».

La crispación fue a más y le llegaron a acusar de pertenecer a una organización de tráfico de personas. «Durante los 33 días que pasé en prisión preventiva, todo el mundo pensaba que era un asunto muy turbio». Tras las pertinentes pruebas de ADN, la familia pudo reunirse en Fuerteventura, sin embargo, no era lo que esperaban: Adou sufría porque le llamaban «el niño de la maleta» y Lucie no encontraba trabajo, por lo que, tras una breve estancia en Madrid, pusieron rumbo a París, donde residen en la actualidad. En cambio, su padre trasladó su residencia a Bilbao, donde tiene unos amigos y donde hace chapuzas de vez en cuando, pues la autoridad le quitó el pasaporte y el móvil.

En la capital vasca, vive en un piso compartido. A penas tiene algún recuerdo de su familia. Todos se quedaron en Puerto del Rosario cuando abandonaron su hogar. Su habitación es pequeña, pero los momentos que habla con sus hijos y su mujer son más que suficientes para llenar el vacío que deja su ausencia. Por eso, desde finales de 2015, Alí no ha cejado en su empeño por ver a su familia feliz. Cada semana, se llaman con el «manos libres». Su hijo, por ejemplo, le pregunta dudas de sus deberes, pues era profesor cuando vivía en Costa de Marfil. Pero también le cuenta sus avances en el fútbol. Desde hace un par de año juega en un equipo alevín y le apasiona el baloncesto, aficiones que conoció durante su estancia en el Centro Mediterráneo de Ceuta, donde le regalaron su primer balón.

Mientras tanto, sus padres luchan por reencontrarse de una vez. Su deseo es quedarse en España, mudarse a un piso más grande y seguir cumpliendo sueños. Por el momento, hasta que se dicte sentencia –en un plazo aproximado de un mes–, todo son buenos augurios. De hecho, ya ha comenzado el proceso de nacionalización de toda la familia. «Queremos empezar pronto nuestra nueva vida». Sin malos recuerdos, sin falsas esperanzas. De aquella maleta rosa y pequeña poco supieron después. Mejor dicho, poco quisieron saber. Hoy sólo quieren llenar la suya propia de proyectos e ilusiones.