Religión
Alepo, el declive irreversible de la mayor comunidad cristiana de Oriente Medio
En torno a 250.000 antes de 2011, apenas 20.000 cristianos residen en una de las ciudades más castigadas por la guerra en Siria
Si hay un lugar que resuma el declive imparable e irreversible del cristianismo en Oriente Medio, esa es la ciudad de Alepo. La segunda urbe siria, Alepo albergaba antes de 2011 -inicio de las revueltas inspiradas en la Primavera Árabe que dieron lugar a la guerra civil, un conflicto que en sucesivas fases ha durado catorce años- una población cristiana de 250.000 almas sobre un total que superaba los millones de habitantes.
Hoy, la capital del norte de Siria y cruce de caminos de Oriente Medio, una de las más castigadas por la guerra -cuyas heridas son visibles en muchas zonas de la ciudad-, apenas cuenta con unos 20.000 cristianos. El declive de los cristianos en Alepo -divididos en al menos una decena de denominaciones, con los ortodoxos como familia más numerosa- es fiel reflejo del que experimentan en el conjunto de Siria, donde han pasado de ser aproximadamente el 10% de la población a apenas entre el 1 y el 2% de la misma. La persecución religiosa -la ciudad estuvo en manos de grupos islamistas radicales entre los años 2012 y 2016- y la inseguridad fue reduciendo a las comunidades cristianas hasta quedar convertidas en una exigua minoría en su gran centro económico y espiritual -junto a Damasco- en Siria.
En estos momentos, y aunque el conflicto bélico quedó atrás, los cristianos no ocultan ahora su temor ante el nuevo escenario político nacional tras el derrumbe de la dictadura de Bachar al Assad y la llegada a Damasco de una amalgama de milicias islamistas radicales -en algunos casos de corte yihadista- organizadas en torno a las siglas Hayat Tahrir al Sham (HTS) hace casi un año.
Aunque el nuevo poder, liderado por el ex combatiente de Al Qaeda Ahmed al Sharaa -hoy como autoproclamado presidente al frente de un gobierno de transición establecido a finales del pasado marzo- promete respetar la pluralidad de un país mosaico como Siria, lo cierto es que las minorías -sobre todo drusos, alauíes y cristianos- no ocultan su temor por verse relegados socialmente cuando no víctimas directas de la violencia de grupos armados suníes.
Como el resto de minorías, los cristianos cargan con el estigma de haber colaborado con la dictadura de Bachar al Asad -que hizo gala de protegerles, aunque hoy muchos niegan que fuera así y que se les instrumentalizó-, un régimen que hizo gala del marbete del secularismo y del respeto del pluralismo etno-religioso.
La realidad es que, a pesar de ser mayoritarios -más del 80% de la población siria-, los suníes fueron marginados fundamentalmente en el gobierno y las fuerzas de seguridad en las más de cinco décadas del régimen baazista liderado por los Asad y miembros de su comunidad etno-religiosa, los alauíes. Desde finales del año pasado, los suníes disfrutan de una situación muy distinta en Siria, lo que ha envalentonado a grupos radicales afines al gobierno.
“No hay futuro para nosotros”
“No hay futuro para los cristianos en Alepo ni en Siria”, nos admite Josef, encargado de una pequeña joyería situada en el barrio cristiano de Al Aziziyah. Como ocurre en el resto de la ciudad, la decadencia económica consecuencia del años de conflicto y violencia y de la emigración es patente. “Aunque he tenido la oportunidad de emigrar a Europa y empezar una nueva vida, no he querido hacerlo. Estoy en mi casa y este es un negocio familiar que no queremos que desaparezca y voy a quedarme”, explica el joven a este periódico.
La importancia de los cristianos en Alepo ha ido mucho más allá de su tamaño, pues las distintas comunidades cristianas han representado una parte fundamental de su otrora vida económica -destacaron en el comercio y la industria- y cultural durante siglos. Además de en Al Aziziyah, los cristianos han estado presentes en barrios como Al Jdayde -su histórico corazón al norte de la ciudad vieja levantado en el siglo XV, período mameluco-, Al Suleimaniya o el Viejo Barrio Siríaco.
De las dimensiones demográficas de la población cristiana son testigos mudos los innumerables templos repartidos por todo Alepo. Aunque pequeña en comparación con las distintas comunidades ortodoxas -griega, armenia, siríaca- también Alepo alberga población católica, dividida a su vez en católicos de ritos melkita, siríaco, armenio, caldeo, latino y maronita. Situada cerca de la citada joyería, por sus dimensiones y belleza la iglesia -antigua catedral- de San Francisco de Asís, levantada en 1937, da muestra de la importancia que tuvo la población católica.
Tras la misa del domingo, se forma corrillo con un pequeño grupo de fieles que confiesa a los visitantes extranjeros su preocupación por la situación de la nueva Siria de Al Sharaa y sus hombres. No lejos del templo franciscano, se alza la no menos impresionante catedral siro-católica de Nuestra Señora de la Asunción, restaurada después de los estragos sufridos durante la guerra. Otra de las iglesias católicas recuperadas tras los ataques llevados a cabo por los islamistas radicales en 2015 es la catedral maronita de San Elías, situada a menos de un kilómetro de las anteriores. Una veintena de templos quedaron parcial o totalmente destruidos en la cruenta batalla por la ciudad entre 2012 y 2016. Más de medio centenar de iglesias siguen en pie en el conjunto de Alepo.
El reto de la seguridad
La vida, con todo, se abre paso en Alepo y, como la capital del norte, la Siria de Ahmed al Sharaa se asienta en una nueva normalidad al consolidarse el nuevo poder en Damasco. Sin embargo, los retos en materia de seguridad siguen siendo importantes. A mediados del mes pasado, los distritos de Achrafiyeh y Sheikh Maqsoud, al norte de Alepo, fueron testigo de los choques violentos entre milicias kurdas -mayoritarias en los citados barrios- y fuerzas afiliadas con las nuevas autoridades nacionales en lo que constituyó el primer episodio de violencia en la ciudad desde el derrumbe de la dictadura de Bachar al Asad.
Con el reciente anuncio del levantamiento de las sanciones de Naciones Unidas -también las del Reino Unido- tras la decisión de la Administración Trump -el presidente estadounidense recibió a Al Sharaa en Washington el lunes 10 de noviembre pasado- de hacer lo propio a finales de marzo, las nuevas autoridades -el presidente interino ya anticipó que habrá que esperar cuatro años para la celebración de elecciones libres- han recibido un aldabonazo que parece garantizar su permanencia. Tendrán por delante, además del reto de insuflar vida a una economía comatosa, el de procurar la seguridad y la convivencia entre las distintas comunidades étnicas y religiosas de Siria.
Porque los episodios registrados a lo largo del año sobre todo en las provincias de Latakia y Tartús, feudo alauí, y en Sueida, bastión druso, con enfrentamientos y ejecuciones sumarias a representantes de las citadas minorías, dejan claro que la situación sigue distando mucho de un escenario de paz y concordia. También los cristianos han sentido en sus propias carnes las consecuencias del extremismo religioso, pues casi una treintena de fieles perdieron la vida como consecuencia de un atentado suicida perpetrado por un elemento vinculado al nuevo aparato de seguridad en el interior de la iglesia ortodoxa de San Elías, en el distrito damasceno de Dweila. “No hemos sabido organizarnos políticamente ni encontrar aliados fuera o dentro, somos cada vez menos y queremos marcharnos, sobre todo los jóvenes. La cuenta atrás para nuestra extinción ha empezado”, nos confiesa un fiel a la salida de la misa de uno de los domingos del mes de octubre.