Astronomía

«En el primer viaje a Marte habrá una mujer»

El divulgador científico Miguel A. Delgado reivindica el papel de la mujer en la astronomía en su libro «Las calculadoras de estrellas»

«En el primer viaje a Marte habrá una mujer»
«En el primer viaje a Marte habrá una mujer»larazon

Que un planeta, una estrella, un asteroide o, como en el caso que nos ocupa, un cráter de la Luna, lleven tu nombre debe ser el mayor honor que puede caberle a un astrónomo. Algo semejante a lo que debe suponer, para el resto de mortales, bautizar una calle, una plaza o –mucho más español- un polideportivo. Pues si un simple vistazo al callejero de cualquier ciudad sirve para afear la escasa atención que durante décadas se ha prestado a las mujeres, imaginen lo que ocurre cuando la atención se pone en el mapa del cielo. Allí, la presencia de mujeres es casi nula.

De ello sabe mucho Miguel A. Delgado, un escritor que es también periodista, divulgador científico y crítico de cine, y que hace en su nueva obra, Las calculadoras de estrellas (Editorial Destino), un reconocimiento al papel de un grupo de científicas pioneras en el investigación astronómica de las que ahora pocos se acuerdan.

El libro funde en un mismo plano una historia de ficción con las peripecias de un grupo de personajes reales, entre ellos Maria Mitchell, considerada la primera astrónoma de América y que cuenta con un cráter en la Luna con su nombre. Como destaca Delgado en una entrevista con larazon.es, hoy está elevada a los altares de la categoría de símbolo, pero a costa de mucha lucha y reivindicación.

Junto a ella, un grupo de pioneras conocido como las «calculadoras de Harvard», contratadas por esta universidad para dar cuenta de todos los cuerpos que hay en el cielo, y cuya labor se está empezando a reconocer ahora. A todas ellas les une la misma curiosidad, la de mirar al cielo.

“Ojalá alguien abriera una ventana”, suspira una de las protagonistas en el arranque del libro. Toda una metáfora de lo que vendrá después. Realmente, algunas mujeres lo hicieron.

Pregunta: La astronomía ha sido cosa de hombres, por lo que parece, como lo ha sido la ciencia en general. ¿Cuál fue la principal barrera que tuvieron que vencer las mujeres para demostrar su valía en el campo de la astronomía?

Respuesta: La principal, además de las generales que limitaron el acceso de la mujer a muchos otros campos, fue la imposibilidad de acceder a los estudios superiores, que estuvo vigente en algunos casos hasta bien entrado el siglo XX en muchos países occidentales.

P: ¿Ha cambiado mucho la situación entre 1865, cuando transcurre su novela, y ahora?

R: Afortunadamente, sí. Hoy no sólo la mujer ha accedido a la astronomía y la astrofísica, sino que hay muchas mujeres dedicadas a ello. También en nuestro país. Pero eso no quiere decir que no haya un largo camino aún por recorrer: el principal, el hecho de que la presión social lleve a muchas niñas a abandonar su vocación científica porque existe una invisible presión social que les dice que eso no es de niñas. Los roles psicológicos y sociológicos son más costosos de cambiar, pero sería falso decir que no ha habido una mejora.

P: ¿Qué presencia femenina hay en la actualidad en las grandes agencias espaciales, desde la NASA a la ESA, o en los principales observatorios del mundo?

R: Mucha. Por ejemplo, recientemente visité el Centro de Astrobiología del CSIC-INTA, y me sorprendió la gran proporción de mujeres, y de mujeres jóvenes, que están trabajando ahí. Pero, significativamente, en una reunión que se estaba celebrando en el mismo lugar en el salón de actos, para el diseño de una futura misión especial, donde se juntaban jefes de toda Europa, ahí la presencia de mujeres caía abruptamente. Está claro que ese aumento aún tiene que ir remontando por la jerarquía.

P: El alma de su novela es Maria Mitchell. ¿Cuál fue su gran aportación? ¿Por qué es una figura que todos debamos conocer?

R: Maria Mitchell ha sido para mí el gran descubrimiento. En Estados Unidos es muy conocida, porque fue su primer gran científico, por eso la lucha por conseguir que se le reconociera la maternidad del descubrimiento del cometa de 1847 fue una verdadera cuestión de Estado para un país aún joven que se enfrentaba a las grandes potencias europeas, infinitamente con más recursos y tradición científica. Pero Mitchell es un ejemplo más allá de sus méritos científicos, que los tiene: además fue todo un espíritu con una enorme fe en la capacidad de la mujer para tomar las riendas de su destino. Defendió con uñas y dientes el acceso femenino a los estudios superiores, pero a la vez apelaba a la capacidad de esfuerzo, porque no quería que se regalara nada a las mujeres, sólo que se les permitiera competir en igualdad de condiciones con los hombres. Además, creía en la educación como el mayor logro al que podía aspirar a un país, y que el verdadero tesoro de una nación era que todos sus ciudadanos fueran capaces de leer, escribir y calcular. Para ella, debía haber una potente red de bibliotecas, porque un buen libro equivalía a cien profesores. E inevitablemente, acabó defendiendo no sólo el sufragismo, sino también causas sociales como la lucha contra la esclavitud. Y algo que me encanta es que su personalidad era enormemente afable, sin falsas trascendencias.

P: En cuanto a las “calculadoras de Harvard”, ¿qué destacaría de ellas? ¿En qué consistió su trabajo?

