Religión
Jaque de Francisco: el Sínodo ya no es (solo) de los obispos
El Papa pluraliza el nombre de la Secretaría General del Vaticano que pilota las asambleas consultivas de la Iglesia
Algo más que un golpe de efecto del Papa o un mero cambio de nomenclatura. A partir de hoy, la Secretaría General del Sínodo de los Obispos perderá su apellido. Ya no solo será un organismo por y para los prelados, sino que aspira a convertirse en un ente vaticano al servicio de lo que Francisco denomina el «santo pueblo fiel de Dios». Así lo desvela el subsecretario general de este departamento vaticano, Luis Marín de San Martín, sobre lo que presenta como «una decisión del Santo Padre» que implica «un cambio significativo» en el modo de ser Iglesia.
Pero, ¿qué es el Sínodo para que esta reforma adquiera esa notoriedad? Es un foro de consulta sin carácter decisorio que reactivó Pablo VI y que los papas posteriores han convocado cuando lo han considerado conveniente para tomar el pulso sobre cuestiones de relevancia como los jóvenes, las familias o los sacramentos. Hasta ahora, estas asambleas estaban constituidas eminentemente por obispos con derecho a voto, con una participación minoritaria -solo con voz-, de monjas, laicos...
Por eso, resulta relevante que ahora el Papa afeite su nomenclatura, pues, como reconoce el propio Marín «nos sitúa en una perspectiva más amplia». «No se trata de abolir la colegialidad episcopal, sino de insertarla en la sinodalidad de todo el Pueblo de Dios», apunta el religioso agustino en una entrevista a la revista ‘Vida Nueva’, donde destaca cómo «la colegialidad episcopal es una expresión de la sinodalidad, pero no la agota».
Eso sí, el religioso agustino aclara: «Debo precisar que el cambio de nombre es solo de la Secretaría General. La Asamblea del Sínodo de los Obispos no cambia su denominación ni su realidad». O lo que es lo mismo, si hoy se celebrara un Sínodo, más allá de que el pontífice argentino continúe ampliando la presencia de otros agentes en el aula sinodal para expresar sus opiniones, solo podrían votar los portadores de mitra y báculo, con una excepción: la religiosa francesa Nathalie Becquart. Su nombramiento como subsecretaria sinodal, mano a mano con Luis Marín, lleva ligado el sufragio en las asambleas, convirtiéndose en la primera mujer con derecho a voto en la Santa Sede.
Sin embargo, como no pocos comentan en los pasillos cercanos a la Sixtina, estos signos hablan de posibles cambios de estructura, máxime cuando Jorge Mario Bergoglio instó el pasado octubre a todas las diócesis -demarcaciones eclesiales- del planeta a zambullirse en el que ha bautizado como Sínodo de la Sinodalidad a través de una consulta a pie de parroquia entre creyentes y no creyentes para testear las inquietudes, propuestas y sueños de la gente de la calle sin poner coto alguno a que se hable de cualquier tema, aunque resulte espinoso o incómodo en lo moral o en lo social.
En este sentido, el Papa nunca ha mostrado recelos a que se aborden las cuestiones tabú, pero en cada una de sus intervenciones sobre la llamada sinodalidad ha aclarado que no se abordarán a modo de referéndum.
El subsecretario Marín tampoco habla de democratización eclesial: «El parlamentarismo, aplicado a la Iglesia, es un camino falso porque lleva al populismo, a la priorización de criterios ideológicos, al enquistamiento en grupos e incluso a la dictadura de las mayorías, con vencedores y vencidos». Entonces, ¿equivale a un católico-un voto? «Sinodalidad es igual a un cristiano-una voz, que debe ser expresada, escuchada y considerada, con todo lo que tiene de implicación personal y única», despeja el obispo, que abre horizontes por otras vías de consenso: «Los fieles tienen el derecho y el deber de manifestar a los pastores su pensamiento. Y los pastores deben escuchar, necesariamente, al resto del Pueblo de Dios, del que forman parte, para tomar luego las decisiones que les corresponden según su ministerio».
Aunque de puertas para afuera ante la opinión pública, esta medida no implique un giro copernicano doctrinal, sí implica un salto relevante desde el punto de la concepción de la participación eclesial. Como aseguran fuentes vaticanas a este diario, «el pontificado ha entrado en una fase en la que Francisco no busca titulares de relumbrón, porque sabe que no funcionan, está metido de lleno en una reforma interna que empiece a calar como lluvia fina».
Aquí se enmarcaría esa reforma de la Curia, que precisamente entra en vigor hoy a través de la constitución apostólica ‘Praedicate Evangelium’ que sustituye a ‘Pastor Bonus’, el anterior marco legal aprobado por Juan Pablo II hace 34 años. Y no porque el Sínodo se incluya en la nueva ‘Carta Magna’ vaticana, porque no es un organismo propiamente dicho, pero sí se cita de pasada en su artículo 33 refiriéndose ya como ‘Secretaría del Sínodo’ sin el aditivo episcopal, que desde hoy es pasado.
Consciente de que este proyecto del pontífice argentino remueve de alguna manera los cimientos de los palacios apostólicos, el español Luis Marín admite que, si bien no ha encontrado «rechazos frontales», sí vislumbra en este año y medio que él lleva en el Vaticano «suspicacias e incluso resistencias». «Pero no debemos asustarnos, ni mucho menos frenarnos», subraya con esperanza, más preocupado, en cambio, por lo que ocurre más allá de la columnata de San Pedro: «La polarización en la Iglesia». «Me entristecen mucho los insultos, la intolerancia, la ideologización de la fe», alerta.
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