Entrevista al Arzobispo de Valladolid
Luis Argüello: «El escándalo de los abusos me ha arrancado lágrimas»
El hasta ahora secretario general del Episcopado ha optado por dejar su cargo de «fontanero» después de que Francisco le haya promocionado
El viernes a mediodía el Vaticano presentaba a Luis Argüello como nuevo arzobispo de Valladolid. De inmediato, este palentino de 69 años anunciaba que dejará su cargo como secretario general y portavoz de la Conferencia Episcopal Española, puesto que ocupa desde noviembre de 2018, para dedicarse «en exclusiva» a pastorear la diócesis de la que hasta ahora era obispo auxiliar. Aplaudido por su brillantez intelectual, su capacidad de gestión en la fontanería episcopal y su cercanía en el trato, asume su nueva misión como «un pastor según el corazón de Cristo» para hacer realidad la «novedad apostólica que necesitamos».
En estos meses, le han llegado a llamar «Luis, el deseado» porque se hablaba de muchas diócesis como posibles novias...
Son cosas que pasan hoy en el mundo de los digitales y las redes… Además, la opinión de algunas personas puede magnificarse. El hecho de que personas piensen que yo podía servir como pastor en uno u otro lugar lo agradezco, pero lo he vivido con distancia y mucha paz interior, consciente de que iba a pasar lo que tuviera que pasar. Simplemente he prestado un servicio a la Iglesia como obispo auxiliar de Valladolid y secretario general. Podría haber continuado así. Francamente todo lo que se ha dicho no me ha quitado la paz ni me ha hecho ni soñar ni perder el sueño.
Se acostumbra a promocionar como arzobispo a pastores de otro lugar. Su caso es una excepción. ¿Qué pros y contras ve en ser profeta en su tierra?
No soy un crío, es decir, no se me puede alargar muchos años el ministerio episcopal, por lo que tiene más sentido que se te nombre en un sitio que conoces. En principio, facilita la toma de decisiones y consolidar relaciones… También puede haber quien piense que se necesitaba una novedad de escuchar otra voz y otra propuesta distinta a mí. En cualquier caso, sé que todos los que formamos la archidiócesis estamos empeñados en conformar una Iglesia de colaboración de todas las vocaciones que caminamos juntos. Esto puede contrarrestar lo que de deficiencia tiene no estrenar realmente un pastor, sino alguien gastado en la vida de la diócesis.
El Papa le dijo que quería ficharle por sus «regates» a los periodistas. ¿Aturde más ser arzobispo o portavoz del Episcopado?
Son dos realidades distintas. La Secretaría General te da unas posibilidades muy grandes de conocimiento de la Iglesia en extensión. Ahora tengo una responsabilidad más directa de acompañar situaciones personales y comunitarias, de afrontar el gran desafío evangelizador, de abordar esta realidad demográfica… Son retos diferentes y cada cual tiene su afán. La etapa como secretario general ha sido muy enriquecedora.
¿A pesar de las aguas turbulentas políticas que ha sufrido?
Sí, la verdad es que algunas de estas cosas me han desasosegado e incomodado. En general, las he experimentado como una posibilidad de conocimiento de la realidad. He intentado hacer lo que el Papa nos pide: establecer espacios de encuentro y hospitales de campaña. A veces me he sentido desbordado, sobre todo por los ecos mediáticos de algunas de mis intervenciones, pero también uno aprende que esto forma parte de la sociedad en la que vivimos.
Intuyo que lo que más sinsabores le ha provocado es la crisis de los abusos. ¿Le ha llegado a arrancar alguna lágrima?
Sí, ciertamente. La cuestión de los abusos tiene muchas dimensiones, pero la central es la realidad de las víctimas, el escándalo de pensar que personas en el ministerio hayan podido quebrar de una manera tan tremenda su propia consagración. Además, me siguen preocupando las derivas mediáticas y políticas. Hoy, echando la vista atrás, puedo decir que estoy bastante contento porque la Iglesia española está impulsando múltiples iniciativas de carácter formativo y de prevención. También se está escuchando a las víctimas y se colabora con las autoridades judiciales con una renovación espiritual profunda. De la misma manera, estamos adentrándonos a afrontar los abusos de poder y de conciencia.
No sé si suscribe esta frase: «Pobrecito, la que le espera al próximo secretario general…».
El secretario general de la Conferencia Episcopal tiene un buen equipo de trabajo alrededor, un apoyo real. El secretario no deja de ser el secretario de la Asamblea Plenaria, de la Comisión Permanente y de la Comisión Ejecutiva. Si además es portavoz, tiene una dimensión mediática e institucional que es un plus a la vida de cualquier obispo. No quiero asustar a nadie, porque deseo que en próximo noviembre un candidato pueda ser elegido y yo ser sustituido.
La síntesis de la consulta sinodal española habla de la necesidad de una «fuerte conversión» de la Iglesia: el papel de la mujer, reforma de la liturgia, corresponsabilidad de los laicos, ausencia de jóvenes… ¿Cuál es la mayor urgencia?
De onda larga, acoger la sinodalidad como espiritualidad y estilo de Iglesia. Lo urgente es a que los consejos parroquiales y pastorales verdaderamente se revitalicen. El Papa Francisco nos ha instado a participar en la comunión y en la misión de la Iglesia. Un peligro es que nos quedemos todo el rato mirándonos a nosotros mismos, a las cosas internas de la vida de la Iglesia. El desafío mayor tiene que ver con el anuncio del Evangelio. Si la Iglesia se lanza hacia afuera, la comunión se va a reforzar y se verá con mucha más claridad el mensaje que Jesús nos anunció en el Evangelio: que seáis uno para que el mundo crea. Eso no significa que seamos uniformes, sino que vivamos la comunión dentro de las diferentes sensibilidades.
La jubilación del cardenal “pausado”
Cuando Xabier Arzalluz se refirió a él como «un tal Blázquez» buscando humillar al ser destinado a Bilbao, no sabía que la templanza y discreción de Don Ricardo se convertiría en su mejor baza para no solo ayudaría rebajar la tensión vasca y promover la reconciliación. Y no se quedaría ahí, Ricardo Blázquez se convertiría sin hacer ruido en una mitra clave en el devenir reciente de la Iglesia española. Como presidente de los obispos, no sin obstáculos internos, ha pilotado de de forma serena la transición eclesial al pontificado de Francisco, que respaldó su entrega creándole cardenal. Como purpurardo, también ha diseñado parte de la reordenación episcopal de nuestro país y supo situar con acierto al frente de la Secretaría General de la Conferencia Episcopal a quien hoy es su sucesor Luis Argüello. Ahora con 80 años a sus espaldas, el ya emérito Ricardo Blázquez tiene las maletas listas para volver a casa, a Ávila. Lo hace satisfecho, como Hijo Adoptivo de Valladolid, y un retrato certero de su alcalde: «Habla bajito y pausado, pero dice verdad y es contundente».
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