R: Las calculadoras de Harvard fueron contratadas por el astrónomo jefe de esa universidad, Edward Charles Pickering, para procesar toda la información que procedía de la hercúlea tarea de catalogar el cielo a partir de las placas que recogían los espectros de las estrellas. Se trataba de una labor rutinaria, pesada, que se extendió durante décadas, y que hoy realizarían seguramente programas informáticos. Pickering pensaba que las mujeres eran perfectas para hacer esos trabajos que no requirieran pensar, sino hacer tareas monótonas y repetitivas. Ya pensarían luego los astrónomos oficiales a partir de la información que ellas destilarían. La sorpresa es que varias de ellas no se limitaron a hacer lo que se esperaba de ellas, sino que fueron más allá, se atrevieron a pensar y a establecer métodos y descubrimientos que abrirían la puerta a la gran revolución astronómica del XIX. Creo que hay pocas historias como ésta en la de la ciencia que resulte más emocionante.

P: Usted menciona en el libro que, para la mentalidad de la época, una de las “ventajas” de contratar a mujeres era que había que pagarlas menos. ¿Hasta qué punto esto era así?

R: Es que era el punto crucial. Fue la única forma en la que Pickering logró convencer al claustro de Harvard de que le concedieran permiso para que sus calculadoras entraran en el campus. Cobraban la mitad, o menos, de lo que un hombre haría por el mismo trabajo.

P: ¿Qué cualidades inherentes a la mujer podríamos decir que son extrapolables a la astronomía? Es decir, ¿se puede decir que el hecho de ser mujer es una ventaja específica en el campo de la astronomía?

R: Como todo, ser mujer en sí ni es ventaja ni no lo es. Caer en decir que las mujeres son mejores que los hombres sería repetir los mismos prejuicios como si se reflejaran en un espejo. Pero muchos estudios demuestran que la actitud y la forma de trabajar de las mujeres ofrece ventajas en las investigaciones, porque en general caen menos en la competitividad y más en el apasionamiento, además de ser capaces de una obstinación indispensable cuando lo que pretendes averiguar se resiste. Ahora, luego hay mujeres inteligentes y otras que lo son menos, exactamente igual que en el resto de los campos. Pero que durante tanto tiempo se haya impedido que la mitad de la población pudiera aportar su grado de genialidad, francamente, es un lujo que ahora, con todos los retos a los que nos enfrentamos, no nos podemos permitir.

P: Si algo tiene la astronomía es que, en un momento u otro de la vida, a todos nos fascina aquello de mirar a las estrellas e imaginar otros mundos. ¿En qué piensa usted cuando mira las estrellas? ¿Cuál es ese sueño infantil que siempre quiso cumplir?

R: Como tantos niños, siempre quise ser astronauta, algo que evidentemente nunca pude cumplir. Luego quise ser astrónomo, entre otras cosas, pero siempre ha quedado esa curiosidad, esa fascinación. Creo que pocas cosas aún nos abren tanto las puertas ante la maravilla como el estudio del universo, donde nos hablan de cosas que parecen salidas de la más pura imaginación. Ahora, en cuanto a sueños, voy más medido: empiezo a pensar que ni siquiera veré al ser humano pisar Marte, después de haberme perdido por dos años la llegada a la Luna.

P: Los niños quieren ser astronautas. ¿Y las niñas? ¿Identificar a un astronauta con un hombre es un síntoma de ese “machismo silencioso” que sigue perviviendo?

R: Inevitablemente. Aunque, como todo, hay que entender las razones históricas para ello: los inicios de la carrera espacial fueron protagonizados por militares, un campo en el que la presencia de la mujer era prácticamente inexistente. Cuando se comenzó a abrir a los científicos, la exigencia física era un impedimento. Pero hoy en día, en que esa exigencia, aunque sigue siendo máxima, ya no es tan brutal como en aquellos primeros tiempos, resulta difícil explicar por qué no hay más mujeres orbitando la Tierra. Cuando se mande la primera misión a Marte, habrá unos requerimientos físicos, claro, pero serán más importantes las distintas habilidades de cada uno de los miembros de la expedición, y aquí podrá haber perfectamente mujeres capaces. Pero lo curioso es que incluso en los tiempos pioneros hubo mujeres: un papel importante en la programación del programa Apolo correspondió a una mujer. Yo sólo pediría que las niñas supieran que esas mujeres existieron, que fueron personas normales y que no fueron ni mejores ni peores que sus compañeros hombres. Y para eso, hace falta que no sólo las escuelas, sino también los dibujos animados, los juguetes, todo el entorno invisible que le dice a una niña que se tiene que preocupar más por llevar maquillaje que por las fórmulas matemáticas, tiene que desaparecer.

P: La conquista de la Luna y en general de toda la carrera espacial es una cosa de hombres. Apenas hay una veintena de mujeres astronautas. ¿Por qué? ¿Y por qué no fue una mujer a la Luna?

R: Creo que mi respuesta anterior responde a esa pregunta. Eso sí, estoy seguro de que en la primera expedición a Marte habrá al menos una mujer.

P: Para terminar, y volviendo a esa fantasía tan “terrícola” de mirar un día al cielo y encontrarse un platillo volante alienígena. ¿Cree que algún día contactaremos con seres de otros planetas? Y permítame la broma: si hubiese que “negociar” con ellos, ¿enviaría a un hombre o a una mujer?

R: La verdad es que es el sueño recurrente; yo expreso más bien un deseo, pero el silencio que sigue respondiéndonos desde el universo inquieta. Racionalmente, sigo creyendo en la vida extraterrestre, y si llega a la inteligencia y sobrevive, inevitablemente algún día contactaremos, pero es que pueden pasar miles de años hasta entonces. Y en cuanto a quién sería portavoz de la Tierra, el problema es hablar de las individualidades, la clave es poner cara a esa hipótesis. Si en las películas americanas siempre habla en nombre de la humanidad el presidente de los Estados Unidos, ¿quién le gustaría que les saludase, Trump o Hillary Clinton?