Astronomía

40 toneladas de polvo cósmico al día

Científicos investigan los efectos en la atmósfera polar de este fenómeno causado por los cometas

Nubes noctilucentes captadas en el observatorio de Calar Alto
Nubes noctilucentes captadas en el observatorio de Calar Altolarazon

La atmósfera terrestre recibe cada día una media de cuarenta toneladas de polvo cósmico procedente de los cometas que se acercan al Sol en su órbita, comienzan a evaporarse y dejan tras de sí una estela. El contacto con las moléculas que componen el aire que respiramos es bastante violento, ya que estas partículas llegan a velocidades muy altas, de entre 40.000 y 260.000 kilómetros por hora, según las mediciones de los científicos, generando con estas colisiones subidas de temperatura instantáneas que provocan que las partículas de polvo se fundan y se evaporen.

La mayor parte del polvo que entra en la atmósfera es tan pequeño que sólo puede observarse mediante radares específicos para meteoritos, aunque en ocasiones, cuando estas partículas superan los dos milímetros de diámetro, se pueden apreciar como un meteorito.

Pero, ¿qué efectos tienen estas partículas sobre el ser humano? Un proyecto financiado con fondos europeos, denominado proyecto CODITA, pretende averiguarlo ahora. Según su director, el científico John Plane, a pesar de que sabemos de la existencia del polvo, no hay demasiados datos sobre la cantidad que entra en la atmósfera terrestre ni sobre sus consecuencias.

Según informa la Unión Europea, el proyecto CODITA se basa en la creación de dos sistemas experimentales con los que estudiar la química de los iones y las moléculas metálicas que produce la evaporación de dichos meteoritos.

De momento, los experimentos, combinados con un modelo astronómico de la evolución del polvo en el Sistema Solar y mediciones de radar de alto rendimiento, muestran que la atmósfera terrestre recibe cerca de cuarenta toneladas de polvo cósmico al día, con efectos “muy relevantes”, ya que «los metales inyectados en la atmósfera a través de las partículas de polvo evaporadas son causa directa o indirecta de una serie de fenómenos», indicó Plane.

Por ejemplo, los metales se condensan hasta formar un polvo muy fino denominado humo meteorítico, el cual influye en la formación de nubes noctilucentes. Estas nubes de hielo se generan en las regiones polares a una altura de ochenta y dos kilómetros en el verano y, según los expertos del observatorio español de Calar Alto, que las han captado en alguna ocasión, constituyen la única fuente de información sobre esas capas de la atmósfera, porque esta zona resulta demasiado elevada para alcanzarla con globos, pero es demasiado baja para que los satélites artificiales puedan colocarse allí en órbitas estables.

«Las nubes aparecieron por vez primera en 1886 y su proliferación parece ser un indicio del cambio climático en la atmósfera media, zona en la que aumenta la concentración de vapor de agua y se reduce la temperatura debido a una mayor concentración de gases de efecto invernadero. Este es el proceso inverso al que se produce en la zona baja de la atmósfera», aclaró Plane.

«El humo meteorítico también influye en las nubes estratosféricas polares que reducen la capa de ozono, mientras que la deposición de hierro cósmico en el océano Antártico abastece de nutrientes esenciales al plancton, el cual absorbe dióxido de carbono de la atmósfera», declaró Plane a la agencia de la UE Cordis.

Este humo meteorítico influye además en otros cuerpos del Sistema Solar, entre ellos la química de alta temperatura de Venus, la formación de nubes noctilucentes en Marte y la producción de benceno en Titán. La investigación no ha hecho más que empezar.