Crimen de Asunta
Asunta relató a sus maestras que su madre le daba «polvos blancos»
La profesora de música afirma que Asunta le había dicho que no sabía lo que le daban en casa, pero que le hacía dormir muchas horas.
Las afecciones de salud de Asunta volvieron a planear sobre la sala en la que se está juzgando a sus padres. El lunes por la noche la madrina abrió la puerta a la posibilidad de que la niña fuera alérgica, algo que jamás antes había reconocido. Doce horas después, el martes por la mañana, su cuidadora la desmintió: «Asunta era una niña fuerte, inteligente, brillante y muy reservada. Enfermedades no tenía y tampoco ninguna alergia. Jamás vi que se medicase y jamás me dijeron nada». El asunto parecía cerrado, pero este juicio parece una montaña rusa de contradicciones. Poco después su pediatra, María Isabel Martínez, desmintió a la cuidadora: «Atendí como médico a Asunta. Era una niña sana. No tenía ningún problema diagnosticado. Recuerdo que antes del verano de 2013, se puso las tres vacunas de la hepatitis. La última vez que la atendí fue, creo, cuando vino con su padre, justo antes del verano, coincidiendo con que se puso la tercera inyección. Fue una consulta rápida. Estaba bien. Estornudaba. Creo recordar que pudo ser una rinitis alérgica. No sé si hablamos de darle un spray. Que recuerde no le prescribí nada. A lo mejor un corticoide nasal suave, si acaso. Nada en polvos». El fiscal insistió: «¿Y alguna pastilla?». «En ocasiones si se tiene rinitis se podría tomar un antihistamínico en pastillas. No creo que se lo recetase, pero a lo mejor se lo añadí al final de la receta». Con estas palabras abrió la duda a que la niña padeciese alguna alergia. Es más, también a que fuese ella quien les recetase un inhalador y un antihistamínico, según dicen los padres.
¿Pero cómo se convirtieron las pastillas del antihistamínico en polvos blancos? ¿Quién los machacó? ¿Cómo mudaron después y se convirtieron en Orfidal? La transición es imposible. Y más después de escuchar en la jornada de ayer a una de las profesoras de música de Asunta. La mujer rompió a llorar al recordar uno de los episodios de sedación, el más duro. Ocurrió el día 22 de julio: «Un día la niña mostró síntomas de mareo. Le pregunté y me dijo que no sabía lo que le estaban dando en casa: ‘‘Yo no tengo alergia, me dan algo, pero mis padres no me quieren decir la verdad. Fueron unos polvos que sabían fatal. Llevo durmiendo muchas horas y nadie me quiere decir la verdad’’, me contó Asunta». A pesar de su estado, la menor se colocó el violín contra el cuello y trató de seguir la partitura: «Fallaba en las notas a pesar de que conocía el ejercicio, se le iba el arco. Le dije que se sentase. Aceptó porque si no, se caía. Me explicó que era su madre la que le daba unos polvos blancos y que a Rosario se los entregaba una amiga suya». La menor salió de clase arrastrando el violín y chocándose con las paredes. «Alfonso vino a recogerla y aunque vio la escena no le preguntó qué le pasaba ni cómo estaba. Le pedí una explicación, pero no dijo nada».
Más allá de los testimonios, hay hechos que no admiten duda. Asunta iba cargada de orfidales el día de su muerte, casi 80, según demuestran los análisis.
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