Secuelas
Que la pandemia de coronavirus ha supuesto una absoluta revolución social no cabe duda. Nuevos hábitos, diferentes formas de comunicarnos, protocolos sanitarios, medidas de higiene... Sin embargo, más de dos años y medio después de que estallara esta crisis, comienzan a dibujarse nuevos patrones derivados del «shock» inicial que dan forma a nuevas estructuras y paradigmas sociales.Los comportamientos y actitudes inmediatos, es decir, los que surgieron durante las primeras etapas de la pandemia, no llegaron para quedarse en su integridad, tan solo algunos han permanecido, mutado y consolidado con el paso del tiempo.
Precisamente por este motivo, esta semana, sociólogos españoles e internacionales se han dado cita en un congreso en Murcia para analizar el impacto social de la pandemia bajo el lema «Desigualdades, fronteras y resiliencia. Sociología para crisis globales». Roberto Barbeito, profesor de la Universidad Rey Juan Carlos y secretario ejecutivo de la Federación Española de sociología, atiende a LA RAZÓN para hacer una radiografía de esta nueva sociedad que ahora, con la perspectiva y el poso postpandémico, comienza a vislumbrarse. «Podría decirse que la pandemia ha supuesto un fenómeno social casi más que biológico, ya que ha afectado directamente a la manera de relacionarnos entre nosotros y con el medio ambiente», puntualiza a modo de introducción.
Según este profesor, «en nuestro día a día, muchas de estas transformaciones sociales que se han producido no se aprecian, pues son tendencias que ya existían pero que se han potenciado». Es decir, por ejemplo, ha aumentado la digitalización, el teletrabajo, el uso de las redes sociales, la economía y el consumo digital, así como irremediablemente las interrelaciones. «Acentuar estas tendencias que ya existían generan nuevas dificultades y problemas. Además, se ha acelerado una desglobalización que ha puesto en evidencia los grandes desequilibrios que ha generado en todo este tiempo la globalización».
Podría decirse que han quedado a la vista las costuras sociales que quizá, en prepandemia, quedaban soterradas bajo la vorágine capitalista rampante. «Ahora, esta interconexión global ha quedado entredicho frente a los localismos. La pandemia ha acelerado también el fundamentalismo, la polarización social y el carácter identitario de los nacionalismos», asevera Barbeito.
Homogeneización ideológica
Y es aquí donde entra el concepto de burbujas sociales con el que el sociólogo trata de explicar este proceso de polarización y división social derivado de la crisis de la covid, así como un mayor control de la ciudadanía por parte de las grandes multinacionales. «Como consecuencia de la pandemia ha surgido un efecto paradójico respecto a internet. Frente a la gran cantidad de información que tenemos a nuestra disposición y la mayor conectividad, lo que se han formado son una especie de burbujas informativas. Es decir, nos relacionamos cada vez con gente más parecida a nosotros, ya que las grandes plataformas nos redirigen hacia encuentros virtuales con personas que piensan como nosotros. Así se reduce el encontrar a otros diferentes que puedan poner un contrapunto a nuestras ideas».
Como consecuencia de esta tendencia agudizada por la pandemia, surge esta polarización y enfrentamiento social. Un rechazo a lo diferente. «Se está empobreciendo la diversidad cognitiva y actitudinal. Las grandes empresas tecnológicas homogeneizan por burbujas, y tenemos una visión más reducida del mundo exterior», argumenta el secretario ejecutivo de la federación española de sociología.
Y esto nos lleva a otros aspectos que definen la sociedad postpandémica y que marcará el transcurrir de la humanidad en los próximos años: la vigilancia. «El control ciudadano se han disparado, pero no solo por parte de los Estados, sino por parte de compañías privadas. Y el problema aquí es que las empresas privadas no están sujetas a los principios democráticos que sí rigen las instituciones públicas. Esto es algo peligroso», puntualiza el experto. Según él, es una manera de control indirecto, a través de algoritmos que determinan no solo el acceso a la información sesgada o enfocada a la homogeneización ideológica, sino a una armonización de estas burbujas en su plenitud.
«Esto potenciará conjuntos que viven aislados entre sí y entre los que la mínima noción que exista de los otros sea completamente estereotipada y crecientemente indolente. Es decir, que no te preocupará porque se ve como algo ajeno a ti. Esto supone un problema porque precisamente el capitalismo se basa en la conexión y en la interacción de la diferencia», puntualiza Barbeito.
Mayor desconfianza
Cuando el profesor habla de plataformas digitales no solo apunta a las redes sociales sino a cualquier medio digital. Por ejemplo, las compras online en las que para localizar un objeto de deseo éste se reduce por hábitos previos de navegación «y al final acabaras comprando no lo que deseas sino lo que se te ofrece».
Otro aspecto interesante de esta «neosociedad» lo plantea la socióloga Olga Salido quien apunta que « más allá de los contagios y las muertes, la pandemia nos ha traído una lección dramática sobre la importancia de la desigualdad en nuestras sociedades. Las desigualdades previas a la crisis se han convertido en el eje sobre el que cabalgan los impactos sociales de la pandemia, que se extienden desde el ámbito de las relaciones interpersonales, al empleo, las actitudes de los ciudadanos ante la ciencia, etc». Según esta experta de la UCM que también ha participado en el foro internacional de sociólogos, «nuestra salud mental también se ha deteriorado, somos más vulnerables ahora que antes, pero son precisamente los jóvenes y las mujeres las que tienen más dificultades para superar estos impactos a medio y largo plazo».
Recuerda Salido que fue la propia ONU quien advirtió de que las pandemias golpean tres veces a las mujeres: comprometiendo su sustento económico y autonomía personal, ya que los empleos feminizados suelen estar localizados en los sectores más expuestos y vulnerables del mercado de trabajo.
Sobre si esta desigualdad es coyuntural o perdurará en el tiempo, la socióloga apunta que «surgirán otros nuevos desafíos globales que requerirán de dos cosas: ciencia y cohesión social. Los movimientos antivacunas, que en nuestro país parecen ser minoritarios, son la punta del iceberg de una creciente desconfianza hacia la capacidad de los gobiernos para hacer frente a los riesgos sociales que amenazan a las sociedades actuales. Es por ello que debemos reforzar el papel de la ciencia en la toma de decisiones públicas y en la búsqueda de soluciones consensuadas socialmente a problemas cada vez más globales y en un contexto de creciente incertidumbre».