Covid-19

La OMS pone fin a sus planes de acabar con la pandemia en 2023

La explosión de contagios en China, el aumento de la incidencia en EE UU y la pérdida global de inmunidad trastocan los propósitos de la organización

Todo debía empezar en enero de 2023 tal como estaba previsto. Esa era la fecha elegida por la Organización Mundial de la Salud para comenzar las discusiones sobre cómo poner fin a la declaración de emergencia global por culpa de la pandemia. En otras palabras, en enero de 2023, según declaró en rueda de prensa el director general de la OMS, Tedros Adhamon Ghebreyesus, el órgano rector de la salud global iba a decidir en que momento del año entrante podría darse por acabada la crisis de la COVID. “Tenemos confianza de que en algún momento de este año la Covid-19 deje de ser considerada una emergencia sanitaria”, advirtió el directivo.

Las declaraciones tuvieron lugar el 10 de diciembre. Algo más dos semanas después, puede que hayan dejado de tener sentido. Y es que la espectacular evolución de la enfermedad experimentada en China este mes puede poner en peligro los planes globales de contención. Al igual de lo que ocurrió en diciembre de 2019, medio mundo mira ahora a los datos epidemiológicos chinos sin ocultar la preocupación.

No en vano, algunos expertos de la misma organización dirigida por Ghebreyesus han puesto en duda que haya razones para el optimismo.

Sin ir más lejos, la semana pasada la viróloga consultora de la OMS Marion Koopmans fue muy clara: “No podemos ni siquiera pensar en hablar de postpandemia cuando una parte tan grande del planeta está experimentando un crecimiento hasta ahora no visto de los casos”.

Las autoridades chinas, siempre opacas al escrutinio internacional, han dejado escapar la idea de que la nueva oleada de contagios puede producir 800 millones de casos y cerca de un millón de muertos.

Eso supone confesar que está en riesgo de enfermar el 60 por 100 de la población china lo que es lo mismo que decir que se contagiará uno de cada diez habitantes del planeta.

Hace unos días, la Comisión Nacional de Salud del país asiático decidió dejar de emitir informes diarios sobre la situación de los contagios. A pesar de ello, los análisis estadísticos arrojan que cerca de 250 millones de personas se han infectado en los primeros 20 días de diciembre. La organización británica independiente Airfinity ha sido más precisa: afirma que en China se está produciendo un millón de contagios y 5.000 muertes cada día.

Las autoridades del país han quedado encerradas en una suerte de ratonera sin fácil escape. A principio de mes se atrevieron a relajar algunas medidas de protección (dentro de sus draconianas medidas de Cero COVID) ante el aumento de las protestas de la ciudadanía. Ahora, no pueden reconocer que las cifras de la enfermedad se están disparando sin control y dar así a entender que su relajación en las medidas ha provocado un aumento inusitado de los casos

Parece claro que en el gigante asiático la política Cero Covid no ha funcionado. Los expertos se debaten sobre si culpar del fracaso a la propia política restrictiva o a otros factores. Una población brutalmente aislada y confinada tiene menos posibilidades de

adquirir inmunidad de rebaño. Sabemos que buena parte de la protección obtenida en países como España no se debe solo a la vacuna sino al aumento sostenido de personas que se inmunizan de manera natural. El aislamiento extremo, como el que se ha propuesto en China desde el principio de la crisis, tiene como efecto secundario una cantidad mayor de personas susceptibles de ser contagiadas. Por otro lado, persisten las dudas sobre la auténtica eficacia de la modalidad de vacuna elegida por las autoridades chinas. Lo cierto es que, hoy por hoy, el país se encuentra en una tormenta epidémica de difícil gestión.

La pregunta que todo el mundo se hace es cómo afectará esto a las pretensiones de la OMS de dar por acabada la epidemia en 2023. ¿Estamos condenados a mantenernos un año más bajo el estado de emergencia global?

Una de la claves que más preocupa es la probabilidad de que la explosión de contagios chinos favorezca la aparición de una variante nueva. Cada nueva infección ofrece una oportunidad para que el virus mute. La población china tiene un alto nivel de vacunación en primera y segunda dosis, pero la vacunación de refuerzo desciende considerablemente, sobre todo entre los mayores de 60 años. Además, las vacunas domésticas se han demostrado menos eficaces ante la infección grave que los modelos de vacuna de ARNm usados en occidente. Es muy probable que la inmunidad generar en aquel país haya decaído más rápido que en el resto del mundo.

Precisamente, el coronavirus encuentra un ambiente más favorable a la mutación en comunidades con inmunidad más leve. De hecho, en China ya se han detectado 150 modalidades distintas del variante Omicron .

Lo que nadie puede asegurar es que alguna de esas variantes y las que sucederán en el futuro será necesariamente más grave y preocupante. Entre otras cosas porque no transcienden datos suficientes sobre la genética de estas modalidades.

En ese escenario, la intención de la OMS de que en 2023 la pandemia pase a la historia se antoja bastante ilusoria.

Para que la enfermedad deje de ser considerada una emergencia global hay que resolver aún muchos problemas, y no solo la situación en China. Para empezar, la ciencia todavía no conoce bien cuál será la evolución de los millones de afectados en el mundo por Covid persistente. Hasta tres años después de los primeros contagios, según datos de los Centros de Control de Enfermedades de Estados Unidos, el 0,3 por 100 de las muertes por coronavirus se debe a las secuelas a largo plazo del mal.

Sin resolver la situación de estos enfermos será difícil que la OMS de el paso hacia la declaración de la pandemia como un problema del pasado.

Además el desigual reparto de las vacunas sigue siendo un problema. Solo una quinta parte de los habitantes de países en vías de desarrollo está correctamente inmunizado.

Para colmo, otra región del planeta ha arrojado nuevos motivos para la alarma. En este caso, Estados Unidos. En lo que llevamos de diciembre, allí ha aumentado un 55 por 100 la incidencia de nuevos casos de Covid. Solo el 35 por 100 de los mayores de 65 años estadounidenses tienen la pauta completa de vacunación administrada. Se mire por donde se mire, todo parece indicar que 2023 va a seguir siendo, a todas luces, un año Covid.