Agencia Espacial Europea
Superpoblación en el planeta rojo
A día de hoy, que se sepa, en Marte yacen los restos de tres sondas Mars lanzadas por la Unión Soviética entre 1971 y 1973 y que se estrellaron sin cumplir su misión. Dos aterrizadores Viking de Estados Unidos (1976), un aterrizador Mars Pathfinder con su rover Sojourner (1997), las piezas descompuestas del Mars Climate Orbiter destruido en 1999, la pareja de naves perdida Mars Polar Lander y Deep Space 2, los restos del Beagle 2 europeo, el rover Spirit de la NASA, su hermano Opportuity, el aterrizador Phoenix y la nave Curiosity. Sin contar restos de paracaídas, carcasas térmicas, tornillos, fuselajes y demás guarrerías... en el planeta rojo ya hemos depositado cerca de 10.000 kilos de hierro y cables. A ellos se habrá sumado Schiaparelli. Mientras tanto, no hay constancia de que exista una sola bacteria detectable en la superficie o el subsuelo marcianos, aunque la ciencia sospecha de su presencia desde hace décadas.
Se sospecha tanto, que existe un escrupuloso protocolo para no molestar a esa posible vida que haya en Marte. De manera que las 10 toneladas de material enviado, más el que pueda venir en el futuro, han de respetar a toda costa la apacible siesta de los microorganismos alienígenas.
Pero la realidad es que todos esos aparatos terrestres ya han contaminado para siempre el paisaje marciano que se mantenía libre de intromisiones terrícolas desde hace más de 4.000 millones de años. No sabemos si habrá bacterias indígenas en el planeta rojo, pero es posible que sí haya bacterias enviadas accidentalmente por el Homo sapiens. Todo aparato manipulado y enviado por el hombre contiene material orgánico y microbios que exportamos allende nuestras fronteras cósmicas.
La exploración de Marte se enmarca dentro de los estándares de la llamada protección planetaria. Esta consiste en una serie de medidas de seguridad que han de tomarse cuando se visita un planeta potencialmente habitable. La intención es evitar que las posibles bacterias halladas en el planeta extraño regresen a la Tierra y nos contaminen, y también evitar que nuestras propias bacterias, depositadas en la nave aterrizadora, contaminen la posible vida extraterreste. De hecho, cada vez que visitamos el planeta vecino ponemos un poco en riesgo la posibilidad de que nuevas misiones encuentren allí vida no contaminada. Entre otras medidas tomadas antes de partir, las naves deben ser descontaminadas en habitáculos especiales para reducir el número de esporas a niveles 10.000 veces menores que los hallados en un laboratorio de bioseguridad normal.
Incluso así, ninguna misión puede viajar a alguna zona de Marte donde se sospeche que puede haber vida si no ha sido esterilizada completamente. Eso convierte la exploración marciana en una triste paradoja: queremos saber si existe vida en el planeta rojo, pero no podemos acercarnos a ella. A estas alturas puede que el vecino mundo esté habitado por Schiaparelli, por 10.000 kilos más de material humano, por algunos cientos de miles de esporas terrestres y por microbios marcianos nativos dormidos desde hace miles de millones de años. O puede que no sea más que un yermo punto limpio donde nos empeñamos en seguir depositando unos electrodomésticos muy caros.
*Director de «Quo»
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