Estación Espacial Internacional

¿Es Donald Trump un lunático?

El anuncio del presidente de volver al satélite deja mucho que desear. Aunque ya no es un reto tecnológico se necesita mucho dinero, y el presidente no ha concretado de dónde lo sacará

El casco del astronauta Mike Fossum en el que se refleja la Tierra, la Estación Espacial Internacional y su compañero Ron Garan
El casco del astronauta Mike Fossum en el que se refleja la Tierra, la Estación Espacial Internacional y su compañero Ron Garanlarazon

El anuncio del presidente de volver al satélite deja mucho que desear. Aunque ya no es un reto tecnológico se necesita mucho dinero, y el presidente no ha concretado de dónde lo sacará.

De todo lo necesario para que el hombre vuelva a la Luna, Donald Trump solo tiene, a día de hoy, una cosa: la Luna.

Llevar a un astronauta allí no es un reto tecnológico muy grande (ya han ido 12, de hecho). Pero hay que atesorar equipos humanos, una nave adecuada y dinero... mucho dinero. De momento, nadie tiene ni idea de cómo va a conseguir Trump todo eso.

Sin un plan concreto hecho público, la aventura del mandatario estadounidense parece más un anuncio promocional, un golpe de efecto de sus asesores de imagen, que un proyecto consolidado. Pero, hay que reconocer que como spot publicitario no está nada mal. Más aún si tenemos en cuenta que, aunque difícil, el empeño no parece realmente inalcanzable.

Trump ha traducido a términos científicos el único eslogan realmente bueno de su carrera política «Hacer América grande otra vez». No es suyo, lo usó Ronald Reagan por primera vez, pero le ha funcionado. Ahora, lo ha convertido en «América puede soñar a lo grande», para anunciar la vuelta a la Luna. Con menos épica y poesía que el «elegimos ir a la Luna de Kennedy», pero con un regalo extra. Trump promete, después de ir al satélite, intentar el salto a Marte. ¿Lo va a hacer?

El anuncio no ha sido del todo inesperado. De hecho es la conclusión de una cadena de acontecimientos que se ha desarrollado durante el primer año «trumpiano». En junio, el presidente volvió a poner en pie el Consejo Nacional Espacial, una institución dependiente de la NASA que imita a National Aeronautics and Space Council que dirigió la estrategia de la carrera espacial americana desde 1958 a 1973 (su época dorada). El consejo estuvo activo entre 1989 y 1993 (bajo la administración de George Bush). De hecho, buena parte de la política aeroespacial de Trump está inspirada en la ideas sobre el espacio que tenía Bush padre. Por ejemplo, una de las primeras decisiones que el nuevo presidente tomó al hacerse cargo del puesto fue reducir el peso del presupuesto de la NASA para investigar el clima y aumentar el de proyectos espaciales. El anuncio de la Luna no es más que el resultado de esa decisión.

Los expertos, sin embargo, saben que esta postura, por sí sola, no es suficiente para dar credibilidad a la propuesta. En marzo Trump había firmado el proyecto de Ley del Senado 442 en el que, entre otras cosas, destinaba al presupuesto de la NASA una partida de 19.000 millones de dólares. Parece una pasta, pero quizá no lo sea tanto.

El año en el que la Agencia estadounidense se ha gastado más dinero en toda su historia fue 1966. Si traducimos su presupuesto al valor actual del dólar, la partida era de 45.000 millones de dólares. Ir a la Luna le costó a Kennedy el 4,4 por ciento de su presupuesto federal. Trump solo ha puesto en la mesa un 0,4 por ciento.

Es cierto que la tecnología actual podría permitir llevar a cabo la aventura con una inversión más moderada. Pero el presidente cuenta con otros muchos obstáculos no fáciles de sortear. Por ejemplo, la construcción de un cohete de transporte que haga las funciones de los Saturno V que llevaron a las naves Apolo a la Luna el siglo pasado.

Los presidentes anteriores a Trump se dedicaron a desmantelar la estructura tecnológica de lanzaderas de la NASA. Algunos porque decidieron apostar por otros proyectos, como la Estación Espacial Internacional (EEI). Otros afectados por los desastres de los trasbordadores espaciales Columbia y Challenger. Y otros, como Obama, porque siempre creyó más en la Tierra que en el espacio.

Lo cierto es que la nueva generación de aparatos capaces de ir a la Luna (las naves Orion, por ejemplo) no ha hecho más que sufrir retrasos.

No va a ser fácil que Trump pase a la historia con la misma estrategia que utilizó Kennedy, menos aún que lo haga dando el salto a Marte. Pero en ciencia no hay nada imposible y en la cabeza del 45º Presidente de los Estados Unidos, cabe cualquier margen para la sorpresa. El hombre más poderoso del mundo puede volar hacia el satélite de la Tierra o estrellarse en él. Seguiremos informando.