Entrañable visita a Madrid

El pastor que conocí

Tras el acto en Cuatro Vientos, en Madrid, en 2011
Tras el acto en Cuatro Vientos, en Madrid, en 2011Andres KudackiAgencia AP

Mi primer contacto con Joseph Ratzinger se dio en las aulas a comienzo de los 80. No fue directamente en una Facultad alemana, claro, sino en el formato «a distancia» disponible entonces: a través de su libro «Introducción al cristianismo». Me ayudó a vertebrar el pensamiento teológico del mejor modo posible, confirmando la fe eclesial que había recibido y con la que debía afrontar muchos desafíos nuevos.

Aun hoy, más de cuarenta años después, conservo aquel ejemplar machacado a base de subrayados y glosas. Lo comento en clase con los alumnos y entresaco sus juicios sobre la naturaleza propia de lo cristiano que me siguen iluminando porque no envejecen. Creo que así es como se reconoce a los clásicos. El segundo episodio que recuerdo con afecto data del curso 99-00. Fuimos a visitar el Palacio de Congresos enfrente del estadio Bernabéu. Habíamos alquilado su gran auditorio para celebrar allí una conferencia del Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Se trataba de un acto dirigido a la ciudad, en el marco del congreso internacional que la Facultad de Teología «San Dámaso» dedicaba a la encíclica «Fides et Ratio» Volvíamos un poco preocupados en el coche: ¿no sería un salón demasiado grande? Llenar casi dos mil asientos para escuchar una conferencia teológica que sólo interesaría a los especialistas… La noche del 16 de febrero de 2000, ya antes de que comenzara la conferencia, nos quedó claro que Joseph Ratzinger no era sólo un teólogo profesional o un cardenal de la curia. Los dos mil asientos estaban ocupados, había gente en los pasillos y en las escaleras. Fuera se quedaron otras mil personas. Algunos obispos que llegaron tarde me lo contaban, medio sorprendidos y medio admirados.

Este desbordamiento me obligó a pedir disculpas por escrito a algunas personalidades que habían sido invitadas, pero no habían conseguido entrar en la sala. Lo hice de muy buena gana. Como nunca en mi vida. Sin duda, aquella tarde escuchamos una profunda reflexión sobre puntos cruciales de la doctrina cristiana: fue una conferencia espléndida.

La riqueza argumental y la capacidad de diálogo y de comparación con el mundo clásico y el moderno de las ciencias humanas nos permitieron comprender por qué algunos intelectuales europeos agnósticos o no cristianos tenían en tan alta estima al pensador Joseph Ratzinger. Sin embargo, fue mucho más que una lección académica. Los participantes pudimos escuchar un testimonio sobre Jesucristo presente en su Iglesia, aquí y ahora. Teníamos ante nuestros ojos un testigo eclesial de ese amor a la razón típico de la mejor teología católica, que razona bien gracias a la fe, no a pesar de ella. Ratzinger estaba ante nosotros como un creyente que hacía un uso humano de la razón, y nos urgía a aprender su modo de dialogar con las cuestiones de nuestro tiempo. El prefecto no se limitaba a exponer ideas, sino que ofrecía juicios sobre la realidad social, cultural y eclesial del momento. Por eso se había convertido en un punto de referencia para el camino de fe de muchos cristianos, tanto en el mundo académico como en la vida cotidiana de las comunidades eclesiales. Cuando salimos del Palacio, no sólo había crecido nuestro conocimiento sobre algunos temas importantes, había crecido nuestra persona. Esta era la diferencia que los participantes habían presentido al acudir en tan gran número a escucharle. Sus expectativas se vieron confirmadas por la intervención de Ratzinger. Aquella lección del cardenal Ratzinger permite comprender más fácilmente el servicio que el Papa Benedicto ha prestado después a la fe de la Iglesia durante el ejercicio del ministerio petrino. Nos ha testimoniado que Cristo es contemporáneo, que está en el hoy de la historia y no encerrado en libros cubiertos con el polvo del recuerdo desde hace dos mil años. Las palabras y los gestos de Benedicto, indudablemente con la renuncia como hecho más llamativo, nos han obligado a corregir nuestros esquemas mentales. Hemos tenido que arriesgarnos a dar una respuesta personal. Si nos fijamos bien, es lo que les sucedía a los que se encontraban con Jesús, o los que se encontraron después con los apóstoles, o los que se encontraron ante la predicación de san Pablo o ante los grandes testigos de la tradición cristiana: nos obligan a cambiar nuestros esquemas mundanos y a preguntarnos: ¿quién es Dios, si es tan real y tan poderoso como para sostener el gesto histórico de la renuncia del Papa Benedicto y acompañar su vida entera hasta el final?